El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, acaba de dar una lección a todos los partidos, incluído el suyo, cuando ha decidido negociar y pactar unos cuantos puntos con la izquierda disidente de Más Madrid, todos completamente asumibles para una coalición de centro derecha como es la que gobierna la capital madrileña.

Con ese acuerdo, Madrid consigue tener Presupuestos en unos momentos en que resultaban imprescindibles para abordar las necesidades de hoy de la ciudad y de sus habitantes.

Mucho tiempo hacía, pero mucho, mucho, que no asistíamos a unas conversaciones culminadas con un acuerdo entre la derecha y parte de la izquierda en nuestro país, algo que en otras latitudes es lo que permite una gobernación estable y en interés de los gobernados.

Lo que han hecho Martínez-Almeida, Villacís y los cuatro concejales conocidos como “los carmenistas” escindidos del partido Más Madrid y liderados por la muy experimentada concejala Marta Higueras, excelente conocedora de las posibilidades que se le abren al Ayuntamiento con este pacto, ha sido dar una lección de cómo se gobierna al servicio de los intereses ciudadanos por encima de los intereses y de las ideologías excluyentes de los partidos.

Hace 40 años éste fue el espíritu que presidió las múltiples negociaciones sobre prácticamente todos los aspectos de la vida pública que debían ser regulados entonces. Y ahí residió la clave del éxito que permitió a España pasar de un régimen autoritario a una democracia plena.

Los responsables del Ayuntamiento de Madrid han demostrado que se puede volver a hacer. Pero eso no lo entienden ni los partidos de la izquierda, incluído el PSOE, ni el partido a la derecha del PP, Vox. Los unos han recurrido a la descalificación de estos presupuestos echando mano de un término que de tanto repetirlo y tanto sobarlo ha perdido ya su antigua fuerza para convertirse en un latiguillo: ultraderecha. Estos son, en opinión de los partidos de la izquierda, que aspiraban contar con la ayuda de Vox para tumbar las cuentas municipales, unos presupuestos de “ultraderecha” y con eso creen que basta.

Por su parte, Javier Ortega Smith, portavoz de Vox en el Ayuntamiento madrileño, los ha tachado de presupuestos “comunistas”. También él cree que con eso basta para desacreditarlos.

Ambos extremos del arco parlamentario han perdido la ocasión de presentarse ante sus electores como fuerzas útiles para la ciudadanía desde el momento en que todo lo que se les ocurre es descalificar las nuevas cuentas municipales con el escapulario de la ideología que se supone que combaten. Argumentos de una pobreza extraordinaria. 

Almeida ha dicho que en su partido no le han presionado en absoluto para que no pactara con la izquierda disidente de la línea oficial, que no otra cosa son los cuatro concejales “carmenistas”, llamados así por su estrecha vinculación con la anterior alcaldesa de Madrid Manuela Carmena.

Pero así como a estos cuatro ediles hay que reconocerles el mérito de haber sido fieles únicamente a sus convicciones y haber tenido el valor de enfrentarse a la hostilidad abierta, y desde hoy creciente, de sus antiguos compañeros de grupo, a la dirección nacional del PP no hay que reconocerle nada porque su interés superior no era fijar posición ideológica frente a PSOE, Más Madrid y UP sino aprobar los presupuestos, un éxito que siempre contará en el "haber" del alcalde del PP.

Todos ellos han dado una lección de responsabilidad, cosa que no se puede decir del concejal de Vox. Ortega Smith ha seguido sin duda las instrucciones de su partido, que se ha equivocado grandemente de estrategia.

Lo que pretenden Santiago Abascal y los suyos es establecer una línea separadora entre Isabel Díaz Ayuso y sus superiores jerárquicos, de modo que ella, amorosamente apoyada por Rocío Monasterio resulte cada vez más asimilable a Vox que a su propio partido. Esta es la explicación básica de por qué las estrategias del partido verde en la Comunidad y en el Ayuntamiento de Madrid son tan diferentes hasta convertirse en opuestas.

Todos han dado una lección de responsabilidad; menos Ortega-Smith, que ha seguido las instrucciones de su partido. Vox se ha equivocado de estrategia.

Pero ahí se equivocan porque en el Partido Popular no son tan simples como para no haber comprendido hace mucho que la política de Ayuso y la esencia de sus mensajes a los madrileños están en el origen de su éxito arrollador en las elecciones de mayo pasado y en el entusiasmo popular que ella sigue provocando allí donde acude. Y no lo van a desaprovechar aunque a veces no lo parezca.

Vox no va a poder asimilar a Ayuso porque eso es lo que está haciendo ya el Partido Popular, por ejemplo, en Castilla y León, la próxima cita electoral, donde pretenden repetir el éxito arrasador de Ayuso. Pero eso tiene algunos riesgos si se aplica a rajatabla.

Por ejemplo, Alfonso Fernández Mañueco no puede travestirse de Isabel Díaz Ayuso porque sus políticas frente a la pandemia fueron exactamente las contrarias de las que puso a punto la presidenta de Madrid en los momentos más duros del dominio del virus. 

Eso sería un error porque todo el mundo lo vería como una impostura y las imposturas descubiertas nunca han dado votos. Al contrario, los han restado.

Pero es verdad que los pasos dados desde hace una semana son calcados a los que dió la presidenta  de Madrid en mayo: destitución por sorpresa de los consejeros de Ciudadanos, disolución de las Cortes y convocatoria de elecciones antes de lo esperado.

Hasta ahí nada que objetar si, como él dice, ya no se fiaba de la lealtad de los miembros de Ciudadanos con los que las relaciones ya eran muy tensas desde tiempo atrás. Pero de ahí a calcar la estrategia electoral de Ayuso va un trecho largo porque la presidenta madrileña se había convertido desde hacía ya muchos meses en el azote del presidente del Gobierno, papel que no ha desempeñado en absoluto el presidente castellano leonés.

Por lo tanto, basar por ejemplo la campaña en el mensaje “comunismo o libertad” que fue el que ella envió al comienzo de la carrera electoral estaría fuera de lugar. Del mismo modo que lo estaría la defensa que Ayuso hizo del modo de vida “a la madrileña” porque Castilla y León es una comunidad de nueve provincias con una fuerte personalidad cada una de ellas y en buena parte muy diferentes entre sí.

Por lo tanto, Mañueco, y con él la dirección del Partido Popular, se equivocarían si pretendieran hacer del castellano leonés la segunda versión de la madrileña. 

Otra cosa es que una victoria amplia del actual presidente, cosa que los sondeos hasta ahora anticipan, le puedan servir a Pablo Casado para subir un peldaño más en su acercamiento a la fortaleza de La Moncloa, y vuelva a beneficiarse más adelante de la previsible victoria del andaluz Moreno Bonilla.

Pero Mañueco haría bien en no intentar parecerse más que a sí mismo.