Todos los participantes en las elecciones de este domingo se pueden, por distintas razones, dar por satisfechos. Todos menos uno. O uno y medio. Y ese uno es el líder de Podemos que ha cosechado un resultado catastrófico hasta convertir a su partido en una pieza innecesaria en casi todas las plazas, salvo quizá y según y cómo,  en Asturias, donde el PSOE de Javier Fernández preferiría sin duda pactar con Ciudadanos ; La Rioja, donde sucede lo mismo; Canarias, siempre que se sume a Nueva Canarias para dar el gobierno al PSOE, y Baleares, junto a los ecosocialistas de Més.

Es decir, el naufragio general para el partido morado. Su líder, Pablo Iglesias, que ya esta mañana ha rebajado el tono de sus pretensiones de entrar en el futuro gobierno de Pedro Sánchez, insiste en su idea fija de hacer valer sus 42 escaños en el Congreso para pedir -ya no reclamar- al presidente en funciones un lugar al sol para no acabar muriendo de frío.

Pero suceden dos cosas que pueden complicarle aún más la vida al señor Iglesias. Una de ellas es que el propio Sánchez apeló el mismo domingo por la noche al líder de Ciudadanos para que considere la opción de pactar con el PSOE para evitar, dice Sánchez, que Vox entre en los gobiernos de algunas comunidades y ayuntamientos. Y, como era de esperar, el lunes por la mañana desde Ciudadanos se ha dicho que el partido naranja no descarta en absoluto pactar en determinadas plazas con el PSOE. Eso dejaría a Iglesias fuera de la mesa en la mayor parte de las pocas plazas en las que podía haber tenido una cierta capacidad de influencia.

No es creíble que Iglesias salga personalmente indemne tras haber llevado a su partido a achicharrarse en la parrilla

Y la segunda cosa que sucede es que los inscritos de Podemos no se van a quedar callados y conformes con lo sucedido y previsiblemente le van a exigir  a su secretario general algo más que unas someras explicaciones y una promesa de ganarse la misericordia del PSOE al que, por cierto, siempre le interesará mantener a su izquierda a un pequeño grupo que le deje en la posición de centro en términos relativos. Es decir, el papel que ha jugado desde siempre Izquierda Unida en relación con el PSOE.  Lo más probable es que las bases del partido morado exigen responsabilidades al más alto nivel. No es creíble que Pablo Iglesias salga personalmente indemne tras haber llevado a su partido a achicharrarse en la parrilla.

Por eso este partido de ninguna manera puede darse por satisfecho sino, al contrario, está obligado a asumir su fracaso sin atenuantes y el modo, siempre difícil y doloroso, de examinar cara a cara toda su interminable serie de errores: de apreciación de la realidad política general; de comprensión de su papel relativo en el panorama nacional; de elección de las sucesivas estrategias y, finalmente, de los criterios utilizados para llevar a cabo las múltiples represalias y expulsiones que han mermado no sólo la fortaleza del partido sino la moral de la tropa.

Hemos dicho que un partido y medio no podían estar contentos con los resultados  de las elecciones de ayer. El medio es Vox porque, aunque sus dirigentes están encantados de haber hecho su aparición en la vida política española y de resultar determinantes para la formación de los gobiernos del centro derecha, hay una realidad que no pueden ignorar y es la de que en cuestión de seis meses han ido perdiendo apoyos de una manera muy llamativa, yo diría que alarmante para ellos. Veamos: en las elecciones andaluzas el partido de Santiago Abascal obtuvo un 12% de apoyos; en las generales del mes pasado obtuvo un 10%. Y en los comicios de este domingo ha recibido un 6%. Es decir, ahora tienen la mitad de los apoyos que tenían en diciembre.

Ése es un aviso muy serio porque corren el riesgo cierto de seguir, pero de manera mucho más acelerada, la senda de Podemos hasta llegar, como Podemos ha llegado ya,  a la irrelevancia. Convendría muy mucho a sus intereses a medio y largo plazo no hacerse trampas a sí mismos y adecuar su discurso a las auténticas necesidades de los electores, incluidos los suyos, que están demostrando preferir la moderación, dentro por supuesto de las discrepancias políticas, a los extremismos. En definitiva, lo de siempre. Nada nuevo en España.

Cuanto más decididos estén en Vox a exigir un planteamiento de máximos en cada negociación, más estarán cavando su tumba para dentro de cuatro años

A partir de ahora sus miembros tienen la oportunidad de modular sus planteamientos de modo que no conviertan en imposible cualquier acuerdo de gobierno que necesite de su concurso. Cuanto más decididos estén a exigir un planteamiento de máximos en cada negociación, más estarán cavando su tumba de aquí a cuatro años.  Hasta que se les dé sepultura y se les ponga un RIP. En su mano está participar en la vida política española de modo eficaz o quedarse en una posición testimonial y un tanto retadora pero, al final, estéril.

Vamos ahora con Ciudadanos. El partido de Albert Rivera mantiene de forma sostenida una trayectoria ascendente. Eso no tiene discusión. Pero ni siquiera así ha logrado pasar por delante del Partido Popular. Y habida cuenta de que el PP se enfrentaba a este nuevo desafío electoral en su momento de mayor fragilidad, cuando más vulnerables eran tanto sus estructuras como su mensaje y su equipo dirigente, porque el fracaso en las elecciones generales había sido monumental y, en consecuencia, se enfrentaban en medio de la angustia y la debilidad a este nuevo veredicto de las urnas, los de Ciudadanos no van a encontrar una ocasión mejor que la de este domingo para pasarle por delante. Y, sin embargo, no lo han conseguido.

El PP sigue siendo una formación de gran fortaleza que, aunque en precario, ha logrado mantenerse en pie en mitad de la peor tormenta padecida por la formación, acosada desde antiguo por el descrédito de los múltiples casos de corrupción y golpeada tan recientemente como el mes pasado por el desastre de la mayor pérdida de escaños de su ya larga historia. Albert Rivera tiene cuatro años por delante para reflexionar y decidir si su primer objetivo político va a seguir siendo disputarle al PP el sitial de líder de la oposición en la derecha, para lo cual ya le quedan muy poquitas cartas porque este domingo no consiguió revalidar sus prometedores resultados de las elecciones generales y comprobó cómo el PP  lo volvía a superar en plazas tan importantes como la Comunidad de Madrid, Aragón, Baleares o cualquiera de las grandes ciudades.

Para poder gobernar España, Rivera deberá asumir más pronto que tarde que ha fracasado en su objetivo de ocupar el espacio de la derecha española

Todos esos lugares asistieron a una imprevista recuperación de los de Pablo Casado y dejaron a los naranjas con la miel en los labios.  Por lo tanto, puede seguir empeñado en esa pugna estéril o puede optar por desempeñar de aquí en adelante el papel de partido de centro que cubra por fin el hueco que viene estando vacío desde los tiempos de la transición: un necesario partido bisagra de ámbito nacional, no nacionalista, capaz de pactar a su derecha y a su izquierda según las circunstancias y de acuerdo con su propio programa y su propia ideología. Eso sería lo más recomendable para sus intereses y también para los del país, sobre todo después de comprobar que tampoco podrá ocupar por sí mismo y sus solas fuerzas el gobierno de ninguna autonomía ni de ningún ayuntamiento.

En ese caso obtendría una rentabilidad política mucho mayor que la de seguir lidiando por ocupar un sitio que, después de estas últimas elecciones, sigue teniendo el mismo dueño y sobre el que no volverá a haber hasta 2023 ocasión de litigar por él. Ciudadanos tiene en este momento una ocasión de oro para seguir creciendo en apoyos populares porque tiene en su mano decidir en muchos casos quién va a gobernar una determinada autonomía. Eso sucede en las comunidades de Madrid, Castilla y León o Aragón, por poner tres ejemplos. Además, por supuesto, del Ayuntamiento de Madrid, el Gran Deseado.

Desde esa posición, aunque con el PP siempre por delante, Albert Rivera podrá intentar hacer realidad la profecía formulada por él mismo en la noche electoral: "En las siguientes elecciones vamos a gobernar España". Pero para dedicarse a eso tendrá que asumir más pronto que tarde que ha fracasado de plano en su objetivo de ocupar el espacio de la derecha española.

Un espacio que sigue perteneciendo al PP, que el domingo vivió el calvario agónico de esperar los resultados que iban arrojando poco a poco las urnas de toda España. Cuando se cerraron los colegios y se publicaron las primeras encuestas a pie de urna, el panorama al que se enfrentaba la dirección popular era tenebroso. Tan es así que ni siquiera se había dispuesto en la calle Génova de Madrid ni una mínima tribuna desde la que celebrar algún éxito, por pequeño que fuera. Los alrededores de la sede popular estaban completamente desiertos. Se preparaban para vivir una auténtica tragedia.

Pero el Partido Popular aguantó el tirón y sacó adelante nada menos que la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid,  el oscuro objeto de deseo del Partido Socialista , que esperaba con esa victoria culminar una jornada triunfal en todos los ámbitos. Pero no pudo ser y Pablo Casado se alzó finalmente con el ansiado trofeo. Y no sólo eso sino que recuperó alguna de las grandes ciudades españolas contando siempre con los consabidos pactos. Y tiene posibilidades de gobernar, también con acuerdos, en comunidades hasta ahora gobernadas por el PSOE como Aragón y de mantener el poder, si Ciudadanos lo decide así, en una plaza tradicionalmente popular como Castilla y León, Murcia e incluso Navarra.

De este modo, y teniendo en cuenta que el PP ya está gobernando en Andalucía, la comunidad más grande de España y que va  a gobernar en Madrid, la comunidad económica más potente, resulta que el PP se ha convertido en un poderoso contrapoder de hecho del futuro gobierno de Pedro Sánchez que proporcionará un equilibrio no desdeñable entre los dos grandes partidos que hasta ahora se han turnado al mando del país.  Así que el bipartidismo, todo lo  imperfecto que se quiera pero bipartidismo al fin y al cabo, no sólo no está muerto. Ni siquiera, como en el chiste, está mal enterrado, sino que tiene vida y potencia propias para aguantar muchos años.

A Pablo Casado le ha venido Dios a ver. No sé si es o no creyente pero lo sucedido en la noche electoral me recuerda a unas viejas estampas de cuando mi niñez en las que se veía a un niño caminando descuidadamente por el borde de un precipicio y a un inmenso ángel de la guarda poniendo su mano en la espalda infantil para asegurar que saldría con vida de su peligroso paseo. Pues el ángel de la guarda del PP debe de estar hoy agotado. Este partido, después de este trance, tiene amplio espacio temporal para repensarse, reconstituirse, vitaminarse, ejercitarse y recuperar su vieja fortaleza y seguridad. Mientras tanto, que se dé con un canto en los dientes por lo conseguido y que su cúpula directiva acuda a Jesús del Gran Poder en la calle de Medinaceli, al ladito mismo del Congreso, a poner unas cuantas velas de agradecimiento al Altísmo.

Después de este trance, el PP tiene amplio espacio temporal para repensarse, reconstituirse, vitaminarse, ejercitarse y recuperar su vieja fortaleza y seguridad

Finalmente el PSOE. Es el gran vencedor de los comicios. De éstos y de los del mes pasado. Ha mantenido todos sus centros de poder con dos brillantes mayorías absolutas en Castilla-La Mancha y en Extremadura, y no sólo conserva Sevilla y Valladolid entre las más grandes ciudades españolas, sino que ha recuperado para sí todos los grandes centros urbanos de Galicia. Es decir, un éxito pero...con paliativos. Y los dos grandes paliativos son las dos piezas más codiciadas por los socialistas en estas elecciones: la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento de la capital de España.

En estos comicios se ha vuelto en contra de las formaciones de la izquierda un acuerdo que se negaron a admitir antes de las elecciones municipales de 2015: la propuesta hecha por el PP que pedía un pacto entre todos los partidos para que se estableciera el principio de que en los ayuntamientos gobernaría siempre la lista más votada. En aquella ocasión, esa negativa permitió a los perdedores hacerse con numerosas alcaldías gracias a los pactos.

Ahora se les han vuelto las tornas y es el PP el que se va a beneficiar de aquella resistencia. Todo vuelve. En esta vida, todo sucede al menos dos veces. Siempre hay otra oportunidad.