Voy a ir tras Pedro Sánchez. Él se irá a Doñana, al Palacio de Las Marismillas, jaula de pájaros, de viento y de gobernantes, donde todos han perdido la chaveta con el sonido de las olas vegetales, los silbos tartesios y los fantasmas de La Moncloa que salen de los pantanos, como zancudas, hacia los dormitorios ya inundados por las pesadillas de los presidentes.

Él se irá a Las Marismillas, lugar de aristocracias con perdiz, de soles japoneses, de verde y cereal agua egipcia, y yo iré tras él. El presidente se coge vacaciones con el país zozobrando, se va a Doñana no sé si a practicar su Vietnam político entre las dunas labradas de lagartos, o a descansar de ese sinvivir de ser y no ser presidente, de querer y no querer ser investido, de esa presidencia borrosa suya, sintiéndose al menos presidente de las cocineras, de los chóferes, de los guardas, de todo un imperio de menaje y cancelas. Yo iré tras Pedro Sánchez, a contemplar el oleaje que hace el presidente en Sanlúcar, una verdina de guardias civiles bamboleantes, policías de caucho, recaderos con cestos y listas, lancheros condecorados y mirones de Bajo de Guía.

Sánchez se irá al Palacio de Las Marismillas, jaula de pájaros, de viento y de gobernantes, donde todos han perdido la chaveta

Aquél es que es un sitio de mirar mucho, todo se deja mirar, todo está apoyado sobre el cielo mismo como un plato decorado en la repisa, para que lo mires. El ocaso, con el sol quedándose ciego de mirar oro, como se queda ciego uno mirándolo, al poner su moneda en nuestros ojos como un sacerdote embalsamador. La desembocadura donde el Guadalquivir se lava los pies hermosos y sucios, como una indígena. Las chicas mordidas por el mar y por el sol como dos animales que se las disputan a zarpazos.

La gente, arenosa de vino y mar, en los restaurantes donde se sacrifican peces heráldicos y sirenas extraterrestres, en las fiestas, en los embarques para El Rocío, con las hermandades como una foto antigua de gente que llega, acampa, embarca, y luego entra en el mar como los primeros que entraron en el mar, con sus dioses de tocón y su ropa de oso. Las Vírgenes marineras (Sánchez es otra Virgen marinera), aplacadoras de vendavales, con la fe ruda y sin teología de los marineros, que las sacan, las pasean en veranos con farolillos en las constelaciones y en las barquichuelas. Y Doñana, claro.

En aquellas playas de mi niñez, con sombra de levante, con pelota deshinchada, con primos caníbales, mirábamos mucho el Coto, la Otra Banda, como un África apaisada. A veces, pocas veces, íbamos a esa África, en una lancha como de pescador moribundo, o en esa otra gran barcaza como para caballos y blindados. Y hacíamos una merienda en otro mundo, con la arena del otro lado del reloj de arena de la Tierra, con los jabalíes acechando como tigres de Bengala, porque aquello era África y era Asia, era todo el resto del mundo salvaje que podíamos ver.

En Sanlúcar hay movimiento ya, ensayan el paso de Sánchez como si volvieran a rodar Los Diez Mandamientos

Sánchez irá a Doñana, como un rey con ballesta, como un millonario con isla con forma de riñón como las piscinas, como el presidente de las soperas con escenas de caza. España está en el limbo, entre el desgobierno de Sánchez y el gobierno de Sánchez, que son la misma cosa y encima nos dicen que es lo único que hay. En Sanlúcar hay movimiento ya, ensayan el paso de Sánchez como si volvieran a rodar Los Diez Mandamientos, como si hubiera que abrir el Guadalquivir con poleas o con ventiladores. Se prepara el mar como una escalinata con alfombra y alabarderos, se prepara el hielo para esos mariscos monstruosos como Caminantes Blancos. Se preparan los mirones, los pelotas, los concejales de festejos y asfaltados, los municipales con gafas de Rambo, el servicio con las manos y la cofia de loza, con todo su peso de servidumbre (menuda es la señora).

Yo voy a ir tras Sánchez, pero no para verlo en su barca de faraón, de faraón de copla. Voy para reencontrarme con esa línea vegetal que iba haciendo a la vez el pubis del cielo y de mis edades. Voy para ver a mi familia, que está de verdad dispersa por todo el reloj de arena del mundo y se va a reunir después de años. Voy tras Sánchez para olvidarme de él mientras cena con servilletones plisados, cornucopias, mosquiteras y mesas de Drácula o de Indiana Jones. Y el país no espera otra cosa, no tiene otra cosa para la gobernanza que esa mesa puesta de Sánchez, coja de viento y picoteada por aves piratas.