El emir de Qatar llegó a Madrid con cuatro aviones, cincuenta coches, sus palacios trasladados en témpanos y sus mujeres guardadas en frasquitos, temblones como un carro de nitroglicerina. En el Madrid recién chulapeado de San Isidro, el emir lo que parecía era Espartaco Santoni, pero el mundo del dinero sabe que manda en Iberdrola, que tiene el PSG como una colección de soldaditos de plomo y que bajo la pangea de mármoles de su país hay gas y petróleo para encender otro sol con interruptor de perilla. O sea, que aquí le han hecho la pelota a base de bien, a lo López Vázquez. Al emir le han desenrollado Madrid, nuestras instituciones, nuestro neoclásico, nuestro joyerío y hasta nuestras columnas vertebrales, desde la del alcalde Almeida a la del Rey Felipe, que tiene un espinazo desmontable y noble como una armadura de alabardero.

El emir de Qatar no iba vestido de jinete del viento ni de jinete de chorritos de oro, sino como de médico de aquí, de ferrallista de aquí o de dueño de equipo de fútbol de aquí, una cosa como un Florentino turco, quizá porque ya ve un poco todo esto suyo, igual que ha visto París, ciudad de la que ha hecho su hotel nocturno o su isla de luciérnagas. El emir de Qatar tiene gas como sus váteres tienen peluche rosa, o sea más como adorno que como provisión, y nosotros necesitamos gas desde que España entregó el Sáhara a Marruecos, no sabemos si a cambio de selfis en toalla de Sánchez capturados por Pegasus, y nos enemistamos con Argelia. De repente, Qatar parece todo nuestro mundo, un poco como le pasó a Xavi Hernández. Por eso le iban dando al emir medallas, grandezas y hasta virtudes, como cuando se condecora o titula a una patrona.

Ellos son tan ricos que ya sólo quieren peloteo y nosotros somos tan pobres que ya sólo podemos pagar en peloteo

El emir de Qatar es como nuestro nuevo jefe y todos nuestros políticos, empresarios y prebostes son un poco Xavi Hernández, agradecido, converso y feliz con una cucharilla de oro para comer el postre y una toalla de oro para ir al váter como a la ópera. Almeida, que le entregó al emir la Llave de Madrid, que no parecía la llave de una ciudad ni de un castillo sino la de una bailarina a cuerda; Almeida, decía, soltó que España y Qatar eran un ejemplo de cómo las monarquías son “cruciales” para “transformar sociedades”. Yo diría que faltan muchas más monarquías feudales, absolutas, teocráticas, alabastrinas y mostachudas, o no se va a arreglar este mundo nunca. Allí en Qatar se ve muy bien cómo se transforma una sociedad en váter de oro, en cárcel de oro, en esposa dorada como un pez dorado y hasta en Kaláshnikov de oro. Pero, sobre todo, se transforma en sociedad feliz, esa felicidad de Xavi Hernández, dorada y laxante, como de jubilado de la ética y de la vergüenza.

Al emir de Qatar, que iba recibiendo bisutería y halagos como en la entrega de una dote, le dieron la Medalla del Congreso, la Medalla del Senado, la llave de bailarina a cuerda de Almeida y el Collar de Isabel la Católica, pesado y adornado como un yugo de bueyes alejandrinos o rocieros. “España y Qatar tienen muchos valores en común”, dijo el emir en el Senado, que no sé si en ese momento sacó una foto de Xavi Hernández en camello o del Emérito en una sauna, o al revés. También ha habido comida en la Zarzuela, con el Rey Felipe VI de uniforme borbónico de primo de emir, y cena de gala con Sánchez vestido como de embajador de Cantinflas, o algo así. Todavía no descarto que el emir se vaya de España con algún marquesado o algún sultanato nazarí, o con una esposa metida en una cesta de mimbre.

El emir de Qatar nos va a dar gas o nos va a dar a Mbappé, no sé, y se diría que lo único que ha pedido a cambio es que le hagan la pelota, que le hagan mucho la pelota, como en Pretty woman. Todo ese gas y todas esas inversiones yo creo que ya se la han pagado al emir en peloteo, eso es lo que hemos visto, y la cosa funciona, porque esta gente ya no se alimenta de dinero sino de pleitesía, como los dioses. Estas ricas monarquías absolutas, fanáticas y abejiles, que tienen que viajar con toda la jerarquía y las cámaras de la colmena entera o se deshacen, no son el colmo del dinero tanto como de la vanidad. Ellos son tan ricos que ya sólo quieren peloteo y nosotros somos tan pobres que ya sólo podemos pagar en peloteo.

El emir de Qatar llegó a Madrid con su oro y sus aviones en cubiteras, de negocio o de safari o de playeo. En cualquier otro sitio hubieran hecho simplemente eso, negocio, sin obligar a que cada una de nuestras instituciones aplaudiera y condecorase a ese señor que venía con su sillita, sus leyes y su cielo medievales como si nos invadiera montado en elefante. Pero aquí no podemos pagar ya los negocios con dinero, de eso se ha ido encargando Sánchez, presidente vestido de embajador de su colchón como de uno de esos absurdos países artificiales de apenas unos metros cuadrados. A Qatar le damos peloteo a cambio de gas, que por lo menos es mejor que darle a Marruecos el Sáhara Occidental a cambio de nada, o a cambio de humillación. En cualquier caso, ahí está Sánchez como con felicidad de Xavi Hernández, una felicidad contagiosa o mimética, que puede llegar a Almeida o puede llegar a Florentino, al que ya veo vestido de jeque de Puerto Banús para recibir a Mbappé.