El Congreso es un edificio de ecos romanos y fustes épicos donde parece que la más valiosa virtud política y moral es ahora hablar bajito, como las comadres, como los intrigantes, como los hipócritas. Al menos eso piensa Sánchez, al que no hay muerto, ruina, indecencia, desfachatez, traición o desidia que le irrite tanto como que alguien levante la voz ante los muertos, la ruina, la indecencia, la desfachatez, la traición o la desidia. A Sánchez parece que le han dado no el poder de gobernar, sino el de los bibliotecarios o los antiguos acomodadores de cine. Sánchez puede pactar con los de Bildu, todavía con cara de portar la guadaña, y con el totalitarismo ventero catalán; puede hacer vicepresidente a un alunicero de la ultraizquierda y fracasar en lo económico y en lo sanitario en la mayor crisis del último siglo, y sin embargo dedicarse a chistar a los demás con sonrisa y desenvoltura de truhan.

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