Ha pasado un año del trumpazo. Y se ha cumplido el peor de los temores: era contagioso. Hace un año contemplábamos desconcertados cómo una democracia avanzada como la norteamericana elegía como presidente de EEUU a un populista capaz de decir más mentiras que palabras en una sola frase. Tan inverosímil era por entonces imaginarse a Donald Trump  como presidente de Estados Unidos como un año después resulta para España asimilar que Carles Puigdemont vaya por ahí de president de la República catalana en el exilio.

Hay muchas más semejanzas de lo que parece entre ambos casos. Los dos movimientos son populismos que se alimentan de prometer soluciones fáciles a problemas difíciles sin importarles desestabilizar un país entero. Han necesitado para ello una buena dosis de épica, mucha fake news y un oponente político miope que subestime el súperpoder de lo irracional para enamorar a un pueblo indignado. Nuestro Trump es PuigdemontMake Catalonia great again.

Nuestro Trump es Puigdemont: 'Make Catalonia great again'

Igual que Hillary Clinton, también Rajoy cometió el error de no tomarse en serio a su oponente. Tan inverosímil les resultaba a ambos líderes el discurso de su némesis que nunca terminaron de tomárselos en serio hasta que era demasiado tarde. ¿Cómo iba EEUU, un país próspero y avanzado, a votar como presidente a un hombre abiertamente machista y xenófobo? ¿Cómo va una sociedad como la catalana, próspera y culta, apoyar un movimiento político que precipite la fuga masiva de empresas y cause la mayor crisis política desde la Transición?

Trump se valió de la promesa de llevar Estados Unidos de vuelta a unos prósperos años 80 -que nunca existieron realmente- para seducir a los votantes descontentos que se sentían olvidados por Obama. Y el independentismo ha logrado convencer en tiempo récord a cientos de miles de catalanes que en 1714 se vivía mejor que en la España del PP . La verosimilitud está sobrevalorada en la política actual.

Puigdemont nunca ocultó su propósito de hacer un referéndum ni de llevar Cataluña a la independencia. También muchos analistas creían hace un año que la actitud provocadora de Trump se curaría en cuanto se sentara en el despacho oval, como si se le fuera a aparecer una lengua de fuego por Pentecostés para hacer sus tuits más presidenciales.

Y como un año de Trump no nos ha servido para tomarnos lo suficientemente en serio los populismos, por si el Brexit y el ascenso de la extrema derecha en Europa no era suficiente toque de atención, aquí están Puigdemont y compañía para resucitar los nacionalismos en el corazón de la UE. Esta vez, por favor, no subestimemos la amenaza. Qué largo se me está haciendo 2017.