Un dirigente socialista me confesó en cierta ocasión: "Las primarias son muy útiles para el partido. En primer lugar, porque lo convierten en el centro de atención para los ciudadanos durante el tiempo que dura el proceso. En segundo lugar, sirven para movilizar a la organización, tensan su músculo interno. Y, por último, valen para sacarle los colores al PP, porque nos permite presumir de que somos mucho más democráticos que ellos".
Sobre el papel, los argumentos son convincentes, pero una cosa es la teoría y otra muy distinta lo que ocurre en realidad. De hecho, el resultado de las primarias para el PSOE no ha sido precisamente bueno para el partido. Josep Borrell, que las ganó frente a Joaquín Almunia en 1998, tuvo que dimitir por un escándalo de fraude fiscal en el que estaban envueltos dos de sus ex colaboradores (Huguet y Aguiar); Pedro Sánchez, por su parte, se ha visto forzado a dejar la secretaría general tras perder el pasado 1 de octubre el respaldo del Comité Federal. Ninguno de los dos ha ganado las elecciones.
Tanto Rodríguez Zapatero (frente a José Bono), como Pérez Rubalcaba (frente a Carmen Chacón) ganaron la secretaría general en dos reñidos congresos: el primero, por nueve votos; el segundo, por veinte.
A Josep Borrell le apoyaron, cuando ganó las primarias, 114.254 militantes; mientras que a Pedro Sánchez le votaron 62.490. ¿Sería justo afirmar que el primero tuvo más legitimidad que el segundo? ¿Podríamos afirmar que Borrell y Sánchez fueron elegidos de un modo más democrático que Rodríguez Zapatero o Pérez Rubalcaba?
Miquel Iceta acaba de ganar las primarias en el PSC tras haber logrado el respaldo de ¡4.889 militantes! En un partido que hace bandera de su democracia interna, Podemos, Ramón Espinar ha logrado el triunfo en Madrid con los votos de 13.686 afiliados. Aunque tendrá el control del 80% de los puestos en el órgano de dirección del partido en la Comunidad. En ninguno de los casos estamos ante cifras que permitan hablar de un apoyo masivo.
Lo importante es que la competencia sea limpia, que el aparato no favorezca a ningún contendiente y que no existan filtros elevados
Sea por primarias o mediante la elección a través de delegados en un Congreso, lo importante es que la competencia entre los candidatos que optan a dirigir los partidos sea limpia, que el aparato no favorezca a ninguno de los contendientes y que no existan filtros elevados (como los que impuso Susana Díaz en Andalucía) para luchar por el liderazgo.
Desde el punto de vista democrático es mucho más importante que la financiación de los partidos sea transparente y que los órganos de fiscalización externos (como el Tribunal de Cuentas) tengan capacidad real para levantar las alfombras, que el hecho de que el secretario general de una organización haya sido elegido por voto directo o indirecto.
El debate sobre las primarias siempre ha surgido en España cuando se ha producido una grave crisis de liderazgo en los partidos. Sucedió tras la caída de Felipe González en el PSOE, y en el PP cuando Mariano Rajoy parecía incapaz de ganar unas elecciones.
Los nuevos partidos, Ciudadanos y Podemos, han incorporado las primarias a su régimen interno, pero nadie puede cuestionar que su fuerza se basa en el hiperliderazgo que ejercen sus respectivos líderes, Albert Rivera y Pablo Iglesias, mucho más que en los procedimientos orgánicos que les han encumbrado.
Las elecciones de junio borraron de un plumazo las voces que clamaban por más democracia interna en el PP
Nadie duda de que Rivera será el ganador de las primarias que su partido celebrará a principios de año. Iglesias tendrá que enfrentarse a Íñigo Errejón en el cónclave conocido como Vista Alegre II, pero, al haber logrado ya que sus afines tengan el poder en Madrid y en Andalucía, es difícil que pueda surgir la sorpresa en forma de derrota.
Personalmente, me inclino más por las primarias, pero no les concedo ninguna virtud purificadora ¿Qué sucedería si ahora hubiera primarias en el PP? ¿Habría alguien con posibilidades de ganarle el pulso a Rajoy? Ni siquiera Esperanza Aguirre se atrevió a dar la batalla en el Congreso de Valencia, cuando una parte importante del partido la animó a que lo hiciera.
Los partidos son organizaciones de poder y lo que sus dirigentes y militantes quieren es que las enormes maquinarias que representan sirvan para ganar elecciones. Cuando el liderazgo está consolidado (como ocurrió con González en el PSOE, o con José María Aznar en el PP), nadie o casi nadie se pregunta cómo alcanzó el puesto la persona que lo encarna.
Las elecciones del pasado mes de junio no sólo dieron a Rajoy la victoria en las urnas, sino que borraron de un plumazo las voces que clamaban por mayor democracia interna. Por tanto, el Congreso de febrero servirá para que el líder del PP moldee el partido a su gusto ¡Ya le gustaría a Susana Díaz poder decir lo mismo en el PSOE!
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