PSOE y Podemos se vigilarán, van a crear un comité de control del pacto, un comité de ceños y reojos, porque nadie se fía de nadie. Harán agujeros en las pupilas de los cuadros de los ministerios, para observar con esos ojos de llama temblona, sospecha eterna y fijeza de pesadilla. Dani Gago, el otro día, nos dibujó en una foto esa tensión y ese abismo del pacto. La foto tiene una gran composición, con Sánchez en el centro, haciendo de punto de fuga como en una adoración de pastores o una última cena de socialistas y podemitas. Hasta el presidente aparece bebiendo de una botellita como de una teta sin Madonna o de un cáliz sin bruñir. En medio hay un espacio muy leonardiano, como el que tiene La Virgen de las rocas, el que separa a Juan Bautista niño del Niño Jesús, a quienes la Virgen quiere acercar. En ese espacio están el destino y la incertidumbre y la tragedia. Igual que en la foto de Sánchez.

A Sánchez y a Iglesias no los ha unido una profecía, sino la necesidad, la supervivencia. Sánchez ha llegado ya sin ideología, sin palabra, sin honor. A Sánchez sólo se le puede atar con el interés, mientras que a Iglesias sólo le sirven los hechos. Una flor de tango de boca a boca, un abrazo de Sánchez con su olor a cuero de barco, eso ya no sirve. Sólo hechos, nada de sonetos al progreso como a sus pantorrillas. Así se las colaba Susana a IU, haciendo progresismo de estribillo y acariciando coronillas de parados y ancianitas que hacían punto con migajón, mientras el socialismo andaluz seguía siendo el mismo negocio de fabricar pobres para luego bendecirlos.

 Por su parte, Sánchez aún tiene heroicas excusas para mantener ante su parroquia comodona, el progre suscrito a lo progre, esa imagen del socialista bienintencionado desbordado por las circunstancias, condicionado por el bloqueo de la derecha, obligado a tomar decisiones difíciles. Sí, la mentira aún te puede hacer mártir. Esta frágil gomilla que aún sostiene al muñeco de salpicadero que es Sánchez la pueden estropear los neocomunistas si llegan a los ministerios como asaltando Versalles, rompiendo espejos y poniéndose las pelucas al revés, para ir devolviendo las humillaciones y cumpliendo las venganzas del pueblo, que son las suyas en realidad.

No sólo hay peligro de fantochadas, de que pongan una tricolor como una braga tendida, o un Che con cara de Chewbacca mirando a Concha Espina, sino de que empiece a oler, entre la caoba gubernamental, también a fritanga de estrellas de chapa, barbas de cáñamo y multitudes de cafetal; a revolución institucional, a totalitarismo habanero.

Sánchez vigila a Iglesias para mantenerlo en esa ortodoxia de la ambigüedad progre en la que al presidente todavía le sirve la mentira, o eso parece

Esa foto, con Sánchez entre Mesías y dueño de Playboy, en un trono sagrado o piscinero, en el centro o baricentro de todo, lo ha pillado en su ficción. Él simula que está en medio, embridando en una biga al neocomunismo plazoletero y al independentismo furibundo. Pero tanto el populismo posmarxista como el nacionalismo catalán, ya como prusiano, han sido salvados y engordados por Sánchez cuando estaban en su peor momento; los unos, tiesos en las urnas como en sus tipis, y los otros, vencidos en los tribunales, sólo con el trullo y el consuelo de quemar muebles de formica.

 No, nadie se fía de nadie. A Sánchez, sin honor, y a Iglesias, ya sin amor propio, sólo los une la supervivencia. PSOE y Podemos se vigilan. Las miradas en el Consejo de Ministros serán de póker, de serpiente de cascabel, de máscara veneciana. Sánchez vigila a Iglesias para mantenerlo en esa ortodoxia de la ambigüedad progre en la que al presidente todavía le sirve la mentira, o eso parece. Iglesias vigila a Sánchez para que la necesidad del presidente siempre se mantenga por encima de sus escrúpulos y así poder ir haciendo comunismo de palacio y de callejón.

Hasta Torra vigila a Junqueras, que está entre el posibilismo, el rearme y la acusación de botifler mientras Puigdemont quiere asaltar España con recortadillos y una guitarra, más como si fuera Speedy Gonzáles que John Denver (felicitó el año en las redes cantando aquello de “Take me home, country roads”, con bamboleo de percherón, de banjo y de yerbajo en la boca, y quizá una percusión de cocos).

Todos se vigilan, pero quien más debería vigilar a Sánchez es el propio PSOE, que se puede extinguir ya sin más ideología, principios ni finalidad que prepararle la bañera a un señorito de quien no se fía nadie. Después de esa foto de la adoración a Sánchez y su agotamiento de ciclista con la botellita de agua, vi otra. En esta, Sánchez aparecía con las manos en los bolsillos, aventando y ahuecando su presidencia. A lo mejor eso contesta ya a nuestras dudas. O el PSOE consigue controlar a Sánchez, o el partido va a quedar sólo para Mansión Playboy de un señorito con las manos en el batín, donde el forrillo toca ya la huevera.

PSOE y Podemos se vigilarán, van a crear un comité de control del pacto, un comité de ceños y reojos, porque nadie se fía de nadie. Harán agujeros en las pupilas de los cuadros de los ministerios, para observar con esos ojos de llama temblona, sospecha eterna y fijeza de pesadilla. Dani Gago, el otro día, nos dibujó en una foto esa tensión y ese abismo del pacto. La foto tiene una gran composición, con Sánchez en el centro, haciendo de punto de fuga como en una adoración de pastores o una última cena de socialistas y podemitas. Hasta el presidente aparece bebiendo de una botellita como de una teta sin Madonna o de un cáliz sin bruñir. En medio hay un espacio muy leonardiano, como el que tiene La Virgen de las rocas, el que separa a Juan Bautista niño del Niño Jesús, a quienes la Virgen quiere acercar. En ese espacio están el destino y la incertidumbre y la tragedia. Igual que en la foto de Sánchez.

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