Irene Montero ha vuelto del virus para retomar la cosa por donde la dejó, o sea que ha vuelto la mujer, el asunto de la mujer, la teología de la mujer como la teología de la Virgen María. Llevábamos un tiempo hablando sólo del virus, que no es más que una pelota de proteínas, de los muertos que ya son paladas de tierra, de los “sanitarios” que tienen el sexo difuminado debajo de sus aureolas y túnicas, igual que ángeles con arpa. Nadie se preocupaba de lo masculino ni de lo femenino, del sexo anatómico o del género gramatical o psicológico, porque los pulmones son como mariposas hermafroditas y eso es lo que importa ahora.

Pero Irene Montero ha vuelto del virus como un torero de la enfermería, queriendo regresar a su toro antes de que se dude de su torería o de su utilidad. Y su toro es la mujer, son las cosas de la mujer (eso que parece tan machista es todo lo contrario), de la mujer contra el patriarcado y la derecha básicamente. Ni siquiera una enfermedad apocalíptica puede acabar con eso, así que Irene Montero parecía haberse levantado del albero para descabellar, a cojetadas de sangre y campanillas, ese toro suyo ya aballenado por el pescuezo y por una leyenda como de Moby Dick.

Ante Ferreras, mayordomo con espejo del nuevo orden, Irene Montero reaparecía como un Jesulín corneado que sigue, a pesar de todo, con sus cosas de Jesulín. Reaparecía como superviviente del 8-M, algo así como un superviviente de los sanfermines, para dar testimonio de la fortaleza de la fe o de la tradición, para demostrar que aquello tampoco mata tanto, y sobre todo para acusar al escéptico o al infiel.

En este caso, el infiel es la derecha que sigue intentando “atacar al feminismo y a la mujer” incluso con la excusa infame del virus y del Apocalipsis, que sin duda también es cosa de hombres, como la Champions de la muerte. 

En realidad, lo que pasa es que para Irene Montero todo es la mujer, igual que para Jesulín todo es el toro. Decir que se ataca a la mujer y al feminismo por criticar que se permitieran las manifestaciones del 8-M es como decir que se ataca al beticismo por criticar que se permitieran partidos de fútbol. Lo que se critica es que el Gobierno, cuando ya había razones para hacerlo, no parara las aglomeraciones, fueran cabalgatas de valquirias, galleras quinielistas o ese culto como poligonero de Vox en Vistalegre.

La calle no se paró porque no se podía parar el 8-M. Y si el 8-M no se paró fue por razones ideológicas, que no es lo mismo que por razones feministas. Quiero decir que el 8-M era un instrumento de propaganda, como podía haberlo sido el 1 de Mayo o los Goya, aunque mayor. El 8-M no se mantuvo por feminismo, sino por publicidad. O sea, por puro sanchismo, por ser un día de enseñar el esmoquin, esta vez un esmoquin de mujer poderosa, como de Marlene Dietrich

Irene Montero volvió para intentar ponerle sexo a lo que no tiene sexo y ciencia a lo que no tiene nada que ver con la ciencia, sino con la pura y cruda política

Sólo veinticuatro horas después de aquel domingo de llamas lilas, el Gobierno cerraba los centros educativos en Madrid y recomendaba el teletrabajo y evitar aglomeraciones. Como desde que empezó todo esto, la ciencia iba puntualmente al paso de la política gubernamental, con una exactitud brutal, digna de Procusto o de Phileas Fogg.

El virus, obedientemente, había esperado a que pasara la lluvia púrpura para dar la cara y acojonar de verdad. El virus español y la ciencia española, muy académicos, esperaban a que Sánchez y sus socios se quitaran la pajarita, a pesar de que el sábado la OMS ya había alertado en una guía del riesgo y pedía la cancelación de las reuniones masivas. Y a pesar de ese informe del Centro Europeo para el Control y Prevención de Enfermedades del 2 de marzo, incorporado a la denuncia contra el delegado del Gobierno en Madrid que ya investiga una juez. Y a pesar de que el Gobierno ya suspendió antes los congresos y reuniones de personal sanitario. Y a pesar de que, ya a finales de febrero, Francia había prohibido las concentraciones de más de 5000 personas, aunque en espacios cerrados. Todo esto, en fin, que resulta que lo saben los listillos ahora, “a posteriori”.

Irene Montero ha vuelto con lo suyo, igual que Iglesias volvió con lo suyo, pidiendo un atril como una muleta. Irene Montero volvió para intentar ponerle sexo a lo que no tiene sexo y ciencia a lo que no tiene nada que ver con la ciencia, sino con la pura y cruda política. Todavía con naricilla algo griposa, Montero insistía en que ellos “hicieron en todo momento lo que dijeron los expertos y lo que dijo la autoridad sanitaria”. Eso de autoridad competente suena muy taurino, ahora que lo pienso. “Si el tiempo y la autoridad competente no lo impiden…”. Lo que ocurre, claro, es que en este caso la autoridad competente eran ellos mismos. Si es que todo es como el toro…