Sánchez va a modificar el Código Penal para que Junqueras pueda salir sin amnistía, sin indulto y no sé si sin lorzas de su cárcel de Dumas, salitroso, presto, decidido y hasta subvencionado para la venganza como el conde de Montecristo. Como conocemos a Sánchez, no nos sorprende que lo haga, aunque esto no es lo más llamativo. Lo más llamativo es que, como conocemos a Sánchez, tampoco nos sorprende que nos diga que en realidad no está haciendo eso. Bueno, la verdad es que Sánchez está en Davos prometiendo en un inglés de Paco Martínez Soria o megafonía del AVE que vamos a controlar el déficit, a la vez que aquí levanta ministerios para cada rastrillo y Podemos le exige el socialismo de las monedas de chocolate y del chocolate del loro. La encargada de explicarnos lo inexplicable ha sido otra vez Carmen Calvo, que yo creo que la tienen un poco como rubia de Hollywood del Gobierno, para despistar entre la tontada y la sinceridad, entre la ingenuidad y la fatalidad.

Ha dicho la vicepresidenta, con ojitos miopes de Marilyn, que aunque su reforma rebaje las penas por sedición, luego eso es “cosa de la justicia”. “El Gobierno puede hacer una reforma pero no es quien la aplica”, ha zanjado. Como si la justicia pudiera hacer otra cosa que aplicar las leyes que han redactado los políticos. Si se rebajan las penas por sedición, la condena de Junqueras se revisaría de manera retroactiva automáticamente, según establece el propio Código Penal. Es como si Marilyn hubiera dicho, amorrando el champán: “El gobierno puede hacer una reforma pero es el funcionario de prisiones el que abre la puerta”. Claro que no nos sorprende. Eso es sanchismo puro. No ya desdecirse o mentir o traficar, sino encima asegurarnos que ni se desdicen ni mienten ni trafican. Como cuando Ábalos dijo que el paro aumentaba porque la gente tenía más confianza en encontrar trabajo y no se apuntaba.

Creo que es injusto decir que el sanchismo es sólo Sánchez. El sanchismo va camino de ser no ya un estilo sino una época, como el churriguerismo. Estamos o estaremos en la época del sanchismo como estuvimos una vez en la época de las pelucas o de las chisteras. Que la mitad de la ópera estuviera ocupada por pelucas como por espuma de mar, o la mitad del domingo por chisteras como chimeneas de fábricas de bigotes, no era ni lógico ni práctico ni necesario ni cómodo, pero ahí estaban. Y eso no era culpa del inventor de la peluca luisina ni del de la chistera, que por lo visto fue detenido por escándalo público cuando salió la primera vez con ella. El sanchismo es algo así, una época absurda como la de las pelucas, las chisteras o los pantalones de campana, de la que ni siquiera Sánchez tiene la culpa.

Sobre todo el sanchismo es la flojera de esta época en la que tanta gente ha renunciado a distinguir entre la verdad y la mentira y entre el bien y el mal

El sanchismo es Sánchez haciendo el timo de la estampita en Davos o en TVE, y es Carmen Calvo con gafas de abuelita tierna, torpe y con tetera de cianuro, y es Ábalos soltando migas sobre las mentiras como el que come un bocadillo de filete empanado en el tren. Pero sobre todo el sanchismo es la flojera de esta época en la que tanta gente ha renunciado a distinguir entre la verdad y la mentira y entre el bien y el mal, a cambio de que lo dejen en una posición de confort sentimental y superioridad futbolera, ya sea frente a la derecha, a su cuñado, al camarero o lo que sea. Es el tiempo de una especie de votante gato gordo alimentado con rascaduras y calentado con pantuflas. Un votante acrítico, con ideología de bostezo, que está ahí con las derechas y con el progreso como jugando con una madeja de lana.

Sánchez cambiará el Código Penal y saldrán los presos del procés con su cofre de pirata devuelto por el funcionario. Y no nos sorprende. Sánchez pacta con sediciosos, pacta con Bildu, pacta con el populismo neomarxista que antes era para él como Freddy Krueger, subasta España como un candelabro viejo, va en Falcon a defender el clima como si él fuera el Comando G, y así lo que sea. Las leyes se cambian para beneficio particular, se afirma que es una desmesura que los políticos puedan ser condenados si cometen delitos, a los constitucionalistas se les humilla mientras a los compis de cumple de los etarras se les habla de verbenas poniendo voz de abejita Maya, la Fiscalía depende de quien depende, la economía se hará con pancartas, España es la tierra de las mil danzas y las mil tribus, y el presidente parece Paris Hilton, habla con galletitas de la suerte y entiende el Gobierno como su encamamiento privado. Pero ahí está el personal hablando del fascismo de los pronombres y tal. Nos asomamos y así está la gente, con su chistera o su pernil de campana o sus hombreras galácticas, con su sanchismo como un pantalón de esos cagados. El sanchismo no es Sánchez, ni Calvo, ni Ábalos. Ni Vox, que es como el Pin de su Pon. El sanchismo ni siquiera es que todo eso te parezca bien. El sanchismo es decirte en tu cara que nada de eso pasa. Y que la gente, una gente así como con peto y frisbi, siga después tan tranquila, tan ilusionada, tan siniestra.

Sánchez va a modificar el Código Penal para que Junqueras pueda salir sin amnistía, sin indulto y no sé si sin lorzas de su cárcel de Dumas, salitroso, presto, decidido y hasta subvencionado para la venganza como el conde de Montecristo. Como conocemos a Sánchez, no nos sorprende que lo haga, aunque esto no es lo más llamativo. Lo más llamativo es que, como conocemos a Sánchez, tampoco nos sorprende que nos diga que en realidad no está haciendo eso. Bueno, la verdad es que Sánchez está en Davos prometiendo en un inglés de Paco Martínez Soria o megafonía del AVE que vamos a controlar el déficit, a la vez que aquí levanta ministerios para cada rastrillo y Podemos le exige el socialismo de las monedas de chocolate y del chocolate del loro. La encargada de explicarnos lo inexplicable ha sido otra vez Carmen Calvo, que yo creo que la tienen un poco como rubia de Hollywood del Gobierno, para despistar entre la tontada y la sinceridad, entre la ingenuidad y la fatalidad.

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