Marlaska no dimite, sigue ahí como otro tentetieso de un Gobierno hecho de tentetiesos. Sigue ahí igual que sigue Sánchez con sus mentiras de niño consentido, y Ábalos con su maleta de Delcy o de espía o de vendedor de cuchillos, e Irene Montero con su niñera como un galáctico de Florentino, y María Jesús Montero con ese IVA de las mascarillas que era europeo, pétreo y sagrado como la catedral de Colonia. Hablaríamos también de Illa si no hubiera enterrado su fracaso y sus mortajas bajo el obsceno quietismo del PSC. Y de Iglesias, que estuvo negando el Estado de derecho desde una vicepresidencia pero se dio cuenta de que lo suyo era el motín a cantazos o bien el generalato con cuello Mao. Marlaska no dimite, sigue ahí, cimbreando como un junco, a pesar de la sentencia que da por probado que destituyó al coronel Pérez de los Cobos por no desobedecer la ley según le ordenaba el Gobierno. Y es normal. Si el sanchismo se doblegara ante la verdad y la legalidad, desaparecería.

Marlaska no es ningún raro en un Gobierno que silba ante las catástrofes y la realidad y dedica sus mejores esfuerzos a desovar aparatosa, natural y casi chistosamente, como una gran tortuga, sobre todos los poderes e instituciones del Estado. He escrito que Marlaska cimbrea recordando que María Gámez, directora de la Guardia Civil con nombre y verbo de artista de variedades, ya dijo en su día que los cargos “cimbrean” (María Jesús Montero, menos barroca y más tautológica, afirmó que aquello era “normalidad normal”). Los cargos en el sanchismo cimbrean, como pastorcitas de égloga, como varales de dolorosa, como un tocado de frutas de vedete, temblando ante el gusto y el deseo y el capricho de Sánchez. La lealtad de un funcionario ya no está con sus funciones ni con la legalidad, sino con Sánchez, ese faraón de colchoneta. Pérez de los Cobos, como es natural, quería seguir siendo guardia civil en vez de un soldadito de Sánchez en sus juegos de niño con merendola. Ahora un tribunal aclara que los cargos no pueden cimbrear por encima de la ley, como si fueran una sombrilla de encaje en el domingo con barquita de Sánchez. Pero esto le da igual a Marlaska, que sí es un soldadito con peana, y por supuesto le da igual al presidente.

Pérez de los Cobos, como es natural, quería seguir siendo guardia civil en vez de un soldadito de Sánchez en sus juegos de niño con merendola

 Los cargos cimbrean como en la punta del látigo egipcio de Sánchez. La Fiscalía depende de quien depende, los jueces del CGPJ querían elegirlos solos los de la timba de Frankenstein, la Guardia Civil tenía que encargarse de “minimizar el clima contrario a la gestión del Gobierno” según la tierna confesión del propio mando, y por supuesto Pérez de los Cobos tenía que chivatearles informes policiales “con fines de conocimiento”, que decía el documento no ingenuo, sino simplemente impúdico, de la propia Gámez. El sanchismo no es sino arbitrariedad con estribillos de tómbola. Pero, tomando palabras de la sentencia: “La legalidad no puede ser arrinconada por la discrecionalidad. Por el contrario, las potestades discrecionales deben ejercitarse dentro de la legalidad”.

El Gobierno ordenó a un coronel de la Guardia Civil un acto “abiertamente ilegal” y lo destituyó al negarse. Lo hizo de una manera tan descarada que la propia directora del Cuerpo, como cacareante de impunidad, lo confesó documentalmente. Pero el ministro competente que participó en ello y que lo negó en el Congreso no piensa dimitir, sino que quiere seguir “trabajando”, allí sobre su peana de soldadito de peana. Uno supone que ese trabajo consiste en conseguir que el sanchismo no tenga trabas en las leyes ni en los funcionarios empeñados en cumplir las leyes. Yo creo que Iglesias se fue cansado de esperar que, por lo menos, los jueces y las leyes se sustituyeran por conversaciones de bolera o de piscina entre líderes carismáticos. En este sentido, Marlaska y Sánchez se muestran más perseverantes y pacientes en la destrucción de la democracia que los que se llaman revolucionarios.

Que Marlaska no dimita es una vergüenza, pero si al sanchismo le importara la vergüenza, desaparecería. Marlaska no va a dimitir, ni Sánchez lo va a cesar por hacer lo que decidió el sotanillo de la Moncloa. De momento, a la espera de posibles responsabilidades penales, yo creo que hasta les hace gracia. Sí, como cuando Sánchez repasa la hemeroteca y esos vídeos meme en los que dice cosas que no haría pero ha hecho, o que haría pero no ha hecho, y que parecen trompazos del Coyote. El sanchismo es algo así como una política de dibujos animados: sin reglas, sin leyes, sin consecuencias que duren más que algunos fotogramas. Visto que nada les pasa factura, lo raro sería seguir las normas, sean morales o legales, como si de repente el Coyote siguiera la física newtoniana y se cayera y se matara sin más, como un albañil. Cuando nada te pasa factura hay que ir a por todo, fiscales, jueces, medios, organismos, burócratas y hasta civilones con cenefa de medallas. Claro que Marlaska no dimitirá: está haciendo perfectamente su trabajo.