
Feijóo, en el Senado.
El Senado tenía algo de plaza de toros desmontable esperando el primer cara a cara de Sánchez y Feijóo. Era como un duelo llevado artificialmente a una colina o a una pagoda, lejos del familiar escenario del Congreso, al que vemos ya como un café con sus muebles y sus riñas de café. El Senado es feo, es como un tanatorio, y además Sánchez siempre parece que va allí a dar el pésame, apresurada y envaradamente, antes de volver a su Moncloa a quitarse la peste pegajosa a crisantemo de pueblo. Feijóo también parecía un invitado a galletas de velatorio, es lo que tienen estos raudos descabezamientos de partido, que dejan al nuevo líder de convidado en el entierro ajeno, en su propia fiesta y hasta en su primer combate por la vida. No hay que esperar mucho de los primeros enfrentamientos ni de los primeros encamamientos, pero al menos pudimos ver que Feijóo va a ser tranquilo y letal, y que, frente al nuevo adversario, Sánchez no va usar otra táctica que seguir siendo él, con flor o lágrima de guapo.
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