Que Joaquim Torra era un inútil porque durante todos sus años como presidente de la Generalitat el gobierno de esa comunidad autónoma ha estado paralizado y no ha habido ninguna acción de gobierno merecedora de ese calificativo, era una verdad conocida por la mayoría y padecida en sus carnes por la totalidad de los catalanes.

Que era un racista radical de la más ínfima factura lo pudimos comprobar al poco de acceder a la presidencia por los escritos que salieron a la luz y que sonrojarían al más templado de los nacionalistas siempre que no estuviera definitivamente fanatizado hasta la total ceguera.

Que era un activista profesional lo supimos cuando le escuchamos decir a los comandos de los CDR aquello de "apreteu, apreteu i feu bé d´apretar" con lo que se colocaba al frente de las actividades de agitación de esos escamots sin uniforme con los que la sociedad catalana regresa a los más infames años de su historia.

El presidente de la Generalitat ha subido un peldaño y se ha convertido en uno de los principales agitadores callejeros

Pero ahora el presidente de la Generalitat ha subido un peldaño más en el escalafón político de los saboteadores del sistema y se ha convertido en uno de los principales agitadores callejeros cuando ha abandonado una reunión de su gabinete en el que se estaba tratando de lo primeros altercados en Barcelona para marchar a sumarse la cabecera de una manifestación que cortaba una de la principales vías de comunicación de la capital catalana y en la que él, al lado del el ex lehendakari Ibarretxe, compusieron la figura patética de la radicalidad unida al fracaso .

Y no sólo eso. Su implicación evidente y directa con los altercados que se están produciendo estos días en Barcelona se puso plenamente de manifiesto cuando se estuvo negando sistemáticamente durante días a condenar los sucesos que tienen atemorizada a una buena parte de la sociedad barcelonesa y cuando, presionado por la realidad de la violencia inadmisible contra la que están luchando codo con codo los Mossos, la Policía Nacional y la Guardia Civil, se vio obligado a condenar lo que estaba sucediendo, pero lo hizo con tanta desgana y tan arrastrando los pies, que quedó claro que él no era uno más de los que están arrasando literalmente la ciudad, sencillamente porque ni tiene edad ni se atreve tampoco a exhibir públicamente la verdad de sus posiciones políticas. Pero si tuviera 30 años y no fuera presidente de la Generalitat, le habríamos podido ver con la cara tapada y una bengala en las manos incendiando un contenedor.

Si tuviera 30 años y no fuera presidente de la Generalitat le habríamos podido ver con la cara tapada y una bengala en las manos

Lo que es evidente es que él y los suyos son los responsables últimos de los sucesos vergonzosos que se están produciendo en Cataluña y que, según confiesan en el entorno de la policía autonómica, no se van a acabar tan pronto como este próximo fin de semana, que es lo que calcula el Gobierno. Según la impresión de quienes están enfrentándose a estos grupos muy bien organizados y que están llevando a cabo acciones de sabotaje sistemático estudiadas, preparadas y diseñadas con mucho tiempo de antelación, este ataque a la normalidad ciudadana se va a prolongar mucho más en el tiempo.

Y tiene sentido esa predicción porque son precisamente los dirigente políticos que gobiernan -es un decir- hoy la comunidad autónoma quienes están alentando las protestas. Mientras se alienten desde el poder las manifestaciones masivas contra esto o aquello -en este caso contra la sentencia del Tribunal Supremo- seguirá habiendo violencia en las calles porque la violencia se cobija siempre en las protestas masivas. Son pues los responsables políticos del independentismo, no los supuestos infiltrados -una milonga para intentar escurrir el bulto que, sin embargo, está firmemente asentado sobre sus hombros- los autores verdaderos de lo que está sucediendo en Barcelona. Porque el nacionalismo no es pacífico, de ninguna manera, no lo ha sido nunca, y lo estamos comprobando estos días.

Son los responsables políticos del independentismo los autores verdaderos de lo que está sucediendo en Barcelona"

El nacionalismo se comporta con cierta apariencia de no violencia física -porque la violencia moral que siempre ha ejercido contra quienes no suscriben sus exigencias ni comparten sus mentiras ha sido brutal y sistemática- mientras crea que va ganando posiciones en ese pulso eterno contra la legalidad que constituye su alimento y su razón de existir. Pero cuando se siente derrotado, como es ahora el caso gracias a la sentencia del Tribunal Supremo, aparece su verdadera cara, que no es otra que la que vienen fomentando, alentando y aplaudiendo gentes como Joaquim Torra y Carles Puigdemont. La que estamos viendo estos días en Barcelona, la que el presidente de la Generalitat no condena, la que los fanáticos aplauden con la ingenua e inútil aspiración de que todo esto sirva para doblegar al Estado español y obligarle a ceder en su defensa del sistema democrático en el que vivimos.

Pero sucede que además estamos a las puertas de unas elecciones, y eso es algo que nunca debió producirse porque se sabía desde hace mucho que el escenario político en Cataluña en el que nos íbamos a encontrar iba a ser el que ahora tenemos. Y porque se sabía también que el Supremo iba a notificar su sentencia en las primera semanas de octubre. Por lo tanto, esto no ha podido pillar a nadie por sorpresa y menos que a nadie al equipo de La Moncloa y a su presidente en primer lugar.

De momento Pedro Sánchez se mantiene quieto a la espera de que los acontecimientos en Cataluña rebajen su nivel de virulencia y eso le permita no tomar ninguna medida excepcional en esa comunidad autónoma. Entre otras razones porque necesita los votos de los catalanes para obtener una mayoría suficiente para gobernar y sabe que si tomara una medida de intervención, no digamos ya la aplicación del artículo 155, podría perder muchos apoyos en esa comunidad.

Esta es la última oportunidad que los independentistas saben que pueden tener para intentar vencer al Estado español

Pero está caminando sobre el alambre porque nada le garantiza que la tensión allí no se vaya mantener con los días e incluso llegue a agravarse, que es exactamente lo que en el entorno de los Mossos se prevé. Hay que tener en cuenta que, aunque el suyo es un esfuerzo inexorablemente condenado al fracaso, ésta es probablemente la última oportunidad que los independentistas saben que pueden tener para intentar vencer al Estado español precisamente porque los ánimos de la población están afectados por las condenas dictadas por el Supremo a algunos de sus líderes. Por lo tanto, lo más probable es que echen el resto en el intento y mantengan el pulso hasta que las fuerzas les abandonen.

Y por eso puede que llegue el momento en que el presidente del Gobierno se vea forzado por las circunstancias a tomar cartas en el asunto de una manera directa porque, de otro modo, las urnas podrían pasarle a su vez otro tipo de factura. En este caso recibiría un castigo por su omisión del deber de intervenir en el conflicto catalán. Así que el candidato socialista no debería en absoluto dar la amenaza por superada.

Lo he dicho muchas veces y lo vuelvo a decir hoy: estas elecciones se han convocado en el peor momento político para los intereses de España porque lo que ocurre ahora mismo en Cataluña no habría tenido por qué ir acompañado de los cálculos electorales de los diferentes partidos, metidos hasta el cuello en una campaña electoral. Se sabía de antemano lo que iba a pasar y por qué iba a suceder. Ésta convocatoria electoral en estas precisas y nefastas circunstancias es, pues, una decisión, y una responsabilidad, estrictamente personal de Pedro Sánchez.