Si el centro derecha no se presenta unido a las elecciones nunca tendrá posibilidades de ganarlas. Esto, que es una verdad contrastada, sirve para las elecciones generales para las que faltan un mínimo de dos años y un máximo de casi cuatro, pero no sirve para las elecciones autonómicas que ya están convocadas: País Vasco y Galicia.

En Galicia su presidente Alberto Núñez Feijóo se ha negado en redondo no sólo a la disparatada sugerencia inicial de Inés Arrimadas de acudir en coalición bajo un nuevo nombre, "Mejor Unidos", que resultaría totalmente inidentificable para los electores gallegos sino que se opone también a sumar las siglas del PP a las de Ciudadanos en la papeleta electoral.

Tiene todo el sentido: el PP gobierna hoy cómodamente instalado sobre su tercera mayoría absoluta y sale ahora a conquistar la cuarta con posibilidades reales de conseguirla. Ciudadanos no tiene un sólo diputado sentado en el parlamento gallego. No hay caso, por lo tanto, a cederle de una manera tan desproporcionada un lugar de honor en los carteles y en las papeletas electorales. Y mucho menos cuando se está comprobando que la estrategia electoral de Núñez Feijóo va a basar su campaña mucho más en su nombre y en sus logros que en las siglas de su partido. Si no se quiere envolver en las dos letras del PP, mucho menos lo va a querer hacer en las de Ciudadanos.

Si no se quiere envolver en las dos letras del PP, mucho menos Feijóo lo va a querer hacer en las de Ciudadanos

Pero esto no es un capricho ni tiene que ver con una posible cerrazón por su parte. Hay razones políticas de peso que avalan la negativa del presidente gallego a dar cabida a Ciudadanos en tanto que partido político.

Es un hecho que Núñez Feijóo ha tenido hasta ahora la virtud de aglutinar en torno al PP a todo el centro derecha gallego y a parte de los votantes de la izquierda moderada de la comunidad.

Y eso es porque Feijóo representa y encarna también el galleguismo tradicional de esa tierra. Pero ese perfil, que es el que le ha permitido alcanzar por tres veces la mayoría absoluta, quedaría muy seriamente dañado si incorpora las siglas de Ciudadanos en su campaña electoral porque el partido de Inés Arrimadas representa el rechazo a toda clase de nacionalismo y ha criticado en numerosas ocasiones la política de fomento de la enseñanza en gallego en la escuela pública.

La coalición de los dos partidos expulsaría de las papeletas a muchos votantes galleguistas moderados. Esa coalición de la que Arrimadas se empeña en convencer a Núñez Feijóo no le conviene de ninguna de las maneras al presidente gallego y tampoco al Partido Popular ni a su dirección nacional. Por lo tanto, la conversación que la líder de Cs se dispone a mantener con Feijóo está destinada de antemano al fracaso si ése es el propósito de la señora Arrimadas.

De modo que las únicas opciones que les quedan a los dirigentes del partido naranja es presentarse en solitario a las elecciones o incorporarse a las filas electorales del PP en calidad de independientes. Si optan por la primera, conseguirán unas decenas de miles de votos -en los comicios de 2016 obtuvieron 48.000, el 3,38%- lo que significa que con resultados parecidos no lograrían ningún diputado porque para entrar en el parlamento gallego es necesario haber obtenido un mínimo del 5% de los votos emitidos.

No conseguirían ningún escaño pero sí conservarían, sin embargo, una considerable capacidad destructiva de las opciones del líder del PP de lograr su cuarta mayoría absoluta. Es verdad que los sondeos publicados hasta ahora sí se la adjudican a Feijóo pero también es cierto que los últimos escaños logrados por el PP en las elecciones de 2016 fueron por un escaso número de votos. Ciertamente, este partido obtuvo entonces 41 diputados, tres más de los necesarios para conformar la mayoría absoluta, pero no está claro que estos espléndidos resultados se vayan a repetir el 5 de abril.

Por lo tanto, el peligro de Núñez Feijóo es doble: si el PP va solo a las elecciones y Ciudadanos se presenta, corre el riesgo de perder a los restos los escaños necesarios para garantizarle la mayoría absoluta; pero si acudiera en coalición con el partido naranja el riesgo que corre es mayor porque es seguro que esa suma de siglas hará huir a una buena proporción del voto galleguista moderado. A menos, claro, que Ciudadanos abjure de repente a sus planteamientos tradicionales y abrace la defensa de la identidad y la protección prioritaria de la lengua gallega, entre otras cosas.

No sería tampoco algo muy diferente de lo que Alfonso Alonso ha reclamado a Cs para sumar fuerzas en el País Vasco: que acepte y defienda, como los defiende él, la foralidad vasca y el Concierto económico. Ciudadanos ya lo hizo en Navarra cuando pactó presentarse en la candidatura conjunta Navarra Suma con el PP y Unión del Pueblo Navarro, UPN. En aquella ocasión el partido declaró que aceptaba el fuero navarro así que podría volver a hacerlo ahora en el País Vasco.

Lo de Galicia es más difícil y más complejo y por eso es prácticamente imposible que el presidente gallego cambie en las próximas 24 horas su decisión. Desde luego él sabe que se juega la victoria en cualquier caso y que no hay una fórmula segura para garantizarle la mayoría pero lo que parece claro es que una de ellas -la de ir en coalición- es mucho menos segura que la otra. Y de ésa es la de que va a huir Núñez Feijóo con el apoyo pleno, por cierto, de Pablo Casado desde Madrid.

La posición de Inés Arrimadas es lógica: intenta meter miedo al presidente gallego recordándole insistentemente que podría perder la mayoría absoluta por su empecinamiento en no sumar sus fuerzas en la modalidad de coalición. Y lo hace así porque también para ella el aceptar que su gente en Galicia se presente en las listas del PP como independientes, que es lo que le ofrece Núñez Feijóo, equivaldría a enterrar sus siglas bajo tierra, un lujo que, en sus actuales condiciones, no se puede de ninguna manera permitir.

Ahora mismo Arrimadas no se puede permitir, por su propia supervivencia, aceptar la salida que le ofrece el presidente gallego. No habrá acuerdo

Hay que tener presente que Inés Arrimadas es líder de Ciudadanos pero lo es en funciones, de manera provisional, hasta que se celebre a mediados de marzo la Asamblea del partido. En esa Asamblea el líder del sector crítico, Francisco Igea, podría presentar su candidatura contra Inés Arrimadas para competir por la presidencia del partido. Tiene de plazo hasta el miércoles de la semana que viene, día 26, para tomar su decisión.

Pero si este jueves, último día en Galicia para inscribir coaliciones, Arrimadas cediera ante Feijóo y aceptara renunciar a las siglas de Ciudadanos para incorporar a unos cuantos de los suyos en las listas del PP, sus posibilidades de mantener el liderazgo del partido se debilitarían dramáticamente porque Igea saltaría con toda seguridad sobre su cuello político con un argumento imbatible tal y como están ahora mismo las cosas en el seno de una formación que ha pasado de creer que podía llegar a tocar el cielo a tener plena conciencia de que, perdida la friolera de 47 escaños en las elecciones generales del pasado mes de noviembre, su futuro es muy, pero que muy incierto.

Y el argumento letal de Igea sería en ese caso que en Galicia Arrimadas ya habría empujado a Ciudadanos a empezar a desaparecer, en lo que sería la primera estación del vía crucis que acabaría con la muerte definitiva del partido ante la puerta de la sede del Partido Popular. Arrimadas está por eso atada de pies y manos.

Sin embargo, pesar de lo que parece ahora, a pesar de las diferencias y los desacuerdos de hoy, las perspectivas de ambos partidos irán convergiendo irremediablemente hasta su fusión según se acerquen las próximas elecciones generales. Pero ahora mismo Inés Arrimadas no se puede permitir, por su propia supervivencia, aceptar la salida que le ofrece el presidente gallego. No habrá acuerdo en Galicia porque no puede haberlo. Es imposible.

Si el centro derecha no se presenta unido a las elecciones nunca tendrá posibilidades de ganarlas. Esto, que es una verdad contrastada, sirve para las elecciones generales para las que faltan un mínimo de dos años y un máximo de casi cuatro, pero no sirve para las elecciones autonómicas que ya están convocadas: País Vasco y Galicia.

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