“El 1-O es el Día de la Victoria”, ha dicho Torra como un Churchill de cafetín o de obrador. Después de un año de repúblicas de un minuto, héroes cagados, mocos identitarios y sopapos de realidad, lo que queda es una derrota dada la vuelta en victoria, igual que aquel día se le dio la vuelta a una montonera para convertirla en democracia. Desde el principio se dieron cuenta de que sólo tenían ese recurso, darle la vuelta a todo. A las urnas como tortillas de patatas, como cacerolas traídas ya de casa; a las palabras como señales de tráfico giradas, a la violencia del ojo que golpea el dedo, y así.

Ese día de milicianos de la cola del pan, de mancos fingidos, de picnic de desmayados, de caderas portátiles ya rotas, caderas para tirar como una bicicleta vieja, contra la policía, contra España, como la falsa pobreza y el falso desamparo de quienes en realidad son ricos y poderosos, en dinero, en fuerza, en número, y no han salido a defenderse, sino a apabullar, a pisotear sus propias papeletas simbólicas, sus propias palabras de libertad, como arroz o flores de boda.

El 1-O fue lo contrario de la democracia, aunque esto sería importante si de verdad les importara la democracia, que no es así. Aquello, presentado como democracia salvaje, fue en realidad antidemocracia salvaje. Si hay algo peor que un comité de cabecillas, doctores, espadones o frailes decidiendo sobre la libertad de los demás, es una turba haciendo lo mismo. Quizá ellos, que se creen que fueron navegantes griegos antes que los griegos (y colombinos antes de Colón), se tienen por la parte griega, pura, de la democracia, el demos encarnado, vociferante y galopante, olvidando que la democracia es más americana que griega y tiene que ver más con el derecho de las minorías que con el capricho de la mayoría; más con el respeto al imperio de ley que con ser la ley.

La democracia tiene que ver más con el derecho de las minorías que con el capricho de la mayoría

Todo al revés, todo vuelto, como calcetines o capuchas, sería ya todo lo suyo después del 1-O. Contradictorio y falaz, como escolasticismos de conveniencia, como fullerías de sofista. Su república sin lugar para lo público, su gobierno del pueblo con un Parlament privado, sellado y venenoso como una carta de Richelieu; sus valientes rajados, sus mártires comodones y acolchaditos, su antifascismo de antorcha, correaje, uniformidad y marca; su pacifismo de coz y empellón. Nada que se pueda sostener con la razón, así que están con el sentimiento y con la fe, capaces de nublarlo todo y de negarlo todo, primero la realidad, principal enemigo de cualquier delirio.

El Día de la Victoria, “votamos y ganamos”, es capaz de decir Torra, mientras Cataluña arde y se rompe desde su puente levadizo o desde sus velas latinas, desde el istmo o desde las branquias de su libertad. El truco, esta mentira, este bucle sentimental y enfermizo, sólo se mantiene por su propio movimiento. Pero cada vez necesita más fuerza motriz, como si su masa inercial aumentara con la repetición, con la frustración, con la pequeña resistencia que quizá van haciendo el cansancio o el desencanto. Por eso vemos que se incrementa la presión, el odio, la violencia. La república no llega, ni con Puigdemont haciendo por ahí de Napoleón beethoveniano y cazamoscas, ni con Torra susurrando como un confesor intrigante. Aunque les queda la esperanza de Sánchez, el débil Sánchez, el ególatra Sánchez, ahí en La Moncloa o en cielo o en Nueva York como en su baño moruno.

Sánchez, su talle de junco es más flexible y puede bailar con la justicia y con la política como con una silla

Sánchez, capaz de debilitar al Estado no sólo en Cataluña (aún más que Rajoy, sí) sino internacionalmente, poniendo a sus ministros a suspirar por los presos, haciendo dudar de la justicia, llegando a proponer Quebec como modelo aunque ese modelo se tope con nuestra Constitución igual que la república balconera de Puigdemont. Sánchez, insinuando que lo que creíamos que era el estricto imperio de la ley sólo era la posición ideológica del PP, el rancio PP, el antidemocrático PP, perennemente franquista como un duro de Franco. Sánchez, su talle de junco es más flexible y puede bailar con la justicia y con la política como con una silla. Torra dijo aquello de “o república o república”, y esto a Sánchez, que no es un ingenuo sino un descarado, le parece una negociación, así que quién sabe.

Aumentarán el caos, la violencia, la avilantez del secesionismo que no tiene nada que perder. Cataluña será un terrario de serpientes amarillas, boas de farola, mordiscos tobilleros, sapos alimenticios y cervatillos acosados, esperando que Sánchez ceda siquiera en un referéndum pactado, no vinculante, que les abra la puerta al reconocimiento internacional, más si antes se han soltado presos, legitimando y ennobleciendo sus actos. No parece probable, pero cuando Sánchez se vea sin pie en el Congreso y sin alas en su nube, ya veremos. De todas formas, aunque no lo consigan, Cataluña seguirá sufriendo, la democracia seguirá sufriendo, España seguirá sufriendo, abandonadas y usurpadas. Y lo seguirán llamando política los traidores y victoria los cobardes.