Cuatro años después de aquella moción de censura en la que Sánchez se hizo definitivamente Sánchez, en la que Rajoy posó muerto en el ataúd de gato del bolsito de Soraya, en la que Pablo Iglesias empezó a planear como su boda de folclórica, lo único que queda en pie es Sánchez, que se hereda a sí mismo entre los cataclismos, los muertos, las mentiras y las demoliciones. Bueno, también los nacionalistas, que son como ujieres del Congreso, con presencia intemporal de columna o de rodrigón. Pero Podemos y Ciudadanos están cerca de la extinción, como pájaros raros, Susana ya es una jubilada, y el PP de Rajoy, que era un palquito de teatro de provincias, dio paso al PP de Casado, que fue un temblor de duda y miedo en el tiempo como en un visillo, y luego al PP de Feijóo, que aún no sabemos qué será. Sólo queda Sánchez, aunque el Gobierno, de mil patas y voces, sólo se sostiene porque Podemos no tiene otro sitio donde ir, y España, en fin, parece la chimenea del señorito, o sea de Sánchez, entre cenizas y cabezas disecadas.

Sólo queda Sánchez en pie, como un Godzilla con esmoquin en medio de la destrucción general, y es el único que importa. La historia de estos cuatro años no es la historia del virus, de las crisis o apocalipsis sucesivos, de los indepes merovingios, de la izquierda decadente ni de la derecha bamboleante, sino la historia de Sánchez. Aquí no ha habido Gobierno de progreso, ni pandemia, ni ruina, ni guerra, ni amenaza secesionista sostenida, ni trifachito de tardes de toros, sino sólo diversas manifestaciones, advocaciones y presencias del colchón de Sánchez, flotando en el aire, en la luz y en los rezos como un Espíritu Santo radiante de rosetón. Todo lo que ha pasado se puede explicar por el colchón de Sánchez, todo se ha movido por el colchón de Sánchez, y por eso Sánchez es el único que queda en pie, ahí en su colchón o parihuela, y es el único que importa, porque todo lo demás parece su decoración o sus pisadas, como cráteres.

Han sido cuatro años en los que España ha pasado por Sánchez, y no al revés, y aunque la realidad no toca a nuestro presidente tentetieso, España sí ha quedado tocada por Sánchez

Después de cuatro años, sólo queda Sánchez en pie. Han caído, como estatuas griegas, la verdad y la palabra; ha volado nuestro dinero igual que los sediciosos y se ha enterrado la realidad como sobras. Alrededor de Sánchez han quedado instituciones humilladas, democracia emputecida, funcionarios pasados a cuchillo, adversarios pelados, ministros quemados, hermanos sacrificados y viudas de redecilla con moscas como Iván Redondo o Pablo Iglesias. La devastación ha sido tal que Sánchez ha dejado de tener control sobre ella, como suele ocurrirles a los manipuladores, y puede acabar con su monstruo de Frankenstein antes de lo que él tenía previsto, que por supuesto estaba previsto.

Sólo queda Sánchez en pie, es lo que estaba planeado, aunque no tenía que ser ahora, ni tenía que quedar él como lo vemos, ya borroso y temblón en el Congreso. A ese Frankenstein al que se le iba ofreciendo la voladura controlada del Estado, Sánchez le había reservado el mismo final, su voladura controlada. La cosa no tenía que acabar con Pegasus, sino en la larga sobremesa de una negociación sin principio ni fin con los indepes, como lo del Buscón pero sin ironía. Y tampoco tenía que acabar con Yolanda Díaz compitiendo con Sánchez por una misma socialdemocracia de flor y gasa, sino con un Podemos convertido en insignificante ante el ancho progresismo republicano, plurinacional, pluriidentitario y pluricosas en general del PSOE de Sánchez. Hasta lo de la OTAN, con medio Gobierno antisistema cantando aquello que cantaba Krahe con tambores indios (“hombre blanco hablar con lengua de serpiente”), entra en el plan.

Ya sólo queda Sánchez en pie, aunque no todo el mérito es suyo. El personal se sorprende o se escandaliza de que Pablo Iglesias critique a Yolanda Díaz o se pique con Joan Baldoví, pero es que ese conglomerado que es Podemos ha atravesado puntualmente todas las fases del izquierdismo revolucionario, con soviets, purgas, estalinización y aburguesamiento. Ahora, claro, están en la rapiña y el ajuste de cuentas finales, comidos por sectas, por frustrados, por apalancados, por los últimos puristas, los últimos aprovechados y los últimos apóstoles, y todo para quedarse, todos juntos y todos peleados, en el 10 por ciento de toda la vida, donde viven melancólicamente como los aficionados a los boleros. De que la izquierda “verdadera” de siempre siga siendo la izquierda “verdadera” de siempre no tiene mérito Sánchez. De lo que sí tiene mérito es de mantener dividida la derecha ancha y hasta cierto punto antinatural que teníamos aquí, con la extrema derecha disimulada, absorbida o templada entre centristas, liberales, conservadores y ranciolovers. Vox, más que su Gobierno de pastiches simbólicos y su Frankenstein mutante, ésa es la obra de la que está más orgulloso Sánchez.

Ya sólo queda Sánchez en pie, un Sánchez que planea, como decíamos el otro día, su reinicio. Han sido cuatro años en los que España ha pasado por Sánchez, y no al revés, y aunque la realidad no toca a nuestro presidente tentetieso, España sí ha quedado tocada por Sánchez. Uno sigue creyendo que los extremismos y populismos irán cayendo cuando se vayan mostrando inútiles o ridículos, cosa que ocurre cuando tienen que gestionar y no sólo pavonearse. Así ha ocurrido con Podemos, ya reducido a algún ministro con el culo atascado en su silla de fraile y a esa especie de José María García con mate del Che que se cree Pablo Iglesias. Pero los extremismos y los populismos declinarán, sobre todo, cuando caiga Sánchez, su santo patrón. Es cierto que él sigue de pie mientras partidos y líderes caen o se turnan como trapecistas, pero ya se tambalea a tortazos de realidad y de encuestas. En el Congreso, Sánchez no ruge como Godzilla entre ruinas, sino que tirita, asaeteado, como un frágil y bello san Sebastián de parroquia.