Con 12 millones de habitantes según el informe The World Factbook de la CIA, Sudán del Sur es el país más joven del mundo. También uno de los más pobres, junto a Haití. Pese a las reservas de petróleo, un suelo fértil en la cuenca del Nilo y yacimientos de oro, diamantes, mineral de hierro, cobre, mineral de cromo, zinc, tungsteno, mica y plata, el PIB per cápita era de 254 euros en 2018. El puesto 194 del mundo, en un ranking de 196 países.

Dos décadas de guerra, primero con el vecino del norte, Sudán, a los que se sumó después la guerra civil tras la independencia de 2011, explican esos datos. En 2021 se firmó oficialmente la paz, con un gobierno de coalición entre las dos facciones que se disputan el control del país. Pero la inestabilidad sigue siendo galopante en un país fuertemente armado.

En la capital, Juba, se mantiene un toque de queda oficioso a partir de las 20.30 horas. La presencia de soldados armados es constante en las calles de la ciudad. Los muros protegen no sólo los edificios oficiales, también escuelas, hoteles o centros religiosos en todo el país. Paseando por las calles de una ciudad sudsudanesa es más fácil ver lo que sucede en el interior de la prisión que en el interior de un colegio, especialmente si es femenino.

En el Aeropuerto Internacional de Juba dos retratos reciben al visitante: el presidente Salva Kiir Mayardit y el ex vicepresidente y actual jefe del Gobierno, John Garang de Mabior. La imagen de Kiir se reproduce en prácticamente todos los edificios oficiales del país. Difícil sustraerse a la mirada del hombre que guio al ejército sudsudanés en la guerra de independencia, y que se resiste ahora a ceder el poder.

Imagen aérea de Juba

El acuerdo de paz de 2021 fijaba las primeras elecciones democráticas para este 2023, pero los dos partidos que se disputan el poder han acordado ya aplazarlas a 2024. En este contexto, la visita del Papa Francisco el pasado enero fue un hito en el camino hacia la estabilidad del país.

Un año antes el pontífice ya había explorado la posibilidad de visitar el país. La respuesta del Gobierno fue clara: encantados de recibirle, pero no podemos garantizar su seguridad más allá del aeropuerto.

Temor al contagio de la guerra en Sudán

Ahora, la guerra civil en ciernes en Sudán amenaza con acabar con la frágil estabilidad política de Sudán del Sur. "Sudán era sobre el papel mucho más estable, Jartum había crecido al nivel de las grandes capitales africanas" señala Antonio Aurelio Fernández, presidente de Solidaridad Internacional Trinitaria, con la experiencia acumulada de dos décadas de apoyo a las misiones católicas en ambos países.

Según la ONU, 200.000 personas han huido ya del conflicto en Sudán. Entre ellos, muchos refugiados sudsudaneses que inician ahora el retorno a casa. Gregor Schmidt, provincial de los combonianos, confirma la llegada de los primeros refugiados al país y apunta a que el flujo se incrementará en los próximos meses. Recuerda además que la estabilidad es frágil: "Existe el riesgo de que el país vuelva a caer en una guerra civil abierta".

"En los próximos tres meses sabremos qué ayuda necesitamos" concluye Justin Fufunga, número dos de la misión de la orden en Yirol, en el Estado de Lagos. Una misión fundada hace dos décadas por el padre José Javier Parladé, que el pasado mes tuvo que abandonar Jartum junto al contingente evacuado por el Ejército el pasado abril.

Amsudan

Mientras, Sudán del Sur intenta construir su futuro abandonando una sociedad tribal, nómada y con enormes carencias. "Cuando vinimos por primera vez Yirol no era nada" recuerda Juan Orbaneja, presidente de Amsudan, la ONG española que desde 2005 ha apoyado económicamente la construcción de colegios y centros de acogida en el Estado de Lagos.

Las calles de Yirol disfrutan la calma impuesta por el gobernador Green con mano de hierro

Yirol es ahora una población en crecimiento, con un mercado mucho más nutrido que hace una década, cuando lo único que se podía comprar, en el mercado negro, era la comida lanzada desde aviones por las agencias humanitarias internacionales, recuerda Marta Arnús, otra de las pioneras de Amsudan.

Desde entonces han apoyado financieramente la construcción de una quincena de colegios y centros de formación de adultos, 15 pozos de agua y centros de acogida para niños en este estado.

El Estado de Lagos es hoy por hoy el más estable del país, resultado de la política de mano dura del gobernador Rin Tueny Mabor. En un país extremadamente pobre y donde han proliferado las armas de fuego, Mabor ha impuesto su particular visión de la Ley del Talión. "Si matas, él te matará" repiten los vecinos de ciudades como Rumbek o Yirol.

Una política de mano dura que ha conseguido acabar con las peleas tribales entre dinka y nuer, endémicas en el país, como reconoce Deborha, "trabajadora por la paz" que ha dedicado toda su vida a mediar entre ambas tribus. No ha acabado, sin embargo, con la corrupción endémica, el otro gran mal del país.

Corrupción endémica

Sudán del Sur está en el puesto 178 del ranking de corrupción del sector público -formado por 180 países- elaborado por la Organización para la Transparencia Internacional. De los extremos a los que puede llegar esa corrupción es muy consciente el obispo de Rumbek, Christian Carlassare, tiroteado días después de su nombramiento.

"Lo más duro, a la vuelta, era saber que no había sido un asalto común sino un atentado organizado" por quienes estaban desviando fondos de la diócesis. La parte positiva, añade con ironía, es que el atentado permitió "hacer limpieza".

Ahora Carlassare está centrado de modo casi obsesivo en poner las bases para mejorar la educación. Esto es, en formar a profesores que puedan garantizar un futuro mejor a una generación de sudsudaneses que nunca se han formado porque no conocen otra cosa que la guerra.

Escuela Mezzolari en Rumbek, Sudán del Sur

Ese es el objetivo en los colegios de las ciudades. En las zonas rurales, escuelas como las financiadas por Amsudan actúan además como polo de atracción y para asentar una población todavía nómada en gran parte.

Sudán del Sur, especialmente en los mayoritarios entornos rurales, sigue siendo una sociedad profundamente tribal que se rige por un esquema: familia, clan y tribu. Con dos tribus dominando el país, dinka y nuer, enfrentados tanto por el poder político como por la posesión del ganado.

Las vacas, moneda de cambio

Es importante estabilizar a la gente, relata Fufunga, porque es la base para mejorar las condiciones de vida y poner las bases del desarrollo económico. Especialmente en un país aislado financieramente, en el que no existe el dinero de plástico y a duras penas se aceptan dólares posteriores a 2019. En un país en el que el papel moneda no es confiable, se comercia con datos y vacas.

En un país en el que el papel moneda no es confiable, se comercia con datos y vacas

De hecho, las vacas siguen siendo la principal moneda de cambio de la sociedad sudsudanesa en entornos rurales, en una economía de trueque a la que también han llegado las nuevas tecnologías. Así, el segundo bien a intercambiar son las gigas, para llamar por teléfono, o la energía para cargar los móviles.

Cable Camp, campamento de pastores Dinka a las afueras de Yirol, Sudán del Sur

Pero el ganado representa, además el patrimonio, el banco de ahorro de los sudsudaneses. Por eso no se sacrifican reses para la alimentación, son fuente de leche; para comer carne se crían gallinas o cabras. Por contra, en un país donde la poligamia es legal para los hombres y está ampliamente extendida el coste de un matrimonio ronda las cien vacas a pagar a la familia de la novia. Precio que oscilará en función de su estatus social y formación.

Las escuelas se han convertido, además, en garantía para la alimentación de los menores, a los que se ofrece una comida al día en la mayoría de centros gestionados por órdenes religiosas de diverso signo. Católicos, protestantes o coptos egipcios forman la red "privada" de educación en un estado cuya independencia se presentó como una guerra de religión: los rebeldes católicos del sur frente a la dictadura islámica del norte.

Aunque la guerra tuvo mucho que ver, también, con el control de los pozos de petróleo situados en Sudán del Sur. El acuerdo de independencia fijaba, finalmente, el reparto de los beneficios entre ambos estados. Sudán del Sur tiene el petróleo, pero sin acceso al mar necesita al norte, donde se refina y embarca con destino a China desde Port Sudan.