No sé si lo de primera dama es un trabajo, una vocación, un sacerdocio o un escaparate. Aquí no gastábamos esas nomenclaturas porque las mujeres de los políticos no se veían ni regando el jardín, y por eso todos nuestros políticos parecían un poco curas al principio. Entonces Carmen Romero, mujer de Felipe González, una socialista bien atornillada al partido y a la tradición sindicalista, nos descubrió que González no vivía con Guerra, como Epi y Blas, y que además la señora del presidente era como un doble suyo, cosa que asustaba un poco a la derecha, que se sentía más rodeada. Luego hemos tenido a otras esposas, algunas más invisibles y otras menos, y también señores consortes de la política. Casi todos terminaban pensando si eran esposos de un espía, o siéndolo. Alguno se encontró así un Jaguar, alguno se encontró bolsas de plástico con dinero oliendo a amoniaco, y cosas así.

Lo malo de ser consorte de la política es que la política nunca te deja, ni en la cocina ni en la oficina. Si eres también político, como Carmen Romero, o eres consorte de sofá o de manguito y platea, no ocurre gran cosa. Pero si alrededor del matrimonio orlado o maldito por la política rondan negocios, contratos, caramelitos y querencias, todo es mucho más quebradizo. Más aquí, donde la frontera entre lo público y lo privado casi no existe, porque siempre hay un político tras cada papel y cada farola. Al consorte le queda pues la posibilidad de una especie de castidad o abstinencia de lo privado, o sea hacerse completamente público, como una princesa. Eso, o la eterna sospecha. Porque aquí las leyes sobre incompatibilidades, cohechos y prevaricaciones parecen escritas, con mucho tino, en el lenguaje de los oráculos.

El fundraising que tiene o sabe Begoña Gómez le permite algo muy oportuno, y es acceder a esos puestos de yerno del rey, que siempre resulta que puede hacer un yerno del rey o una princesita de la segunda fila

Begoña Gómez, mujer de Pedro Sánchez, no es de las de manguito y platea, aunque vaya a los conciertos de la agenda oficial. Es una profesional con un currículum de esos de LinkedIn, un poco esotérico y adhesivo, con muchas cosas que terminan en ‘ing’ para pegarse a otras cosas que vuelan por LinkedIn y que no sé por qué empezarán, pero seguro que encajan como corchetes. Un ingeniero agrónomo es un ingeniero agrónomo, pero un experto en fundraising debe de estar entre la fondue y el kung fu, o a lo mejor entre los motores alemanes y la industria del somier. El caso es que son oficios que te pueden llevar a muchos sitios, sirvas o no, sea el tuyo o no, porque son oficios que, antes que nada, tienes que creerte que existen de verdad. Con el fundraising te pueden colocar en una droguería o en la ONU, seguro, a ver quién va a decir algo.

El fundraising que tiene o sabe Begoña Gómez le permite algo muy oportuno, y es acceder a esos puestos de yerno del rey, que siempre resulta que puede hacer un yerno del rey o una princesita de la segunda fila, pero desde luego no un ingeniero agrónomo, cosa que sería impensable. O sea, una cosa entre la fundación, la ONG y el día de la banderita; entre la promoción, el picnic en la playa y el comedor de artistas; entre salvar bonsáis o jirafas o niños que están en medio, o algo así. Cosas de Michelle Obama, que es buena referencia también.

La señora de Sánchez va a manejar su fundraising en el Centro de Estudios Africanos o algo así. El Instituto Empresarial o Instituto de Empresa que ha fichado a Gómez porque uno de sus ‘ing’ se les pegó en el nombre es también muy etéreo. Parece que igual están de negocios que de safari fotográfico, y yo creo que no hay ‘ing’ que no pueda recoger. Seguro que el de la esposa de un presidente de Gobierno es tan pegajoso como otro, pero yo me hubiera quedado más tranquilo si la hubieran fichado cuando, yo qué sé, la “única autoridad del PSOE” acababa de echar a Pedro Sánchez de Ferraz como a un testigo de Jehová. Ahora que Pedro Sánchez vuela con los arcángeles y ha inaugurado una “nueva era de la política”, los malpensados seguro que lo ven como un gesto de pleitesía o un intento de que le devuelvan la convidada. O sea, el enchufe con contrapartida. Lo de cohecho impropio, la verdad, sólo lo pueden decir, como explicaba antes, los oráculos.

Las esposas de los presidentes vienen ya con oficio puesto, a juego con la sospecha. Lo que ocurre es que a Sánchez, que ahora mismo cree que nada le puede tocar, ni la sospecha ni el pudor parecen importarle

Begoña Gómez tiene un fundraising que parece muy valioso, aquí y en África, aunque también suena a bicho que te puede morder. Parece inevitable acordarse de la mujer de Frank Underwood, de House of Cards. Claire dirigía una ONG, la Iniciativa Agua Limpia, seguro que con su fundraising en regla y con todas sus vacunas, aunque ella sólo persigue poder. No sé si Pedro Sánchez es Frank Underwood todavía. De momento, el poder le está hinchando el mármol de la cara y no se corta en colocar a sargentillos y vigías de partido en cada piso y en cada escobero de cada edificio público. Quizá le preocupa el país tanto como a Claire el agua limpia. Yo sólo diré que es Frank Underwood si se carga políticamente a Susana Díaz y sale un día en ese atril como con rodapié de La Moncloa chorreando sangre de las manos. De momento, Begoña arreglando África y Pedro arreglando España dan dos oficios más de paripé que de crimen.

A mí este enchufe de Begoña Gómez, pues, no me suena tanto a House of Cards como a dignidad y pompa compradas a una Casa Real. A que te den un trabajo de besar niños y mandar tarjetas por tu apellido, por tu rango, y para que este Instituto de Empresa con nombre de tapadera sin ganas empiece a salir en todos los medios acompañado de una majestad institucional y acojinada. Yo le deseo mucha suerte a Begoña Gómez y que el fundraising no le duela mucho con la humedad. La opción de renunciar a lo privado, de convertirse en un jarrón de La Moncloa, es ciertamente muy dura. Y no terminamos de tener una legislación tranquilizadora sobre incompatibilidades aquí. Claro que si montara una mercería, o si fuera perito de coches, esto no pasaría. Pero ya ven, las esposas de los presidentes vienen ya con oficio puesto, a juego con la sospecha. Lo que ocurre es que a Sánchez, que ahora mismo cree que nada le puede tocar, ni la sospecha ni el pudor parecen importarle.