Pedro Sánchez ha rentabilizado con astucia y grandes dosis de demagogia la confluencia de PP, Ciudadanos y Vox que logró desbancar al socialismo en Andalucía y que con la manifestación de Colón constató su voluntad de derrotar a la izquierda en las elecciones generales primero y, después, en las municipales y autonómicas. El presidente hizo de la necesidad virtud, convirtiendo a la improvisada coalición en una amenaza para los derechos y libertades, una alianza para una involución política en la que los tres partidos sólo se diferencian entre sí por la velocidad en la que intentarán esa vuelta al pasado.

El triunfo del PSOE en las citas electorales de abril y mayo certifican el éxito de esa estrategia que consiste en sacar a la derecha del círculo de lo políticamente correcto. Las proclamas populistas de Vox sólo han servido para restar fuerza al PP y, de paso, para generar una crisis sin precedentes en el partido de Albert Rivera.

Sea porque el líder de Ciudadanos estaba demasiado ocupado en el sorpasso al PP o porque confió demasiado en el posible rédito electoral del "no es no" a Sánchez, el caso es que el partido que nació para ocupar el centro político le dejó ese amplio espacio al PSOE, que lo ocupó con desparpajo trasladándole a Rivera la responsabilidad de posibles acuerdos con los independentistas o con Bildu.

La lucha política en los próximos meses y la que determinará el resultado de las próximas elecciones se va a librar en el centro, una vez más. De ahí el empecinamiento del presidente del gobierno en no dejar libre ningún sillón en el Consejo de Ministros a Pablo Iglesias, al que ya sólo le falta ponerse de rodillas para que le den una cartera a cambio de sus 42 escaños.

El presidente tiene la sartén por el mango: si PP y C's no se abstienen en la investidura, convocará elecciones

Lo que se prometía como un camino de rosas, la conformación de gobiernos regionales y ayuntamientos de derechas en aquellos lugares donde PP, C's y Vox suman mayoría, se ha trastocado en camino de espinas. Santiago Abascal está cansado de que los líderes de Ciudadanos le desprecien mientras, sin ningún empacho, le piden sus votos para gobernar, como si su obligación fuera ser sumiso a los designios de la derecha con pedigrí. En tanto que en el Europarlamento, PP y Ciudadanos apuestan con entusiasmo por construir un cordón sanitario frente a Salvini y Le Pen, aquí juegan a sumar los votos de Vox ofreciéndoles cargos de menor rango y humillándoles cuando tienen la menor ocasión. Como ocurrió esta semana a cuenta de la negociación para investidura del candidato del PP para encabezar el gobierno de Murcia.

Se puede romper con Vox o tenerle como socio, lo que no se puede es mantener sine die esta vergonzante situación.

Vox ha contaminado al PP y a Ciudadanos no sólo porque su ideario en cuestiones como la igualdad de género, la inmigración y la derogación del estado autonómico supongan una clara regresión, sino también porque la izquierda ha sabido explotar de forma magistral el supuesto contagio que suponía para Pablo Casado y para Rivera pactar o "tomar un café" con la formación nacional populista.

La demonización de la derecha por la irrupción de Vox ha sido la jugada maestra de Sánchez

La actitud de algunos grupos y sus insultos hacia la caravana de Ciudadanos este sábado en la manifestación del Orgullo en Madrid ponen de manifiesto que esa política ha calado y que el sectarismo se ha vuelto a imponer en la dinámica política. A Rivera se le llama fascista sencillamente porque ha llegado a pactos con Vox, aunque en ellos se haya evitado limitar los derechos del colectivo LGTBI. La brocha gorda es lo que se lleva ahora.

Lo primero que deberían hacer PP y Ciudadanos es clarificar unas señas de identidad que les distingan claramente de los planteamientos maximalistas y ultraconservadores de Vox. No todo vale a cambio del poder.

En este escenario, Sánchez tiene la sartén por el mango. Puede permitirse el lujo de pedirles a PP y a Ciudadanos que se abstengan en la investidura para no tener que apoyarse en los independentistas a sabiendas de que no lo van a hacer porque él ya claramente juega a otra cosa. Aunque no hay que tomarse demasiado en serio la última encuesta del CIS (que da casi un 40% de votos para el PSOE; o, lo que es lo mismo, casi 170 escaños), lo cierto es que el único partido que sube con fuerza en todos los sondeos es el socialista. Teniendo a la derecha dividida y peleada, a Podemos en caída libre y al independentismo a la greña, a Sánchez no se le va a presentar otra oportunidad como la que tiene ahora para asestar un golpe mortal a sus adversarios y poder gobernar durante los próximos cuatro años con una comodidad desconocida desde la mayoría absoluta de Rajoy.

Ha sido, pues, una jugada maestra: convertir la derrota en Andalucía en una palanca para ensanchar hasta límites no soñados ni por Iván Redondo la mayoría parlamentaria socialista. ¿Se le puede sacar más rédito a la irrupción de Vox como actor político en el escenario nacional?