Sánchez “no tiene corazón”, ha dicho Feijóo, que se levantó cantando boleros como una mucamita. En la política adulta de Feijóo parece que también caben estas cosas de radionovela, con su corazón encogido a la hora del bordado y la labor cayendo sobre la mecedora, todo como una cascada de encajes y trenzados antiguos. Feijóo quizá quiere alejarse de la imagen de padre con facturas y con notas del colegio metiendo un poco de sentimiento y de huerfanita, pero eso de decir que Sánchez no tiene corazón por no bajar los impuestos suena a que no se quiere casar con él en medio de un cafetal. Ese corazón es un poco como el hombro que pide el presidente siempre que le arrimen: suena a pedir un novio por pena. De todas formas, Sánchez parecía darle la razón a Feijóo en su entrevista con Susanna Griso. Desde su salón de dentista carísimo, Sánchez, sin corazón como todos los dentistas, sólo cal, alambre y oro, asesinaba a Podemos como a una pastorcita y ya hablaba sólo de “lo que representa Yolanda Díaz”.

Sánchez seguramente no tiene corazón, por los impuestos o por su gestión del bicho o por su Frankenstein robado a las tumbas o a las hienas, aunque son el populismo o el sanchismo los que suelen recurrir al corazón, con su cosa de gaita de los sentimientos, y de la política seria, adulta y padraza se espera otra cosa. Habría que decir que Sánchez no tiene cabeza, o que no tiene palabra, o incluso que no tiene escrúpulos. Pero llamar al corazón de alguien es como llamar a la cama de alguien con aldabonazos de posada, algo inútil, lastimero y repulsivo. Sánchez seguramente no tiene corazón, ni siquiera corazón de maniquí de esgrima con el que me lo imagino entrenando, con té y criado, en ese salón de la Moncloa donde hace las entrevistas como en una pista de patinaje. Pero tampoco puede ir uno llorando así al presidente, hasta su corazón de cojín con forma de corazón, para que se crea aún más guapo y con más plantaciones, que lo mismo un día recibe a la prensa con despechugue de pasión de gavilanes, o de Macron, que ya está entre el Elíseo, la sauna y el sirtaki.

Sánchez no quiere borrar a Podemos, sino borrarse él. Borrar lo que ha hecho él con Podemos, lo que ha consentido a Podemos, lo que ha ensalzado o podrido o denigrado gracias a él

Feijóo ponía el corazón de Sánchez abierto en canal, como el de una vaca, en medio del debate nacional, ya de por sí charcutero y sanguinolento, pero el caso es que ahí estaba nuestro presidente, en ese salón de la Moncloa que parece el palacio de hielo de un malvado de dibujos, asesinando sin corazón a lo que quedaba de Podemos, como a la familia del zar. La verdad es que fue un asesinato rápido y suave, como si los degollara con un folio. De repente, Sánchez decía “o un Gobierno con lo que representa Yolanda Díaz o gobierna el PP con la ultraderecha”, y la guillotina de papel, que apenas había sonado a visillo moviéndose, dejaba ahí, entre los pies de patinadores de Sánchez y Griso, algo que podía ser la cabeza caballar de Iglesias, el cochecito despeñado de Echenique como el cochecito de El acorazado Potemkin, la trenza de emperatriz de Irene Montero, la barba de postre de Salomé de Garzón y los ojos congelados y perdidos de Ione Belarra.

Se acabó Podemos, cosa que ha ocurrido no cuando Iglesias se fue a hacer radio de campamento, ni cuando Yolanda Díaz se decidió a fundar otro partido o movimiento con su cosa de lechera de cuento o anuncio de chocolates alpinos, sino ahora, cuando Sánchez acaba de borrarlos, acaba de matarlos brutal y palatinamente, sin corazón y sin temblor, como si fueran gallinas de un augur. Hasta los cuadros de la gran sala parecían aceptar la sangre como otra abstracción o como sumidero psicoanalítico, como el test de Rorschach. En realidad, Sánchez no quiere borrar a Podemos, sino borrarse él. Borrar lo que ha hecho él con Podemos, lo que ha consentido a Podemos, lo que ha ensalzado o podrido o denigrado o puesto en peligro Podemos gracias a él. Ahora, Sánchez caminará de la mano de Yolanda Díaz, como el Pedro de Heidi, virginal y descalzo entre vacas tapizadas de vaca y cabritas negras, saltarinas y musicales como corcheas.

Feijóo se imagina el corazón de Sánchez con portezuela, como un reloj de cuco sin nada dentro, como el corazón de madera muerta de un cascanueces, a la vez que pide entrar en él como en un nido de pájaro carpintero. Sí, seguramente Sánchez no tiene corazón, pero no hay que estar buscándoselo bajo la botonadura ni bajo la falda, como esas bragas con corazoncitos. Sánchez no tiene cabeza, no tiene palabra, no tiene escrúpulos y no tiene piedad, hasta tal punto que se come a sus hijos y a sus convidados, se come a su Frankenstein encebollado como un corazón de vaca encebollado. O sea que Feijóo seguramente tiene razón, pero no es adulto sacar el corazón tapicero ni el corazón pastelero ni el corazón piruleta ni el corazón piñata ni el corazón de globo en medio del fin del mundo, como si fuera una pastita saladita de lágrima a la hora de la telenovela.

El punto débil de Sánchez no es el corazón que tiene o no tiene, como si fuera el Hombre de hojalata o don Juan, sino la realidad. Como casi toda la izquierda que nos ha tocado en el apocalipsis. A Yolanda Díaz se la ve muy de corazones en las tazas, en las galletas y en el pelo, y además se cree que con eso ya está todo hecho, así que no sé si es peor no tener corazón o vivir en una caja de bombones con forma de corazón. Lo tendría que tener en cuenta Feijóo si va a seguir mirando si sus adversarios tienen un corazón atascado como un fregadero, o sólo una bomba de relojería en el pecho, o sólo una gominola dentro.