A Rajoy, que parece que va arrastrado a todo, a las ruedas de prensa, al gobierno, y al Congreso como a un colegio británico, le han obligado a moverse y con él crujía todo el hemiciclo, como un castillo de popa o una catapulta. Lo han arrastrado ahora los pensionistas, que parecen un coro de Verdi pidiendo patriótica justicia con música de chotis (como la de Verdi). El debate fue una guerra entre el estatismo medieval de Rajoy y la demagogia del dinero tras las orejas. La pereza contemplativa de Rajoy no parece arreglar mucho, pero los escaparates de jamones y pancetas que pretenden poner los otros en este debate, tampoco.

A Rajoy no le va a cambiar nadie ya su realismo de teneduría, que se ha quedado viejo como la chaqueta de notario pessoiano que parece llevar. Rajoy, zurbaranesco, sacramental contra las espigas masónicas de la tribuna, con humor o soberbia de sacristán, afirmó que las pensiones están aseguradas, que están en el buen camino (el crecimiento y la creación de empleo), que hay volver al Pacto de Toledo donde están prohibidos los sustos, y que hay que sacar las pensiones del debate electoralista, que provoca sobresaltos. Y anunció (se esperaba un anuncio, si no con arcángel, con carretillero) que van a subir las pensiones mínimas y de viudedad, quizá para lo que hizo esta comparecencia. Lo demás, a Rajoy, se le sale del canon. Él mordía con miradas de paternal conmiseración y se oía cantando a tres voces la verdad, la sensatez y la visión de gobierno. El síndrome de la Moncloa empieza a convertirlo un poco en príncipe organista.

A Rajoy no le va a cambiar nadie ya su realismo de teneduría, que se ha quedado viejo como la chaqueta de notario pessoiano que parece llevar

Margarita Robles, que siempre parce una maestra o una casera cabreada, le quiso emborronar el ejercicio a Rajoy. Le afeó el modelo de crecimiento, basado en la desigualdad, le echó en cara el dinero del rescate bancario y la amnistía fiscal. Pidió que las pensiones subieran con el IPC, pero dejando el dinero en las fresqueras del cielo, o sea, sin decir mucho cómo sacarlo, quizá sólo llamándolo como a ovejitas. Luego, Rajoy le recordó la destrucción de empleo, los bolsillos con esqueletos de arañas de dejó Zapatero, sus pensiones congeladas y la guadaña sonriente que puso sobre todo el país. Una vez quitada la “autoridad moral”, Magarita Robles se hundió bajo el brasero que parecía tener a los pies, en su pensión.

Pablo Iglesias empezó sacando el dinero inverso de los jubilados, o sea la factura de la luz impagada, quizá comida luego con sal; la achicoria real o simbólica de su condición, toda la colillería sentimental de miseria que debía servir de contraste con los millones que el Gobierno dedica a rescatar autopistas o bancos. Pablo Iglesias cuantifica sólo las anécdotas. Como ése submarino de mármol que Defensa ha construido, como si fuera para un baño de Jesús Gil, y que hoy no ha mencionado, pero suele. Otras veces, cuantifica inexactitudes, como el rescate a la Banca (más bien a las cajas), que no era dinero de los banqueros, sino de la gente. Pero ellos se creen que los bancos tienen el dinero para bañarse en él, como Tío Gilito. A pesar de sus intentos, siempre ganan en él las abstracciones, las categorías, los ricos, lo público, el pueblo y esas abstracciones le pesan en su discurso más que los millones en calderilla. Es ese peso el que le hace hablar con tono de tabla de multiplicar o declinación latina. No se puede sacar todo lo que nos haga falta de los mocos de los ricos, sobre todo si lo que se quiere es acabar con los ricos; ni rebuscando tras los cojines del Estado. Lo público no es una cornucopia a la que se le ordeña oro, como en las alegorías.

Ciudadanos, que sigue en esa especie de tango del despecho y el amor con el PP, alargó un poco ese tono de cortoplacismo, ese manotazo para espantarse a los jubilados como a gaviotas. Habló de crear empleo de calidad pero también trabajar en la familia, para promover la natalidad, y en la educación. Ciudadanos sigue haciendo un reformismo de poco recorrido o mantita corta. Seguro que, como Rajoy, piensa en la aprobación de los presupuestos, a los que el presidente terminó ligando sus propuestas o parches o caramelitos de café con leche.

Rajoy, ya sabemos, dice cómo son las cosas sin hacer nada para que pasen cosas. El jubilado de obra y mus es él. No se puede ir por detrás de la actualidad, de la política, como el coche barrendero o el que apaga la luz. Hoy ha vuelto a hablar, después del atropello de los jubilados. Nada demasiado sustancioso, ni a corto ni a medio plazo. No sabemos si esto espantará a los jubilados de sus palomares. Pero, al final, esa batalla náutica escenificada, como hacían los romanos, que llamaban naumaquia, no salió muy mal. La demagogia tendrá mas telediarios, el estatismo de Rajoy tendrá más tiempo para mirar su chimenea eterna, y los jubilados más pitidos en los oídos y más cáscaras en los bolsillos.