Si no es por una cosa es por otra. Los casos de Lleida y los de Lugo tiene orígenes distintos y muy diferentes consecuencias.

En el primer caso, es evidente que mantener a personas, muchas de ellas recién llegadas a nuestro país para trabajar en la campaña de recogida de la fruta, personas que como ellos mismos dicen "comemos juntos, dormimos juntos, estamos juntos" y, hay que añadir, viven más que juntos, hacinados, es garantía segura de extensión del virus. Tanto más cuanto que estas gentes vienen dispuestas a ganarse un sustento y en ningún caso van a poner ese objetivo en peligro porque tengan alguno de los síntomas de la enfermedad, y muy especialmente si los síntomas son leves.

La medida razonable hubiera sido aislar inmediatamente a los primeros positivos y tenerlos confinados mientras conservaran su capacidad de contagio. Se acusa ahora a las autoridades de no haberse atrevido a actuar en estos términos por miedo a ser acusados de discriminatorios o de racistas.

Es de esperar que ésa no haya sido la razón que ha impedido a la Generalitat tomar una decisión a tiempo porque evidenciaría el grado de locura y de irresponsable estupidez al que se puede llegar cuando se es esclavo del pensamiento "políticamente correcto". Pero lo que está fuera de toda duda es que la administración catalana ha tardado demasiado en intentar contener la expansión del virus y ahora se ha visto en la necesidad de aislar a toda una comarca, la del Segriá, de la que ya no se puede entrar ni salir si no es por un motivo muy justificado.

Pero el virus se ha expandido ya demasiado, hasta el punto de que el hospital de la capital ya tenía ayer lunes 50 ingresados, ocho de ellos en la UCI, y se habían registrado en 24 horas nada menos que 114 nuevos casos.Veremos a ver si con este panorama y esta progresión de la enfermedad no acaban los habitantes de la comarca del Segriá confinados de nuevo en sus casas.

La amenaza se cierne ahora mismo sobre toda España y eso es lo verdaderamente inquietante por no decir, que lo digo, aterrador

En ese caso, y si esto mismo o algo muy parecido se produce en otros de los numerosísimos rebrotes del virus que se están detectando en toda España, estaremos a punto de volver a la casilla de salida y no sólo resultará que el esfuerzo de todo el país durante estos últimos cuatro meses no habrá servido para nada sino que la economía española recibirá otro golpe del que no podrá recuperarse en años.

Por lo tanto, la responsabilidad de la Generalitat y de las demás administraciones autonómicas es ahora mismo inmensa y ya no pueden achacar este tramo de la expansión del virus a la mala gestión del Gobierno. Ahora son ellas las responsables y lo seguirán siendo mientras la enfermedad se desarrolle dentro de unos parámetros controlables porque, si vemos que que el ministro de Sanidad anuncia que vuelve a tomar las riendas de la pandemia en su mano, será la señal inequívoca de que el coronavirus ha vuelto a ganar la batalla y las consecuencias para todos nosotros serán inimaginables.

En Galicia hay otra comarca, la lucense de A Mariña, confinada en los mismo términos que el Segriá leridano pero con una diferencia esencial, y es la de que este domingo se celebran elecciones autonómicas en esa comunidad. Por eso el confinamiento es en principio y si las cosas no se tuercen más, de cinco días, hasta el próximo viernes.

Todos los partidos que compiten en estos comicios tienen intereses políticos en condicionar el destino final que se le dé en términos electorales a esa comarca. Alberto Núñez Feijóo dice, y tiene parte de razón, que ir a votar al colegio electoral es más seguro que irse a tomar un café o que ir a la farmacia. Pero es que Feijóo ha sido el ganador absoluto de los pueblos de esa comarca en las últimas elecciones gallegas y necesita evitar por todos los medios una abstención que, de ser muy alta, le sacaría del gobierno y le empujaría al fracaso justamente cuando tocaba ya la victoria con la punta de los dedos.

Por eso el comportamiento que tenga el coronavirus en Galicia va a provocar en estos últimos días una lucha política a vida o muerte. Todos los partidos de la oposición, desde luego todos los de la izquierda pero también Ciudadanos y Vox, a pesar de que no parece que vayan a obtener escaño alguno en el parlamento gallego, están poniendo el grito en el cielo porque hasta el momento Núñez Feijóo no ha suspendido las elecciones en A Mariña.

Ellos necesitarían más tiempo de campaña para intentar revertir los probables resultados mayoritariamente favorables al candidato del PP en esa comarca, y un empeoramiento de la situación sanitaria en esa zona les abriría unas opciones y unas posibilidades que ahora no tienen.

De modo que podemos esperar de aquí al domingo electoral descripciones desde el sector de la izquierda lo más alarmantes y negativas que les sea posible transmitir a una población ya de por sí asustada, mientras el en principio vencedor de estos comicios se dejará la piel junto con su equipo para enviar constantes mensajes de calma a los vecinos. A todos -a Cs y Vox menos porque apenas tienen opciones, aunque nunca se sabe- les va la vida política en ello.

Del comportamiento del virus en estos últimos días de campaña y del impacto emocional que ello tenga en los electores va a depender, pues, el futuro político de Galicia. Ni más ni menos. Una incógnita añadida, pero ésta muy determinante, que añadir al siempre incierto resultado electoral.

Pero lo cierto es que la amenaza se cierne ahora mismo sobre toda España y eso es lo verdaderamente inquietante por no decir, que lo digo, aterrador.