Mira que desde estas páginas hemos estando vapuleando una y otra vez a Ciudadanos por su comportamiento -a eso que hacen no se le puede llamar estrategia- tras las elecciones del 26 de mayo, pero hoy es el día en que hay que darles la razón por sus protestas contra lo sucedido el sábado pasado durante la manifestación del Orgullo LGTBI y en concreto contra las inauditas declaraciones del ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska.

Digamos para empezar que todas las personas pertenecientes a esos grupos que se manifestaban el sábado son gentes que han sufrido extraordinariamente a lo largo de los años. Ellos y quienes les precedieron, y eso ha sido así durante siglos en todos los países que hoy forman parte de las democracias liberales más avanzadas del planeta.

Por lo tanto, su reivindicación una vez que han conseguido el reconocimiento y el respeto de la legalidad a sus diferentes opciones sexuales y de vida incluye comprensiblemente lo que para muchos puede resultar un exceso de exhibición pública. Pero tantos años de presión, de persecución, de desprecios, exclusiones y padecimientos físicos, incluidas las palizas, la cárcel, las torturas e incluso la muerte, justifican de sobra lo ardoroso, apasionado y vehemente de su expresión de júbilo y su reivindicación de una igualdad de trato a la que no están dispuestos, con toda la razón, a renunciar.

El sectarismo excluyente y opresor contra el que se manifestaban los miembros LGTBI se ha instalado en sus filas con una virulencia inesperada

Hasta ahí, nada que objetar. Pero la cosa se tuerce cuando la marcha reivindicativa y en apariencia afectiva se convierte en una hostil demostración de sectarismo excluyente y violento. Además de profundamente injusto. Lo sucedido el sábado contra el grupo de diputados y miembros de Ciudadanos ha sido execrable y ha desacreditado profundamente el espíritu de respeto que se suponía que estaba en la base de la exigencia de todos esos grupos que se acogen a las siglas LGTBI.

Ha sido una agresión violenta, insultante y humillante. Y todos y cada uno de  esos adjetivos la convierten en inadmisible y, por supuesto, condenable en todos sus términos. Pero es que, además, la agresión políticamente brutal es profundamente injusta. Lo sería en todos los caso, pero sucede que Ciudadanos lleva varios meses oponiéndose a las pretensiones de los diputados de Vox en distintas autonomías de reducir las ayudas a estos colectivos hacia los que el partido de Santiago Abascal demuestra un rechazo imposible de disimular bajo la capa de la eficiencia administrativa.

Esa oposición del partido naranja está en el origen de no pocos de los problemas que están paralizando los pactos de Cs, PP y Vox en distintos ayuntamientos y comunidades. No es que no merezcan esa agresión, que por supuesto no la merece nadie, es que no habrían merecido ni siquiera una condena verbal porque Ciudadanos está luchando a brazo partido contra el posible intento de exclusión de quienes se agrupan bajo las siglas citadas.

Y ahora nos encontramos con que el sectarismo excluyente y opresor contra el que se manifestaban el sábado los miembros de los grupos LGTBI se ha instalado en sus filas con una virulencia inesperada que descalifica de plano la impostada pretensión festiva del desfile organizado. Y mientras nadie en el seno de ese colectivo condene con contundencia lo sucedido, habrá que concluir que este desfile es una versión más de las variadas pulsiones totalitarias que padecen muchos, demasiados seres humanos en cuanto sienten que han adquirido algo de poder.

Marlaska ha cometido un error descomunal que un ministro, y mucho menos si es de Interior, no se puede de ninguna manera permitir

Pero, con ser lamentable, probablemente la situación no habría llegado hasta los extremos intolerables que alcanzó si nada menos que un ministro del Interior del Gobierno de España no se hubiera atrevido a lanzar contra los diputados de un partido de la oposición al Gobierno a las masas furibundas y no les hubiera azuzado a la agresión.

Fernando Grande-Marlaska ha cometido un error descomunal que un ministro, y mucho menos si es de Interior, no se puede de ninguna manera permitir. El señor ministro ha relatado muchas veces el altísimo precio de dolor que se vio obligado a pagar cuando se decidió a decir a su familia que era homosexual. Una confesión que le mantuvo radicalmente alejado de su madre durante muchos años. Se entiende, por lo tanto, su entusiasmo al participar en la celebración del Día del Orgullo. Pero aquí se acaba la comprensión.

El ministro, en un alarde de falta de sutileza y de profunda irresponsabilidad, se permitió hacer una descripción burda y grosera de la posición de un partido político, Ciudadanos, por "pactar de forma obscena con quien limita derechos de LGTBI" dijo sin seguramente tener conocimiento preciso del campo en el que se está librando ahora mismo la batalla entre Ciudadanos y Vox. Pero añadió algo más, algo que nunca puede salir de la boca de un ministro del Interior. Dijo: "Y eso debe tener consecuencias". Ni siquiera dijo "podría tener consecuencias". No, no, lo que dijo fue "debe tenerlas".

Es inaudito porque, una vez dada la bendición a las "consecuencias", el ministro se hace irremediablemente  responsable de ellas. Y no sirven para nada los tuits que le mandan desde el PSOE expresándole su cariño porque esto no va de amores sino de responsabilidades y la del ministro del Interior es inmensa porque con sus palabras se ha hecho precisamente coautor de lo sucedido.

Si hubiera mantenido el silencio al que debería haberle obligado su cargo, o si hubiera llamado al respeto y a la concordia, como era su obligación en tanto que responsable del Gobierno y del orden público, esos virulentos ataques, con intención además de humillar -no otra cosa es el episodio de la exhibición de su culo por parte de un sujeto que intentó defecar delante de los miembros de Ciudadanos-, no se le habrían podido adjudicar como cuota-parte, que diría Felipe González, de su responsabilidad. Pero lamentablemente no fue así y el ministro se dejó llevar por el fervor reivindicativo olvidando por completo su posición institucional.

Le gustará o no, pero mientras siga en el cargo él es ministro antes que homosexual. Y se ha olvidado de eso

Y, claro, luego resultó que el mismo señor que había provocado con sus palabras la sensación de impunidad de los agresores era el jefe de la Policía. Y, mira tú por dónde, nos encontramos con que el jefe de la Policía que contribuye a provocar los altercados inadmisibles contra unos ciudadanos pacíficos, se ve en la necesidad de enviar a la Policía a proteger a esos mismos ciudadanos agredidos. Pero el problema no es esto último. El problema es lo primero: que el jefe de la Policía no puede de ninguna de las maneras ser quien participa, aunque sea verbalmente, del acoso,  hostigamiento y humillación de unas personas que son, además, diputados es decir, representantes del pueblo español.

En definitiva, y como me comentaba una persona con criterio, "un ministro del Interior no puede incitar a que se produzcan altercados que luego él mismo, a través de la Policía, tiene que resolver".

Que sea gay no le permite a Grande-Marlaska poner su condición por delante de su papel institucional que es el que le da a sus palabras la deplorable relevancia que han tenido. Le gustará o no, pero mientras siga en el cargo él es ministro antes que  homosexual. Y se ha olvidado de eso.