El 8 de marzo no se paró el mundo. Avanzó. La histórica celebración del Día de la Mujer, que movió a cientos de miles de personas a manifestarse por las calles españolas en favor de la igualdad, ha sido acusada de elitista. Y con razón. La elite es el objetivo.

El éxito de las huelgas en el siglo XXI ya no se mide en función de si para la Seat. Sino si para Ana Rosa Quintana. Y paró. Gracias a el apoyo mediático, la movilización del 8 de marzo tuvo mayor seguimiento y visibilidad que nunca. Las elites se implicaron, sí. En las elites también hay mujeres hartas.

No en vano, la elite de los gobiernos, las empresas y las instituciones sigue estando abrumadoramente en manos de hombres. Las mujeres somos la mitad del mundo pero solo el 28% de los escaños en los parlamentos europeos. La mitad de la población pero solo el 19% de los alcaldes. La mitad de los consumidores pero solo un 26% de mujeres directivas. Y mientras en España el 60% de las titulaciones universitarias están en manos de mujeres, sigue habiendo solo un 21% de las catedráticas en las universidades públicas españolas. Y no. No es normal. Debe dejar de percibirse como tal.

Fíjate si fue elitista la huelga que hasta la secundó la reina Letizia vaciando su agenda, Ana Botín con dos tuits y el cardenal Osoro sumando a su filas a la Virgen María. Hasta Mariano Rajoy se puso el lazo morado. El día 8 sí que tocaba.

Ojalá tanto postureo morado sirva para que las élites se tomen en serio, ahora sí, la brecha salarial. Para que después de hacerse la foto del Día de la Mujer, los y las empresarias empiecen a auditar sus propias cuentas en busca de mayor transparencia salarial y resuelvan los casos de discriminación en la sombra.

El cambio debe ser cultural, pero las políticas públicas pueden ayudar

En plena resaca de buenas intenciones acumuladas el día 8, ojalá el 9 de marzo la igualdad real se convierta al fin en una prioridad de la política nacional. El cambio debe ser cultural, pero las políticas públicas pueden ayudar, por ejemplo, con permisos de paternidad que igualen a los de las madres. Acabarían así con una de las principales asimetrías que penalizan a la mujer en el mercado laboral y a los hombres en la vida familiar.

Las madres que deciden libremente tener una reducción de jornada no deberían ver penalizada su carrera laboral. Y los padres que igualmente decidan quedarse más tiempo con sus hijos deberían dejar de estar mal vistos en las empresas en las que muchos de sus directivos (y directivas) el día 8 se pusieron un lazo morado.

Muchas mujeres no pudieron permitirse hacer huelga. Otras muchas no quisieron. Pero las calles se llenaron de personas que pedían igualdad de derechos y oportunidades para todas. Ya estamos a día 9. Y los gobiernos, las familias y las empresas tenemos que pasar de los lacitos a los hechos. No hay vuelta atrás.