Le han dedicado cervezas, viandas y canciones, como a una valquiria; se ha puesto el chándal, la peineta o el luto para llegar adonde hacía falta llegar; y la han aplaudido en las terrazas de Tabernia, con las sombrillas y las mascarillas rizadas de viento y espuma, como velas de navío. Todo mientras le hacían vudú y le ataban nudos las viejas de la izquierda, que parecen todos ellos viejas de horquilla y entierro. Pero al final, Isabel Díaz Ayuso, a veces frágil novia de Chaplin y a veces estricta gobernanta, se los ha comido a todos: a la izquierda de hatillo y sepultura y al sanchismo con tipito de tango; al centro sin suerte y a la derechona del trabuco y el cilicio. Ayuso no era una tonta, ni una muñequita de recortable, ni esa mezcla extravagante de monja y bruja de las películas de terror de videoclub. Ayuso, simplemente, ha conectado igual con el que iba a la ideología, o a la matraca cultural o contracultural, que con el que iba a las papas.

En Génova, que parecía un concierto de Julio Iglesias, un concierto de otra época de Madrid, del PP y hasta de Julio Iglesias, juraría que Ayuso dejó caer una lágrima como un zapatito de cristal, un zapatito para Casado, para toda España o para la Moncloa, que ayer naufragaba con el sotanillo de Iván Redondo anegado como una chalupa. Ayuso no es tanto de la gente de los bares o de las señoras con caniche del Barrio de Salamanca como de la izquierda que la encumbró y de ese Sánchez / Redondo que le hizo el gran regalo de borrar a Ciudadanos del mapa. Ayuso no sería lo que ha conseguido ser sin ese señor de Murcia, que no es Bal, político impecable, persona admirable e injusto perdedor, sino que es Sánchez / Redondo. Por Murcia, por el capricho de Murcia, que parece el capricho de una excursión, como el de irse a comer una paella a Castellón, Ayuso es ahora la atalaya y el revulsivo del PP, y ya nada se puede descartar, ni siquiera a nivel nacional.

Ayuso no era una tonta, ni una muñequita de recortable, ni esa mezcla extravagante de monja y bruja de las películas de terror de videoclub

Lady Madrid para algunos fans (“ayusers” he visto por ahí) que le empezaron a cantar esta canción flojona del flojón Leiva; reina de chiste de una Tabernia como de venteros cervantinos para Tezanos, hermana de cura de la ultraderecha para otros, en realidad es una líder casual o causal, hija del propio sanchismo, una política espabilada y bien asesorada que ha aprovechado imagen y antiimagen, actitud y popularidad, aparte del sentido común que viene de mirar las calles más como el barrendero que como un político de la posturita o de la academia. Con eso y el señor de Murcia, Ayuso no sólo ha hecho visible lo que pedía Aznar, volver a unir el centroderecha como ese gran tren expreso que fue, tren de muchas clases y recorridos, sino que ha ensanchado ese centroderecha. Quizá Ayuso ha roto los bloques morrocotudos que parecía que el sanchismo había conseguido hacer inamovibles y que le daban esa tranquilidad de colchón de plumas en la que parece moverse, igual en el atril que en los sillones.

Ayuso gana y los demás pierden. La señorita con relicario y seda negra en los ojos les ha dado a todos un revolcón de toro o quizá de vaquilla, que da más vergüenza. Gabilondo no ha sido nada, no era él el que estaba en la campaña ni era él el que hablaba, entre bedel de ateneo y telefonillo de Sánchez. En realidad, Gabilondo era a la vez como el Sancho Panza cultureta de Sánchez y de Iglesias, el Iglesias ya casi póstumo o profético que siempre estuvo por delante, con su fuego en los ojos y en las manos, con su puñalito de teatro, con su aria de muerto, que es lo que ha terminado cantando. Iglesias ha rematado su épica en un petardeo ridículo, como si esa aria de fusilado, a lo Tosca, terminara en ópera de payaso triste, con lágrima de tinta o de plomo. Se retira como un tenor viejo que en realidad no llegó nunca a nada.

Iglesias se retira como un tenor viejo que en realidad no llegó nunca a nada

Mónica García puede estar contenta, ha alcanzado a Gabilondo y uno se lo imagina como cuando los chiquillos le quitan la gorra a ese bedel del colegio, dormido sobre el crucigrama o el transistor o los balones de voleibol. Pero da igual, tampoco sirve para nada. Ayuso ha conseguido que lo demás sobre. Están todos como cirios alrededor de su carita de dolorosa sevillana. También Vox se ha convertido en algo inútil en Madrid, como una coleta de banderillero sobre su capilla de santos llagosos y aceros de panoplia. Ya no hay derecha de Colón, ya no hay trifachito que valga, ya no hay ultraderecha haciendo de confesor o sacristanejo. Sólo está Ayuso y eso es lo que hace temblar ahora mismo la cama de agua de la Moncloa y hasta el castillo hinchable de Frankenstein.

En Génova tenían a un DJ desde temprano, se presentía la victoria, había ganas de marcha, como si se terminara no ya la pandemia, sino una maldición representada en ese mismo edificio que ya he dicho que parece un barco fantasma. Con el toque de queda, aún había gente dándole vivas a Ayuso por la calle, en un ambiente como de cotillón, de Puerta del Sol de vuelta de las doce uvas. Por el contrario, la sede del PSOE parecía un escaparate vacío, con los maniquíes huidos. E Iglesias, que nos iba a salvar de la hidra del fascismo, se rendía como un portero goleado. Ayuso estaba entre reina de Tabernia y de la vendimia, y nunca fue brillante pero sí ha sido práctica. Ahora no es una valquiria de cerveza, sino la que se ha cargado todo lo que había alrededor con un solo lanzazo. Diría uno que se ha cargado la “nueva política”, el multipartidismo, el extremo centro, la revolución, la derechaza joseantoniana y todo lo que dábamos ya por eterno. Lo siguiente puede ser el sanchismo. No está mal para la muñequita de almohada o de botella de gaseosa.

Le han dedicado cervezas, viandas y canciones, como a una valquiria; se ha puesto el chándal, la peineta o el luto para llegar adonde hacía falta llegar; y la han aplaudido en las terrazas de Tabernia, con las sombrillas y las mascarillas rizadas de viento y espuma, como velas de navío. Todo mientras le hacían vudú y le ataban nudos las viejas de la izquierda, que parecen todos ellos viejas de horquilla y entierro. Pero al final, Isabel Díaz Ayuso, a veces frágil novia de Chaplin y a veces estricta gobernanta, se los ha comido a todos: a la izquierda de hatillo y sepultura y al sanchismo con tipito de tango; al centro sin suerte y a la derechona del trabuco y el cilicio. Ayuso no era una tonta, ni una muñequita de recortable, ni esa mezcla extravagante de monja y bruja de las películas de terror de videoclub. Ayuso, simplemente, ha conectado igual con el que iba a la ideología, o a la matraca cultural o contracultural, que con el que iba a las papas.

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