Hay algo mucho más grave que el error de no invitar a Juan Carlos I a la celebración de los 40 años de democracia. Y es ir por ahí quejándose por lo bajini de que a uno, con lo que ha sido, lo hayan excluido.
Deslegitimar las decisiones de su hijo Felipe VI, acertadas o no, no ayuda a la Corona. Tampoco a apuntalar la grandeza del legado cuyo reconocimiento se queja ahora Juan Carlos I, seguramente con razón, que no se haya reconocido. Juan Carlos I, el indignado.
Para que sus escarceos botsuaneros no empañen la labor crucial que desempeñó durante la Transición, no parece muy oportuno alimentar los mentideros de la Corte con rumores sobre lo mal que le ha sentado que se cumpla el protocolo. Una cosa es que el rey don Juan Carlos merezca estar a la altura del hombre de Estado con la que desea ser recordado y otra que sea buena idea reclamarlo en alto, lavando trapos sucios fuera de Palacio.
Al final va a ser verdad que este país es más juancarlista que monárquico
Al final va a ser verdad que este país es más juancarlista que monárquico. A juzgar al menos por todas las opiniones que se escuchan estos días compadeciéndose del Rey enfurruñado. Apenas se discute, sin embargo, la dudosa conveniencia de haber filtrado el malestar a la prensa aun incluso a riesgo de desestabilizar la gestión de su hijo Felipe VI en el que él mismo abdicó.
“La monarquía sí debe brillar, el monarca no”. Lo dicen en The Crown, una extraordinaria serie de Netflix en la que el espectador va descubriendo cómo a medida que una jovencísima Isabel II se transforma en reina, se desdibuja como ser humano por el bien de la institución. Ni rastro de campechanía.
Felipe VI no goza de aquella lealtad en forma de discreción de los medios de comunicación de la que disfrutó Juan Carlos I durante décadas y que ayudó a construir una imagen de grandeza en nombre de la estabilidad del Estado. Es más, ha quedado claro esta semana que Su Majestad hijo no goza de esa lealtad ni siquiera dentro de la Casa Real.
“Si es una imagen verídica de usted, señor. ¡La edad es cruel!”, le dice el retratista que pinta a Winston Churchill en The Crown cuando éste se resiste a jubilarse. “Si ve decadencia, es porque la hay. Si ve fragilidad es porque la hay. No puede culparme por la realidad, y me niego a ocultar y disfrazar lo que veo. Si está sumido en una lucha contra algo, no es contra mí... Es contra su ceguera”.
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