Sánchez ha elogiado a Illa y Simón como a mayordomos jubilados o ya muertos, que se irán con su lealtad y con el gran espacio de carillón o de cuadro que ocupaban. Simón ha sido ese jardinero fiel del virus con su pinta de jardinero fiel, con rosas con escarabajos en la mano y el puñado de tierra por la cara y por los bolsillos. Es difícil verlo como científico porque su ciencia parece el arreglo floral de la enfermedad. Simón es como un médico que sólo llevara flores al enfermo, explicando más poética que científicamente los laberintos de la rosa y el pubis desmayado de la orquídea.

Simón ha sido el jardinero perfecto, levantándose muy temprano para recolectar el virus desperdigado como una granada y luego poner un ramo de bulbos y de duelo ante la porcelana y los caballos de escalinata del Gobierno. Simón nunca nos adelantaba ni nos descubría ni nos curaba nada, sólo nos dejaba el virus o los muertos del día adornados de espigas y cintas de novia. Todavía ahora, a Simón le preguntan por lo de fumar en las terrazas y no puede decir ni que sí ni que no. Le faltan datos, su ciencia no ha investigado ni ha considerado eso a estas alturas, cuando ya llevamos semanas de terraceo, de cerveza y sol por esas papadas con mascarillas como servilletas de Oliver Hardy. Pero es como pedirle a Simón que trabaje con una flor que no ha crecido, la flor que tiene que pedirle antes el Gobierno, la flor adornada de rocío y pan de oro que pegue con la cena de Sánchez adornada de huevo hilado. Simón no puede decir ni sí ni no a lo de fumar como tampoco pudo decir en su día ni sí ni no al 8-M, a las mascarillas o a los test. Son cosas que no tienen un sí o un no, sino conveniencia u ocasión, como cortar tulipanes o crisantemos.

Simón es un buen labriego al que hasta vestían de labriego, como para venderte tomates, y ha ido siguiendo muy bien el surco de la tarea sin dejar la sonrisa de La casa de la pradera

Sánchez ha elogiado a Simón y lo ha hecho no como científico, sino como persona que nos endulza el periódico venenoso con perfume de abeja y paniculata, o como sonriente madrugador sin queja que anima al buen humor a los demás. Aquí tengo que darle la razón al presidente, o sea que Simón es un buen labriego al que hasta vestían de labriego, como para venderte tomates, y ha ido siguiendo muy bien el surco de la tarea sin dejar la sonrisa de La casa de la pradera. Simón te descuenta muertos o vivos, o te cambia la curva como una acequia, o te dice mascarilla sí o mascarilla no, o que hay que tener cuidado con cumpleaños de 20 pero que una manifestación de 100.000 es inocua. Te dice todo eso y te sonríe siempre exactamente igual, quitándose como su sombrero de chino de arrozal. Cómo no sentir ternura por alguien como Simón, que sirve a Sánchez como si sirviera a Escarlata O’Hara.

Lo de Simón no era ciencia, sino decoración de pérgolas y de enrejados de jardín. Illa ha sido el complemento perfecto, la política pura del político puro, o sea un alcalde licenciado en filosofía que deviene en máxima autoridad sanitaria durante una pandemia, alguien que no distingue el ARN del PVC y que lo que hace es aportar una alucinación de imperatividad a lo que le va transmitiendo la “ciencia” como por telégrafo. Illa tiene pinta de metre y nos hace creer que cierta sastrería de la seriedad es equivalente a la eficiencia. Illa es serio, cadencioso, con aire de mandar chascando los dedos, así que da la impresión de que lo que dice la “ciencia” él lo dispone luego enseguida como una complicada mesa de reyes y faisanes, con esa cosa de reloj joya que tienen esas mesas. En realidad todo era un caos, los suministros, los planes y la epidemiología, pero Illa salía con ese tono invariable de sumiller o de notario, con sus mismos trajes oscuros y su postura de presentar o colocar una botella igual que un pergamino, y la epidemia parecía sólo un zafarrancho de cocineros. 

Sánchez agradece los servicios de Illa y Simón, y sobre todo agradece su pedagogía, que en este caso va de la de Los osos amorosos a la de Francis Matthews. Pero no ha sido una pedagogía moral, no es eso de que “nos han hecho mejores como sociedad”. Un señor que engaña sonriendo porque así se engaña mejor, o que cuenta o descuenta muertos con la misma cara de cosernos un botón, o que es capaz de decirnos una cosa y la contraria bajo el fluorescente de la ciencia, no es ninguna referencia moral, salvo que la referencia moral sea la sumisión. Un político haciendo de político, contestando sólo “no voy a entrar en polémicas” igual sobre comprar o repartir mascarillas o coladores que sobre test chungos o pasar de fase o las rebajas o las cifras, mientras nada funcionaba, tampoco es algo especialmente loable.

Ha sido pedagógico Simón, falso Colombo del Gobierno con su “ciencia” guionizada siguiendo siempre la necesidad de excusa o desinfección de Sánchez. Ha sido pedagógico Illa, haciendo pura política mientras fingía hacer logística de bodega. Pero el más pedagógico es Sánchez, al enseñarnos que su suprema referencia moral es la obediencia. Miren la Guardia Civil, donde se quitan de en medio hasta a veteranos generales forrados de tiros. Qué no podrá hacer Sánchez con un concejal ministerizado o con un perito que la gente confunde con Platero. Ahora los elogia, o sea los acusa. No hacía falta. Ya sabemos que con Sánchez sólo hay jardineros fieles.