La perspectiva de una guerra prolongada en el tiempo y sin claro vencedor alimenta la llegada de mercenarios a las trincheras que enarbolan la bandera de Rusia. Hasta 20.000 soldados a sueldo se hallarían ya en suelo ucraniano, luchando a las órdenes de Putin y sus generales, según estimaciones difundidas esta semana por una agencia de inteligencia europea. En su mayoría son de nacionalidad rusa pero también se cuentan por cientos los procedentes de Siria y Libia, dos conflictos en los que Moscú y sus oligarcas afines se han involucrado activamente durante la última década.

“Los mercenarios son una señal de la desesperación rusa porque están reemplazando al elevado número de bajas de los efectivos enviados por el ejército ruso y la creciente oposición de los soldados rusos de viajar a Ucrania”, señala a El Independiente Taras Kuzio, politólogo ucraniano de la National University of Kiev Mohyla Academy y un reputado experto en asuntos castrenses.

Los mercenarios son una señal de la desesperación rusa

“Su única huella será el incremento de la cifra de crímenes de guerra”, aventura. Para Kuzio, entre quienes han aceptado enfilar el camino hacia el campo de batalla a cambio de un salario figuran extranjeros con nulas conexiones con la zona; minorías rusas; y chechenos asociados al máximo líder de la República Rusa de Chechenia, Ramzan Kadírov.

Grupo Wagner

Nació en 2014, el año en el que hunde sus raíces la actual contienda ucraniana. Fue por aquellas fechas cuando se iniciaron las refriegas en la región del Donbás y se consumó la anexión de la península de Crimea. El Grupo Wagner toma su nombre del compositor alemán Richard Wagner, el músico predilecto de Adolf Hitler. Tras su fundación se halla Yevgeny Prigozhin, un oligarca que goza de lazos directos con Vladimir Putin. Es el dueño del servicio de catering que sirve al Kremlin. La empresa ha exportado mercenarios a la mayoría de los conflictos que han estallado en la última década, desde Siria y Libia hasta Mozambique.

El máximo líder del Grupo Wagner, Dmitry Utkin, realiza apología pública del nazismo. Lleva tatuadas una esvástica nazi y un águila y usa el mismo modelo de botas de los escuadrones de las SS. Los mercenarios del Grupo Wagner han dejado simbología fascistas por aquellos confines por los que han desfilado. Su campo de acción es cada vez más diverso y ubicuo. Arrancaron en Crimea pero se han terminado desplegando por el norte de África, el África subsahariana, Oriente Próximo y América del sur.

Yevgeny Prigozhin (a la izquierda) con Vladimir Putin. E.I.

Su presencia en la guerra civil siria, donde acudieron como apoyo a las tropas rusas y el ejército de Bashar Assad, ha servido ahora como plataforma de reclutamiento de combatientes sirios, dispuestos a enrolarse en la invasión rusa de Ucrania por un salario mensual que, en algunos casos, excede los 1.000 dólares. En los últimos meses, no obstante, los efectivos de Wagner no solo han alimentado el frente en Ucrania sino que también han asomado por República Centroafricana o Mali a cambio de adjudicarse jugosas concesiones de oro y diamantes.

Para esquivar las sanciones internacionales, la empresa ha mudado de piel

La corporación no solo sirve a los objetivos geoestratégicos del Kremlin, advierten desde el centro de análisis Soufan con sede en Nueva York. También han sido empleados para apoyar regímenes autocráticos como el sirio y hacerse con el control de cotizados recursos naturales. Sus comunicaciones públicas demuestran, además, que llevaban meses preparándose para la escalada bélica en Ucrania.

Sometido a severas sanciones económicas de Estados Unidos, la Unión Europea o Reino Unido, la estrategia de Wagner es mudar de piel y confiar en grupos satélite. Han sumado nuevos “soldados” bajo otras denominaciones como “Hawks”. Fuentes citadas por Soufan estiman que el 90 por ciento de sus fuerzas y recursos han sido trasladadas desde otras batallas a Ucrania desde mediados del pasado marzo.

Wagner ha desempeñado también un relevante papel en la decena larga de tentativas de asesinato que ha sufrido el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky. Hasta 400 miembros del grupo habrían sido enviados a Kiev con la misión de acabar con la vida de quien se ha convertido en un icono de la resistencia ucraniana. Según la inteligencia británica, a finales de marzo había un millar de mercenarios de Wagner en suelo ucraniano. Expertos en seguridad alertan de la amenaza creciente que representan estos combatientes y la posibilidad de que puedan dirigir sus ataques al resto del continente europeo.

Militares rusos son vistos en Armyansk, en la parte norte de Crimea, Rusia. EP

Movimiento de la Rusia Imperial

Designado por EEUU como organización terrorista desde 2020, el Movimiento de la Rusia Imperial disfruta de total impunidad en territorio ruso. La entidad fue fundada en 2002 por Stanislav Anatolyevich y en las inmediaciones de San Petersburgo opera campos de entrenamiento paramilitar para neonazis y supremacistas blancos llegados de toda Europa. En 2016 firmaron una de sus principales acciones, con una serie de atentados contra un centro de acogida de refugiados y otros objetivos públicos en Suecia.

Su brazo armado se denomina Legión Imperial Rusa. Los partisanos del movimiento se encuentran en el este de Ucrania y también en Libia. “Aunque no cuentan con el respaldo abierto del Kremlin, son tolerados por las autoridades y colaboran con extremistas en EEUU y Europa contra lo que consideran una élite globalizada que rechaza los valores tradicionales”, subrayan los académicos Shelby Buj y Daniel Byman. Sus vinculaciones con el establishment ruso podrían incrementarse en plena ofensiva en el este de Ucrania y ante la necesidad de Putin de sumar nuevos combatientes.

Goza de sólidas vinculaciones con los sectores más recalcitrantes de la Iglesia Ortodoxa Rusa y el movimiento ultranacionalista

La organización tiene conexiones con el Grupo Wagner a través de Task Force Rusich, una unidad creada en el seno de la compañía de mercenarios de extrema derecha que a su vez mantiene lazos con comunidades de internautas pro Kremlin. El grupo ha acuñado como logotipo el kolovrat, un símbolo de la mitología eslava. Ha tenido presencia en Ucrania desde el estallido de las escaramuzas en la región del Donbás en 2014 y sus miembros han sido acusados de perpetrar crímenes de guerra.

Disfruta, además, de sólidas vinculaciones con los sectores más recalcitrantes de la Iglesia Ortodoxa Rusa y el movimiento ultranacionalista ruso. Una amalgama de simpatías que unidas al uso de las redes sociales le han permitido alimentar su base social en el interior de Rusia y su red de apoyos más allá del país.

El ejército ruso en las calles de Mariúpol (Ucrania)
El ejército ruso en las calles de Mariúpol (Ucrania) EFE

La Base, conexión internacional

Los grupos que han aportado mercenarios a la contienda ucraniana mantienen una tupida red de conexiones internacionales. La más notoria es La Base, "un importante nudo del ecosistema de extremismo de ultraderecha", subraya el centro de análisis Soufan. La organización, de profundo corte racista, sirve de paraguas para grupos neonazis de Reino Unido, Alemania o Estados Unidos. Les une su admiración por Putin como el líder internacional capaz de enfrentarse al "globalismo" y "salvar" a la Humanidad.

Sus integrantes comparten la creencia en la existencia de una conspiración internacional contra Moscú

Sus integrantes comparten la creencia en la existencia de una conspiración internacional contra Moscú, perpetrada por una clase política occidental guiada por "la degeneración liberal" que se ha expandido a su vez por América y Oceanía. Entre las organizaciones que centran sus dardos, figuran la Unión Europea, la OTAN, el Banco Mundial o la Organización Mundial de la Salud.

Los miembros de La Base y otras organizaciones vinculadas al fascismo más tradicional coinciden con el Kremlin en su repulsa a los sistemas democráticos de Occidente y en su interés por golpearlos a través de la desinformación y la propagación de teorías conspirativas como QAnon. Actúan como los mercenarios de la confusión.