Ya queremos Semana Santa, aunque sea con nuestros cristos bandoleros en peceras. La curva no tiene tiempo de bajar porque enseguida se encuentra la agenda de un dios pececillo, o de un mesías florista, o de un emigrante sentimental, y sobre todo se encuentra con unos políticos que van haciendo temporada como los escaparates, que son incapaces de mantener las medidas apenas ven que se quitan o se ponen los sombreros o sube o baja el largo de la falda desenrollando piernas. En verano vencimos al virus, Sánchez nos mandó a todos a disfrutar y se fue él también a disfrutar, tanto que no ha vuelto a preocuparse por el bicho, que ahora parece cosa sólo de la Renfe y de los alcaldes. En Navidad, ya con la cogobernanza, se inventaron lo de los allegados como si fueran angelitos de la guarda. Y ahora, pasaportes que también aletean magia. Llegará, pues, la cuarta ola, curva que Simón volverá a acariciar con su mano despreocupada, mano de peinar ponis o de deslizarse por barandillas.

Por las provincias dicen estar hartos de la capital, pero luego están todos pendientes de qué hacen allí

Ya están pensando otra vez en el virus no según la agenda del virus, sino según la agenda del arzobispado o de las navieras o del hotel con tinaja en la entrada o del restaurante con el Quijote al horno. Si no hubiéramos querido hacer Navidades con todos los pastorcillos y con todas las pantuflas del abuelo, si el Gobierno no hubiera abierto la mano con las medidas igual que nosotros con el dulce, quizá no estarían los hosteleros rompiendo platos como novias enfadadas, y quizá no habría que inventarse ningún pasaporte, que suena a salvoconducto en la Francia ocupada, para volver a salvar lo que toca salvar y que al final nunca se salva.

En Madrid ha salido Ignacio Aguado, vicepresidente o viceasomado de la Comunidad, y ha propuesto que los vacunados se puedan mover libremente por España. Lo ha dicho, asegura, como opinión personal, como si de un vicepresidente rodeado de micrófonos igual que de cañoneras se esperara oír sus opiniones personales y sus recetas de lentejas. Aguado yo creo que lo dice para que no lo confundan con una armadura vacía, esas armaduras que parecen las papeleras de la historia en los palacios, o con un ujier de los de vasito de agua y llavín del carillón. De momento no está nada claro que un vacunado no pueda contagiar, incluso aunque contagie menos. Ayuso, que es presidenta y también un poco madrastra, ya ha corregido a Aguado. En eso y en más hitos de su recetario particular, como que la CAM se planteaba levantar las restricciones y retrasar el toque de queda.

Ya estaba mirando toda España con recelo a Madrid, atentos a ver si se cierra o se abre en Semana Santa como la lanzada sangrienta de España. Por las provincias dicen estar hartos de la capital, pero luego están todos pendientes de qué hacen allí, lo mismo en moda rancia que en vanguardia progre que en el pulsador del pánico. Yo diría que hasta los churreros de Sevilla, orgullosos de su rejería de churros y de sus dolorosas enchurradas, miran a Madrid por si el madrileño va, viene, anima, asquea, inspira o incluso saca su Semana Santa andaluza como de imitación, como de Pequeña Italia. Yo no es que reniegue de Andalucía, pero lo bueno de este poblachón que es Madrid es que enseguida ves que es una tontería presumir de que tu tierra es la tierra de María Santísima o del vino fenicio o del arte acaracolado o del churro arabesco porque en Madrid hay de todo eso, y sin señoritos pesados que se creen que toda esa enciclopedia del arte y de la pataíta les cabe dentro del clavel de su ojal, que llevan como un culito respingón.

Sánchez ha olvidado su ciencia exactísima por una cogobernanza caótica y no sé si ha dejado la agenda del virus en manos de la niñera de Iglesias

Madrid es sólo la plaza con campana de España, más que una corte engolada. Es donde se empieza a hablar de todo porque allí se encuentra y reverbera todo sin tener que atravesar provincias ni mitologías en carriola. Claro que, además del Madrid ombliguista, está Ayuso, el icono que es Ayuso, Dama de Elche de la derecha, entre el iberismo, el hieratismo y el pigmalionismo. Ayuso lo ha ido haciendo mejor y peor según rachas, creo que incluso por casualidad, según los desfases de la curva. Ahora, Madrid aún tiene una tasa de incidencia alta y el personal no se fía de si Ayuso, desde la torre mora de sus ojos, está planeando la guerra o la carcajada.

Yo diría que nos vamos a equivocar otra vez, que se nos va a repetir la curva, y Simón mirando la nada como las aguas de un tejado, y lo de salvar la economía y las vidas pero perder economía y vidas. La gente mira a Madrid y mira a Ayuso, a la que parece que han puesto ahí como la estatua de una fuente romana. Si Madrid se abre puede venir toda la cascada de Ayuso, que se ha guardado el bicho como un cesto de pirañas. Pero a quien habría que mirar es a Sánchez. Sánchez ha olvidado su ciencia exactísima por una cogobernanza caótica, ha olvidado el bicho antes que sus gafas de sol, y no sé si ha dejado la agenda del virus en manos de la niñera de Iglesias. Sánchez también está en Madrid y ha visto todas las olas, aunque sólo ha tocado, perezosamente, una, con mano de gamuza prestada por Simón.

Ya queremos Semana Santa, aunque sea con nuestros cristos bandoleros en peceras. La curva no tiene tiempo de bajar porque enseguida se encuentra la agenda de un dios pececillo, o de un mesías florista, o de un emigrante sentimental, y sobre todo se encuentra con unos políticos que van haciendo temporada como los escaparates, que son incapaces de mantener las medidas apenas ven que se quitan o se ponen los sombreros o sube o baja el largo de la falda desenrollando piernas. En verano vencimos al virus, Sánchez nos mandó a todos a disfrutar y se fue él también a disfrutar, tanto que no ha vuelto a preocuparse por el bicho, que ahora parece cosa sólo de la Renfe y de los alcaldes. En Navidad, ya con la cogobernanza, se inventaron lo de los allegados como si fueran angelitos de la guarda. Y ahora, pasaportes que también aletean magia. Llegará, pues, la cuarta ola, curva que Simón volverá a acariciar con su mano despreocupada, mano de peinar ponis o de deslizarse por barandillas.

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