Había pocas esperanzas de que la cita en Moncloa entre el presidente del Gobierno y el líder de la Oposición diera algún fruto. Así que podemos afirmar sin temor a equivocarnos que la reunión no ha decepcionado a casi nadie.

El encuentro de poco más de hora y media de duración tan sólo sirvió para confirmar lo lejos que están Pedro Sánchez y Pablo Casado y para constatar que el "diálogo" en esta legislatura sólo tiene acento catalán.

El presidente pretendía algo que el líder del PP no le podía dar. Quería convertir la negociación para la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) en un compartimento estanco. Hablar de la renovación del órgano del gobierno de los jueces -que es para lo que de verdad el PSOE necesita los votos del PP, sin los que no alcanza los tres quintos necesarios en las cámaras- y dejemos el resto de los asuntos para otro día. Este era el planteamiento inicial de Moncloa.

La reunión venía precedida de conversaciones discretas entre el ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, y del portavoz de Justicia del PP, Enrique López, en las que ambos habían avanzado en el asunto de los jueces. El ministro estaba dispuesto a pactar el nombre del presidente del CGPJ (que lo es también del Supremo) y a aceptar un número de miembros conservadores generoso en el Consejo, aunque, por supuesto, la renovación daría una clara mayoría progresista.

Ni Sánchez ni Casado acudieron a la cita con ánimo de buscar puntos de encuentro, sino con la intención de evidenciar sus posturas irreconciliables

Si Casado aceptaba hablar sólo de la renovación del CGPJ, el presidente mataba dos pájaros de un tiro: por un lado, desbloqueaba un tema que lleva atascado año y medio justo cuando está en marcha el cambio del Código Penal, que tiene como plato fuerte la revisión del delito de sedición, que implicará una rebaja de las penas a los condenados del procés; por otro, desarmaba a la oposición, que le acusa de dialogar sólo con los que quieren romper España, llevando así a la práctica la propuesta expresada en la reunión del sábado en el Comité Federal del PSOE de que para arreglar los problemas del país aquí "no sobra nadie". Vamos, que hubiera quedado como un auténtico campeón.

¿Demasiado ingenuo? No. Porque, si la reunión salía mal, como era de esperar, el Gobierno tendría la prueba irrefutable de que con la derecha es imposible el diálogo. Una profecía autocumplida en forma de argumentario: el PP sigue sin reconocer el resultado de las urnas y se mantiene en "el negacionismo". Así lo expresó la ministra Portavoz, María Jesús Montero, para quien los populares sólo piensa en hacerle la pascua al Gobierno.

Casado, por su parte, acudió a Moncloa con unas propuestas de pacto imposibles, a sabiendas de que Sánchez las iba a rechazar. Romper el acuerdo con ERC, paralizar la mesa bilateral de diálogo con la Generalitat y olvidarse de la coalición con Podemos, a cambio de darle su apoyo para la aprobación de los Presupuestos es pedirle peras al olmo. Sánchez tiene garantizada ya esa la mayoría, aunque eso le cueste tener que volverse a sentar con Torra, coquetear con la idea de un referéndum en Cataluña y prometer una financiación de la que no puedan quejarse.

El líder del PP, que tiene a Santiago Abascal pisándole los talones, no se puede permitir ni una sola cesión con Sánchez. Por esa razón, el rechazo a negociar lo que pretendía Moncloa no se considera en Génova como un fracaso, sino como una prueba de coherencia y de lealtad a sus votantes.

La legislatura que acaba de comenzar estará marcada por un enfrentamiento sin cuartel entre el PP y el Gobierno. Por desgracia, tanto al Gobierno como a la Oposición les interesa cierto grado de tensión. Sánchez refuerza así su tesis de que la derecha es cada vez más retrógrada al estar condicionada por la irrupción de Vox, lo que justifica su coalición con Pablo Iglesias y su pacto con el independentismo. Y a Casado le permite mantener un perfil duro y, de esa manera, achicar los espacios al partido de Abascal.

Había pocas esperanzas de que la cita en Moncloa entre el presidente del Gobierno y el líder de la Oposición diera algún fruto. Así que podemos afirmar sin temor a equivocarnos que la reunión no ha decepcionado a casi nadie.

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