Llegan tarde, demasiado tarde. El presidente del  Gobierno y varios de sus ministros más importantes -Borrell (Exteriores), Montero (Hacienda) y Calviño (Economía)- además de la portavoz del grupo parlamentario Adriana Lastra, salieron ayer en comandita a desmentir lo que el país lleva varios días escuchando: que Pablo Iglesias, el líder de Unidos Podemos acude hoy a la cárcel de Lledoners para convencer a jefe de ERC Oriol Junqueras de que apruebe los presupuestos Generales del Estado y que acude en calidad de enviado de Pedro Sánchez. Y ahora, cuando desde el PP y Ciudadanos han puesto el grito en el cielo por lo que supone de inadmisible la escena a la que vamos a asistir esta tarde, y cuando el propio Pablo Iglesias ha aclarado que él no es el delegado de nadie, en el Gobierno se caen del guindo y se dan cuenta del daño inmenso que esa imagen va a suponer no solamente para el Ejecutivo sino para el prestigio de España como país serio.

Pero la realidad es que nada de eso es lo que ha movido a Sánchez y a sus próximos a intentar recolocar las cosas en su sitio sino el profundo malestar que esta situación estaba creando en el seno del propio Partido Socialista, cuyos dirigentes regionales y cuyos militantes no son capaces y no están dispuestos tampoco a digerir que el líder de Podemos acuda a negociar el apoyo a los Presupuestos con un dirigente político que está en prisión preventiva por haber cometido -siempre presuntamente- uno de los delitos más graves tipificados en nuestro Código Penal. No podían los dirigentes andaluces, con unas elecciones en puertas, contar con un argumento más dañino para ellos y más goloso para sus contrincantes electorales.

Pero no nos engañemos: esa es la realidad y Pablo Iglesias hace encantado ese papel porque está extraordinariamente interesado en que estos Presupuestos salgan adelante por varias razones. Una de ellas es que no le convienen de ninguna manera unas elecciones anticipadas. Pero otra de las razones es que está sacando un rédito extraordinario al rol que Pedro Sánchez le ha permitido desempeñar en este capítulo decisivo de la legislatura: nada menos que el de coautor del proyecto de borrador de las cuentas del Estado. No por casualidad él dijo recién firmado con solemnidad innecesaria y del todo excesiva el documento conjunto con el presidente, que Podemos -o él, eso no estuvo claro- estaba "cogobernando", una expresión que en absoluto fue corregida ni desmentida inmediatamente desde la Presidencia.

Es una escena que resulta muy difícil de soportar y que el silencio continuado del presidente Sánchez y de todo su equipo, sumado a las fanfarronadas continuas del intermediario, ya han convertido en imborrable

Pero es que desde el principio de este episodio hubo un detalle mortal de necesidad que fue el famoso papel que enviaron desde Presidencia a los periodistas, que contenía el logo del conglomerado de Podemos junto al sello oficial del Gobierno. Tampoco hubo reacción oficial ante semejante ascensión institucional practicada por el partido morado sobre los lomos del Gobierno de España de tal manera que quedó fijada ante la retina de la opinión pública que el Gobierno y el partido de Pablo Iglesias eran los coautores en pie de igualdad de aquel texto sobre el que habrían de elaborarse los Presupuestos Generales. No tuvo nada de raro, en consecuencia, que Iglesias hablara de "cogobernar". Lo verdaderamente chocante es que desde el Ejecutivo no se pusieran inmediatamente las cosas en su sitio y, por el contrario, admitieran colocar al Gobierno de todos a la misma altura que un partido político por el mero hecho de haber llegado a un acuerdo concreto con él .

Y ahora es demasiado tarde porque el daño ya está hecho. Y es también inútil a estas alturas que Pedro Sánchez diga lo que debió decir hace justamente una semana, esto es, que en nombre del Gobierno solo negocia el  Gobierno. Y es inútil también que la portavoz socialista asegure que el PSOE desconoce lo que el líder de Podemos va a tratar con el de Esquerra Republicana porque eso ya no se lo cree nadie. Pablo Iglesias ha adquirido en estos ocho días largos una posición infinitamente más relevante en términos políticos que la que había tenido hasta ese momento y es desde esa nueva posición desde la que se va a valorar su encuentro de hoy con Oriol Junqueras.

Y lo que hay de verdad es que el líder de un partido que no está en el Gobierno -o que no está de una manera visible- va esta tarde a convencer a un político que está en la cárcel por presuntos delitos gravísimos de que salve los Presupuestos de un presidente que necesita de su aprobación para salvar su continuidad en el palacio de La Moncloa. A cambio, Oriol Junqueras recibirá cierta clase de garantías, o al menos de esperanzas, sobre su futuro procesal en el caso muy probable de que sea condenado a prisión por el Tribunal Supremo. Esperanzas que serán más tangibles y más verosímiles, le dirá Iglesias, si el PSOE continúa en el poder que si se hace necesario convocar elecciones anticipadas por culpa de la negativa de ERC a apoyar las cuentas del Reino -aunque Iglesias se cuidará muy mucho de darles ese nombre, que es el suyo- y los resultados electorales acaban dando la victoria a uno de los partidos de centro derecha cuyas posiciones ante el secesionismo Junqueras conoce bien. Y, de paso, Junqueras va a tener la oportunidad de blanquear su apariencia como la de un político ortodoxo, fiable e imprescindible para conseguir la mejora del Estado del Bienestar. Ni se puede pedir más ni se puede llegar a menos.

Esto es lo que va a pasar aunque esta tarde nos lo nieguen todos los implicados en esta operación de salvamento. Y lo que ya ninguno de ellos podrá evitar es la terrible imagen, interna pero también internacional, de un Gobierno que por vía interpuesta negocia en la cárcel su continuidad con un preso acusado de haber cometido un gravísimo delito contra la unidad del país y por eso mismo contra la Constitución.

Es una escena que resulta muy difícil de soportar y que el silencio continuado del presidente Sánchez y de todo su equipo, sumado a las fanfarronadas continuas del intermediario, ya han convertido en imborrable.