Aquel joven tenía algo diferente. Sí, Tomás era especial y Pilar lo vio enseguida. Ese chico sin hermanos, de una familia sencilla de Alfaro pero que creció en Tudela, no era como el resto. Desde que lo conoció supo que estaría bien saber más de él y, si funcionaba, quién sabe, formar un día una familia. Por entonces eran sólo unos adolescentes de 17 años llenos de ilusiones y proyectos en tiempos de posguerra con ganas de cogerse de la mano cuando nadie miraba. No tardarían en descubrir que no querrían soltársela nunca más. El viaje empezó en los años 50 y discurrió con alegrías, temores y periodos inciertos hasta finales del siglo pasado. Ninguno imaginó entonces que terminaría de forma abrupta, cruel e injusta.

A Tomás lo asesinaron el 6 de mayo de 1998. Tenía 63 años: ETA lo mató de tres tiros cuando salía de casa. Dos largas décadas después, Pilar salió ‘a su encuentro’ para volverse a coger de la mano. Lo hizo hace sólo tres meses, en enero de este año. Tenía 84 años. La primera parte de su historia feliz la construyeron durante 45 años, juntos; cinco hijos, ocho nietos. A otros cinco él no pudo conocerlos, se lo arrebataron. Ella los disfrutó por él en los 22 años de ausencia impuesta por las balas y una vejez de duelo que vivió sin rencor y aferrada a sus recuerdos.

A Pilar, al menos, el destino le ahorró el maltrago que ahora digieren sus hijos. El renacer mediático de quien le oscureció la última parte de su vida está por todos lados. Estos días las calles de Pamplona y de otros muchos municipios de Navarra y Euskadi proclaman en pancartas y pintadas el nombre del asesino de su marido, de Tomás Caballero Pastor. Se llama Patxi Ruiz y cumple 30 años de condena por aquel asesinato. Desde el día 11 lleva a cabo una huelga de hambre y sed que ha obligado a su reciente hospitalización. Ahora se recupera en la enfermería de la cárcel Murcia II. Quienes le jalean lo hacen atacando sedes de partidos y casas de políticos en una suerte de rebrote de la ‘kale borroka’ que parecía erradicada.

Fue él quien certificó los temores que Tomas intentó ocultar a los suyos. La alarma de coche que había encargado días antes aún estaba sin instalar. Eso de agacharse para mirar los bajos del coche, como le habían recomendado en los cursillos de autoprotección, no le gustaba. A puertas de la jubilación, no tenía edad para ello. También había comenzado a variar sus horarios, sus rutas, pero en casa de eso se hablaba lo justo. En aquel 1998 los asesinatos en enero del matrimonio Jiménez Becerril, Alberto y Ascensión, en Sevilla, y de José Ignacio Iruretagoyena, concejal del PP en Zarauz, habían estrechado el cerco sobre los políticos. En julio del año anterior ETA había asesinado a Miguel Ángel Blanco y en diciembre de 1997 su acoso al PP continuó con el asesinato del concejal popular en Rentería, José Luis Caso.

"Sube, te acerco"

La mañana del 6 de mayo Tomás Caballero salió de casa camino del trabajo en el Ayuntamiento de Pamplona. Poco antes, desde el partido, Unión del Pueblo Navarro (UPN), Eradio Ezpeleta, concejal como él, le había informado de que en papeles incautados al ‘comando Donosti’ había aparecido el nombre de un compañero de ambos en el consistorio, Miguel González Fontana. Tomas no tenía escolta. Era evidente que las precauciones se debían extremar.

La calle Mutilva de Pamplona, en el barrio de Santa María la Real, no queda cerca del centro y Tomás acudía a menudo en su coche. Aquella mañana no madrugó mucho. Eran las 9:00 horas. No observó nada extraño en los bajos del vehículo. Antes de subirse se cruzó con su vecina, con Angelines, también ella iba en dirección al centro. “Sube, te acerco”, debió decirle. Tras concluir las maniobras enfiló los primeros metros, no le dio tiempo a más. Dos miembros de ETA se acercaron y desde fuera dispararon. Tomás murió en el hospital. Su hijo pequeño y su mujer fueron quienes, alertados por una conmocionada Angelines, avisaron a los sanitarios. Ella salvó la vida, pero el impacto le golpea aún hoy. El comando ‘Ekaitza’ (Tormenta), en el que Ruiz y el resto de integrantes prepararon el crimen, no fue detenido hasta casi cuatro años más tarde, en Pamplona, en febrero de 2002.

“Mi madre ha muerto en enero sin escuchar una sola palabra de petición de perdón o arrepentimiento de todas estas personas. Aquí seguimos esperando desde hace mucho tiempo”, asegura María Caballero. Como su padre y su hermano Javier, también en ella fraguó el ejemplo de servicio de su padre. Ahora es concejal de UPN en el Consistorio de Pamplona y reconoce que aún hoy hay gente que le para para agradecer servicios o gestiones que él hizo.

Quienes estos días jalean en pintadas y pancartas el nombre de su asesino, aupados por el sector más duro de la izquierda abertzale -agrupado en el movimiento Aministía ta Askatasuna (ATA)-, quizá desconozcan que Caballero fue un luchador sindical por los derechos de los trabajadores en la Unión Sindical Obrera (USO). Es probable que también ignoren que fue durante el año que ejerció como alcalde de Pamplona -1976 a 1977-, y tras la legalización de la ikurriña, cuando se izó por primera vez en el Consistorio pamplonés. Incluso que su asesinato fue reprobado y rechazado por representantes significados de la izquierda abertzale en Navarra como Patxi Zabaleta, cuando ese mundo se escondía en el silencio o el funambulismo dialéctico.

"Le han hecho grande"

“Era un hombre recto, inquebrantable, coherente y valiente. No trataba de acomodar los discursos a lo que se llevaba en cada momento, sino que decía lo que pensaba, incluso en momentos difíciles”. María asegura que entre sus valores, los aspectos sociales sobresalían de modo especial: “Le gustaba ayudar a la gente, hacía muchas cosas de forma discreta y que años después hemos conocido. Quienes le mataron le han hecho más grande, nos han ayudado a mostrar lo que era”.

Cuando Patxi Ruiz y el comando ‘Ekaitza’ decidió dejar huérfanos a los cinco hijos de Tomás y viuda a Pilar, en la familia el miedo a la amenaza se combatía, en parte, con la alegría de los nietos. María acababa de dar a luz hacía seis meses a su tercera hija. Aquellos primeros meses de la niña fueron sus padres los que le ayudaron a cuidarla. Cada día, en el almuerzo, repasaban la jornada y los domingos la familia al completo se reunía en torno a la mesa. “Mi padre era muy familiar. Para él sus hijos y sus nietos eran lo más importante. De todo esto se hablaba pero no mucho”.  

A Tomas le sustituyó en el escaño otra víctima de ETA. Carmen Alba, hija del coronel de infantería del Ejército, Antonio Alba, contra el que ETA atentó en los 80. La primera bala le hirió en el mentón, la segunda nunca salió, el arma se encasquilló y salvó la vida.

Ahora es María la que ocupa una de las concejalías de UPN –dentro de la coalición Navarra Suma-. Lo hace con tristeza y rabia en estos días en los que caminar por Pamplona es remover su pasado. También lo es leer la prensa. Haber conocido que EH Bildu hará gestiones para visitar a Patxi Ruiz le ha revuelto el estómago: “Es una indecencia. Les preocupa más la situación que atraviesan los asesinos que la que viven sus víctimas. Me gustaría que Bel Pozueta –diputada de la coalición y madre de uno de los condenados por la agresión a dos guardias civiles y sus parejas en Alsasua- le pregunte si volvería a matar a mi padre o a otras personas. Para mí, esa es la única pregunta que le haría”.

Libertad, justicia y paz

Hasta ahora creía que la coraza con la que todos los hermanos se han protegido del ambiente radical y las injusticias padecidas tras el asesinato de su padre, había sido inquebrantable. Reconoce que estos días las imágenes, pintadas y fotografías que ve de Ruiz “nos está afectando”: “Esa coraza nos hace fuertes pero siempre hay elementos distorsionadores y éste es uno de ellos”. La reflexión que esta semana le invade y en la que no encuentra respuesta es intentar comprender cómo “a un asesino, a un terrorista se le permita estar presente en esta sociedad como un luchador, como un ‘gudari’, reivindicando derechos, que los tiene, pero no por encima de los de mi padre y mi familia”.  

Los nietos de Tomás y Pilar son ya mayores, pero quizá no lo suficiente para asimilar que quien les privó de su abuelo encabece una movilización que reclama la amnistía para los presos que lo mataron. Cinco de ellos nunca le conocieron, sólo saben de él por lo que les han contado. Y ha sido mucho, lo bueno y lo que no lo es ni lo será jamás. “Con ellos hemos hablado de lo que ha pasado, lo tienen que saber. También que mi madre hizo siempre un esfuerzo tremendo por mantenernos unidos, tirar hacia adelante y hacerlo con una alegría que muchos quisieran”.

Ahora su recuerdo se ha hecho más intenso, aunque siempre ha estado ahí, en cada acto familiar, en cada aniversario. “Nos lo arrebataron, pero también le privaron de tener todas esas vivencias que merecía. Yo intento defender muchos de los valores que él me inculcó. Ese ADN de mis padres lo llevo siempre conmigo”.

Cuando María regrese al despacho del Ayuntamiento, cuando la normalidad de la actividad política se retome, el recuerdo de Tomás Caballero, su padre, seguirá muy presente. Quizá también algunas pintadas, pancartas y proclamas, “pero su legado, su compañía y su tutela seguirá ahí”. En su lápida, la que ETA obligó a escribir antes de tiempo, quedó plasmado lo que el tiempo no podrá borrar: “Murió por lo que había vivido: la libertad, la justicia y la paz. Sigues vivo en nosotros”.