El PP organizó la convención de Sevilla para dar moral a la tropa. El descalabro electoral en Cataluña y la imparable ascensión en las encuestas de Ciudadanos habían creado una cierta sensación de fin de ciclo letal para los intereses de un partido que pretende volver a ganar las elecciones.

Las convenciones -a diferencia de los congresos- se montan con un ojo puesto en el estado de ánimo de los cuadros y militantes del partido y, con el otro, en los medios de comunicación que, durante unos días, se ocupan de dar relieve a los discursos de sus líderes. Moral y titulares.

Pero el PP lleva una temporada como si lo hubiese mirado un tuerto. El affaire del supuesto máster de Cristina Cifuentes ha ensombrecido la cumbre de 3.000 cargos electos reunidos en Sevilla. La foto de la convención no será la del presidente del gobierno llamando "inexpertos lenguaraces" a los dirigentes de Ciudadanos, sino la del abrazo de la presidenta de Madrid a Rajoy, como si fuera su última tabla de salvación. Y, para colmo, en su encuesta del domingo, El País continúa dándole 8 puntos de ventaja al partido de Albert Rivera sobre el PP.

Pero lo preocupante de lo ocurrido el pasado fin de semana no es la constatación de la mala suerte que acompaña al partido en el poder cuando se trata de poner en valor sus aciertos, sino la manera en la que ha reaccionado ante una crisis que le puede costar Madrid y, con ello, perder todas sus opciones para revalidar el triunfo en las próximas elecciones generales, en las que Rajoy volverá a ser cabeza de lista.

Las declaraciones de los responsables del maldito máster dejan prácticamente sin argumentos a la presidenta de la Comunidad. Cada día que pasa, su credibilidad se hunde un poco más en el lodazal de un escándalo que amenaza con arrasar el prestigio de una de las universidades públicas más importantes de España.

En lugar de mantener una prudente distancia sobre un caso en el que cada día aparecen nuevos indicios, el PP, al menos de puertas afuera, ha preferido mantener una actitud casi legionaria ante el cuestionado honor de su compañera.

C's tiene que optar entre mantener a la presidenta para que se consuma a fuego lento, o forzar su salida con la amenaza de una moción de censura

El principal activo de un político es su credibilidad y esa virtud es la que ha perdido Cifuentes en las últimas dos semanas en las que no ha sabido responder con contundencia a un asunto menor del que debería haber salido airosa si su versión de los hechos fuera cierta.

Lo que ha hecho importante el asunto del máster ha sido comprobar que la bandera que ha enarbolado Cifuentes desde que se encaramó al poder en la Comunidad de Madrid, "tolerancia cero contra la corrupción", sólo era un eslogan publicitario.

El PP tiene que decidir si mantiene hasta mayo de 2019 a una candidata mortalmente herida políticamente o bien saca del banquillo a alguien que pueda mantener la cabeza alta sin tener que borrar de su pasado alguna huella inhabilitadora.

Los partidos deben defender la presunción de inocencia de sus dirigentes, por supuesto. Pero ese margen de duda razonable, el hecho de que la carga de la prueba está en el que acusa y no en el que se defiende de la acusación, concluyó cuando el director del máster reconoció que había "reconstruido" un acta que, de hecho, no existía y cuando dos de las profesoras que, teóricamente, habían formado parte del tribunal admitieron que sus firmas habían sido falsificadas.

Con esos indicios tiene bastante lógica que ni la Universidad Rey Juan Carlos ni la presidenta de la Comunidad de Madrid encuentren un trabajo fin de máster que, por lo que parece, nunca existió.

Cifuentes puede optar por prolongar su calvario y el PP por mantener su apoyo contra viento y marea. Ahora le toca a Ciudadanos valorar qué actitud va a adoptar en el inmediato futuro: mantenerla para que se desgaste lentamente; o bien, forzar su dimisión con la amenaza de sumarse a una moción de censura.  O, lo que es lo mismo, decidir cuál de las dos opciones tendrá un menor coste para su propia credibilidad.