Pablo Iglesias, por no hacer, no hizo ni gasto dentro del Gobierno. 120 euros en un billete de tren, que uno supone que sería algo así como un safari para su vida enclaustrada entre su chalé como un nido de águilas y las peanas gubernamentales. A Iglesias le bastan un micrófono y una hamaquita para toda la alta política que hace, más cerca de la radio de Quintero que otra cosa. En los gastos de Carmen Calvo, sin embargo, nos dejamos 38.934,57 euros. La mayoría, desplazamientos y alojamientos, pero también 8.547 euros en protocolo. Yo creo que la política de verdad se nota en el protocolo. Si hay protocolo es que hay movida, negocios, oportunidades, gente, embajadores, presidentes, jeques, habanos como empalizadas confederadas, estilográficas casi ferroviarias y seguro que mucho beneficio para el Estado. Lo que ocurre es que algunos de estos gastos protocolarios de Calvo son de farmacia, limpieza o ferretería, o sea que no sé si algún invitado suyo se llevó un destornillador de recuerdo, o en este protocolo han entrado también desavíos y caprichos.

Nuestro protocolo va a acabar convertido en una cosa miserable y veremos cenas de gala con altramuces. A pesar de todo el esfuerzo de Sánchez sacando el Falcon con pereza de lanchero y haciendo redadas de marisco por Bajo de Guía

Cuando Sánchez se gasta un dineral en langostinos de Sanlúcar, grandes, vistosos y aguerridos como húsares, uno entiende que eso es protocolo, aunque sea protocolo para primos o amigotes. Igual que cuando utiliza el Falcon para ir a un concierto como si fuera Richard Gere. Me refiero a que un presidente democrático no puede dejar toda la majestad a las monarquías desfasadas e ir en bicicleta comiendo un kebab. Además, un presidente progresista tiene el deber de democratizar en su persona el langostino o el avión, que se hacen más del pueblo por ello. Uno entendería, pues, que Carmen Calvo, que es socialista, feminista y además una de las cuatro vicepresidentas que tiene Sánchez como los cuatro angelitos de la cama o de Charlie (Sánchez es más que Charlie), endosara al protocolo algún lujito ya sea caprichoso o simbólico. Lo que no puede ser es que Carmen Calvo, con el presupuesto de protocolo, haga una compra de maruja o de jubilado y se lleve un quitagrasa, o cinta americana, o bastoncillos para los oídos, que en realidad no sabe uno qué se llevó.

No hay que hacer demagogia con los gastos de nuestros gobernantes, ni mucho menos llegar al ascetismo vago de Iglesias, que no gastaba no por conciencia de clase ni de lo público, sino porque no se movía. Yo no soy de los que protesta porque Sánchez coge el avión para ir de boda, como si el presidente de España tuviera que ser menos que Sergio Ramos o alguien así. Yo más bien protesto porque el sanchismo está olvidando ya el mensaje del gasto simbólico, la democratización del lujo, el empoderamiento femenino en plan Vanity Fair y tal, y alguien como Carmen Calvo, mano derecha del presidente, negociadora de hincharte la cabeza, partera del feminismo histórico y mujer dura y fina donde las haya, no usa la cuenta de protocolo para un jarroncito mono, un busto helénico, un modelito de modisto solidario, una joya así como amerindia o incluso purazos como de Sara Montiel.

Al final aquí no tenemos tantos jeques ni mandatarios que agasajar (yo creo que Sánchez tiene más primos que socios internacionales), y en realidad esa partida protocolaria no está para obsequiar perlas ni jamones, sino para “atenciones representativas” más modestas. Como explicaba el artículo de Antonio Salvador, se trata más bien de traerle un refresco o una agüita a quien espera a la vicepresidenta, y no de regalarle un tocado de marajá a García-Page o un esmoquin de Greta Garbo a una activista cuando vienen de visita. Pero así nuestro protocolo va a acabar convertido en una cosa miserable y veremos cenas de gala con altramuces. A pesar de todo el esfuerzo de Sánchez sacando el Falcon con pereza de lanchero y haciendo redadas de marisco por Bajo de Guía como el que pone una cucaña para el pueblo, Carmen Calvo mete compras del Mercadona con categoría de peluco para el señor nuncio.

Carmen Calvo, sin duda, viene de la adustez del PSOE andaluz y por eso vemos esos cargos de 1,40 euros y esas compras en Ikea. Afortunadamente, también hay gastos más considerables en El Corte Inglés, y pedidos a restaurantes de cierta dignidad, ya una dignidad más sanchista me refiero. Pero Carmen Calvo se nos puede desmadrar en revolucionaria, quizá empiece a no gastar por no cambiarse de camisa, quizá pronto se le haga un mundo ir a Valencia, como a Iglesias, que para él fue como embarcarse en el Nautilus. 

Los invitados de Calvo se supone que tenían que quedarse con una Fanta y una almendrita, como quien va al cine o a ver a Fernando Simón, pero al menos algunos de sus gastos supuestamente protocolarios cuadrarían con el inoportuno desavío personal o con el capricho siquiera de kiosco. A lo mejor todavía no le carga al protocolo un helicóptero lleno de gambas o de gogós para Doñana, pero podría empezar por encasquetarle al erario público un poncho de comercio justo o una bombilla ecológica o una inocente cremita para la cara. Quizá a partir de ahí podría enderezarse su sentido de Estado, que Sánchez entendió tan bien desde el primer día. Si hay protocolo es que hay movida, negocios, oportunidades, gente. Dignidad y esperanza, en fin, para este castigado país. Que no falte nunca, aunque sea del Mercadona.