En la Cope, último refugio, como una granja amish para un fugitivo, Pablo Casado parecía ese Antonio García Ferreras que mueve ladrillos y sospechas delante de la cámara con sus manos de grúa y sella con una especie de remate de cabeza o golpe de hormigonera la certeza moral. Casado ya es como Ferreras, en el método, en la embuchada pedagogía moral y en las puras opiniones. Casado le está haciendo a Ayuso tertulianismo de La Sexta. Usa las mismas frases que los que hambrean en el PSOE madrileño y hasta que Antonio Maestre, ese templario de la izquierda. Más que el contrato con hermanísimo incluido, contrato dudoso o legal o tan vulgar que por esos pueblos del urbanismo en flor o de la Andalucía de los ERE le ganarían facturas de maceteros o de puticlubs; más que eso, decía, a uno le sorprende que Casado arroje sobre Ayuso sospechas de tertuliano con dorsal, pero con el dorsal cambiado.
Casado apareció por fin, triste y encogido, no como un líder sino como un poeta asaeteado por sus musas y letraherido de honradez. Quizá lo suyo no ha sido desde el principio envidia ni cobardía ante Ayuso, sino que estaba madurando, ahí en su buhardilla o cuarto de farero de Génova, un proceso de completa beatificación del PP, un PP tan beato que ya es indistinguible de la izquierda beata y de sus frailes de repartir pan y vino cada mañana. Lo normal sería que Casado estuviera ahora en esa fase de decir “creemos en la honradez de Ayuso y de su hermano”, “hay que respetar la presunción de inocencia”, “eso lo tiene que decidir la justicia”, “no caigamos en juicios paralelos”, “es un linchamiento sin ninguna prueba”.... Más, si se trata de uno de los activos políticos más valiosos de tu partido. Pero eso es lo que haría otro PP, otro Casado anterior a esta conversión, gente de otra política fea y profana.
El contrato podrá ser sospechoso, el hermano podrá ser antiestético, pero no menos sospechoso o antiestético es que Ayuso en boca de Casado parezca Ábalos
Casado el Pío, ante la sospecha o el cuchicheo sobre Ayuso, lo que hace es decir cosas como que, aunque el contrato sea legal, “no es entendible” ni “ejemplar” eso de que esté el hermano de Ayuso por ahí, como mediador o camionero o lo que sea. Incluso insinuó que hubiera testaferros ocultando bastante más que una comisión, igual que dijo Antonio Maestre en lo de Ferreras. Casado avanza por la senda del tertuliano de Ferreras como un cruzado por el barro, asume lo más dañino sin pruebas, insiste en que será legal pero no ético, o que será ético pero no estético, y deja ahí, como argumento final y apostrófico, una ceja levantada como una cimitarra fatal... contra alguien de tu propio partido. Casado, acogiéndose a sagrado en la Cope, incluso se permitió arrojar sobre Ayuso los muertos de la pandemia, ahí como a paladas de esas mismas manos de enladrillar. Sí, la gente muriendo y el hermano de Ayuso haciendo negocio o sólo su trabajo, buscando mascarillas en vez de buscar, no sé, regaliz.
Mientras esperamos qué pasa con el contrato, que ya veremos dónde acaba la cosa legal, la cosa ética y la cosa estética, yo intento desentrañar a Casado. Y, ahora mismo, Casado me parece incomprensible como budista, como templario de derechas o de izquierdas y como presidente del PP. Intento ponerme en su relato y en su lugar, incluso me imagino en su trono de Génova (aunque lo veo como una especie de caballo de balancín, cosas de la imaginación). Lo veo recibiendo el soplo del contrato, llamando a Ayuso preocupado, pidiéndole explicaciones y recibiendo, supongo, la simple respuesta de que “es legal”. Una respuesta que él no cree, así que exige más pruebas, pruebas de su inocencia (la carga invertida de la prueba, ese truco de los inquisidores), pruebas seguramente imposibles. Pero si es un asunto ético, o estético, como dice ahora, si todo es por la fealdad del hermano, como el de los Calatrava, ¿qué pruebas exigía? ¿Pruebas de que el hermano de Ayuso no es su hermano? Si el mal (ético, estético) ya era irreparable, lo único que podía devolverle la tranquilidad tibetana era la denuncia. ¿Por qué no denunció, a qué esperaba?
La verdad es que Casado no es incomprensible, sino transparente, incluso leve, que así lo vi en la Cope, una virgen de comunión con su tono apalomado de confesionario. Casado debería estar en eso de “la presunción de inocencia”, no en la sospecha de ponerse de medio perfil, como Ferreras, contra una estrella de su partido. Sea verdad o media verdad la historia detectivesca con barra de pan en la gabardina (aunque los testimonios y las pruebas se acumulan), se podría entender que el PP expediente a Ayuso por acusar a Casado de espionaje. Pero no que Casado centre la disputa en acusaciones de corrupción, que son acusaciones también contra el partido. Eso, al menos hasta este sublime momento tibetano de la política, era algo que no se hacía entre compañeros, salvo como parte de un apuñalamiento, que es lo que es esto.
A Casado lo veo perdiendo contra un nuevo partido liberal de Ayuso y Cayetana
El contrato podrá ser sospechoso, el hermano podrá ser antiestético, pero no menos sospechoso o antiestético es que Ayuso en boca de Casado parezca Ábalos. Sí, hay más pruebas del apuñalamiento a Ayuso que de mordidas abigotadas, y eso es precisamente lo que puede destrozar al PP, que la sangre aún canta más que la gominilla de la corrupción, si la hay. Casado puede matar al PP queriendo matar a Ayuso, pero en su furia meapilas no se da cuenta. Feijóo sí se ha dado cuenta y ya ha avisado, en purísimo gallego, que lo mismo esto hay que dirimirlo en un congreso extraordinario, shakesperiano y casquero, donde quizá los barones godos del PP ejerzan otra justicia.
El contrato se aguará o el contrato acabará echando a Ayuso, lo que no ve uno es un escenario en que Casado gane nada. Igual que veo a Casado en el caballo de balancín de Génova, lo veo perdiendo no contra Sánchez ni contra Abascal, sino contra un nuevo partido liberal de Ayuso y Cayetana. Lo veo, luego, haciendo otra vez ese kárate con las sombras, con los tendederos, con los ladrillos y con la moral que hace Ferreras.
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