¿Drama o farsa? Es lo que me pregunté al final de este artículo en el que describo el clima que se vivía en la esquina del edificio en el que reside Cristina Kirchner. Allí se congregan sus seguidores, alentados por la vicepresidenta, desde que el fiscal pidió 12 años de prisión por las acusaciones de corrupción. Allí hemos visto cómo un hombre apuntaba con una pistola a su cabeza. Agradecemos que no haya sido un drama, pero no ayuda a calmar los ánimos que el presidente Alberto Fernández haya decretado este viernes festivo y haya convocado concentraciones en todo el país. A la luz de estas movilizaciones partidarias del peronismo y las violentas expresiones contra los periodistas me temo que el drama es que nuestra democracia pueda convertirse en una farsa.


En cada esquina pusieron un café: la Buenos Aires que encanta a sus visitantes. Esos bares en los que se ve pasar la vida detrás de los inmensos ventanales. En el cruce de las calles Uruguay y Juncal en pleno barrio de la Recoleta, un émulo del madrileño barrio de Salamanca, no hay ninguno. Pero la vida política, o su caricatura, pareciera discurrir por esa esquina ocupada por el edificio en el que vive Cristina Kirchner. Convertida en santuario como la definió uno de sus ministros, a la que peregrinan sus juveniles seguidores, con pirotecnia y cánticos en señal de apoyo a la vicepresidenta procesada por corrupción.

Desde que el fiscal Diego Luciani pidió 12 años de prisión e inhabilitación perpetua para Cristina Kirchner, acusada de liderar una banda que copó el Estado para enriquecerse con la obra pública, su defensa ha sido descalificar al fiscal, desconocer la justicia, acusar a los medios, utilizar las redes sociales para presentarse como una perseguida política y mantener protestando en la calle a sus fanáticos seguidores que amenazan: "Si la tocan a Cristina qué quilombo se va armar”, palabra que en Sudamérica es sinónimo de caos.

Por ahora amenazas, mucho ruido, con muchas cámaras de televisión que convierten en multitud lo que es una centena de adherentes. Una "Bastilla degradada", como ironizó Pablo Vaca, columnista del diario Clarin para quien los "pibes para la liberación", que cantan "no la toquen a Cristina" y "Cristina corazón" han descubierto que, "con tantas banderas arriadas, la única revolución de la que podrían presumir consiste en la toma de la esquina. Cortar la calle algunas horas por día. Una Bastilla degradada, pero Bastilla al fin".

El columnista se refiere a la claudicación ideológica de los kirchneristas que denostan al Fondo Monetario Internacional, despotrican contra "el Imperio", los Estados Unidos, pero ahora el nuevo ministro de Economía, Sergio Massa, debe viajar a Estados Unidos para suplicar ayuda tanto al Fondo por los incumplimientos de Argentina que se comieron la confianza en un país, sin crédito, con inmensos recursos pero quebrado financieramente. También se intenta seducir a las petroleras con las nuevas joyas de la corona, el petróleo de Vaca muerta en la Patagonia, y el litio que guardan los Andes en el norte de Argentina.

La designación de Massa, quien no es economista, fue una salida desesperada tras los fracasos de los ministros que le antecedieron, Martín Guzmán, el alumno del Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, y la fugaz ministra Silvina Batakis que duró apenas 20 días en el cargo. Entre tanto, los argentinos padecen la octava crisis económica en 60 años, calcadas a si mismas. Sufren una inflación galopante que llegará al cien por ciento anual, la mitad de los argentinos en la pobreza y una degradación visible en el área que se toque. Viven un ajuste feroz para equilibrar las maltrechas cuentas del estado, con aumentos desorbitantes en las tarifas de gas y electricidad, aunque el oficialismo haga malabarismos verbales y en el país del eufemismo nieguen las evidencias: "No es un aumento de tarifas, es una redistribución de subsidios".

Las ruidosas manifestaciones frente a la casa de Cristina Kirchner son también una provocación para el alcalde de la ciudad, Horacio Rodriguez Larreta, entrampado entre los vecinos del barrio que reclaman la fuerza pública y los ruidosos militantes que ven en los uniformados de la policía como potenciales represores. El alcalde, un dirigente opositor del Propuesta Republicana (PRO) con aspiraciones y posibilidades presidenciales al que se le pide mayor autoridad para despejar la calle, teme que la violencia, muchas veces provocada, se desborde. Eso obligaría a que la policía "reprima" a los manifestantes, palabra mal connotada por la asociación que hace el kirchnerismo con la dictadura.

Le cabe a la Justicia establecer la culpabilidad o inocencia de Cristina Kirchner, pero nadie puede negar su responsabilidad política por alimentar la crispación"

Le cabe a la Justicia establecer la culpabilidad o inocencia de Cristina Kirchner, pero nadie puede negar su responsabilidad política por alimentar la crispación que vive el país y alentar a sus seguidores a ganar la calle, lo que es una tradición en el peronismo, una concepción de poder autoritaria que niega la política como negociación y persuasión para solucionar los conflictos.

No faltan antecedentes: al presidente Raúl Alfonsín, la poderosa central de los trabajadores peronistas, le hizo once paros generales; en las manifestaciones de 2001, hoy que se revisa la historia, hay serias sospechas de que el peronismo estuvo detrás del "que se vayan todos"; los saqueos que obligaron al entonces presidente De la Rúa a huir en un helicóptero; al presidente Mauricio Macri, el día que iba a votarse en el Parlamento una reforma, fuera del Parlamento, las agrupaciones de la izquierda peronista hicieron su intifada contra el edificio del Congreso legislativo. Dentro del recinto, los diputados opositores a Macri, a golpe de puños e insultos, intentaron forzar la suspensión de la sesión.

La responsabilidad mayor de Cristina Kirchner es ignorar la división de poderes de la República, utilizar el Senado como un bien propio, reducir a la democracia a las elecciones, ocupar bancas en el Parlamento para luego atentar contra el sistema que les da fundamento. Es la degradación de la democracia, amenazada también por las mentiras políticas, como advirtió Hannah Arendt, la pensadora alemana a la que acudimos para entender los fenómenos globales. Refleja el divorcio de la verdad con la política, hoy en manos de los marketineros que utilizan las técnicas del mercadeo publicitario para vender ilusiones con mentiras y relatos épicos. Un compendio de contradicciones.

Ninguno de los tres integrantes del actual gobierno resisten un archivo. Ni el presidente, Alberto Fernandez, ni Sergio Masa, ni la misma Cristina. Es la coalición de gobierno que armó la vicepresidente con sus dos principales detractores en el pasado. Los programas políticos de la televisión se deleitan con los viejos videos en los que confrontan sus declaraciones de hace tiempo y las actuales, totalmente opuestas. Especialmente se ensañan con el presidente Alberto Fernández, vaciado de poder por la misma Cristina. Sus leales políticos lo que menos le han dicho es "inútil", como si no fueran parte de un mismo gobierno, esa Santísima Trinidad que une Estado, Gobierno y Justicia en una única deidad verdadera, Cristina Kirchner.

Lo único que no probamos los argentinos es levantar sobre nuestros escombros una verdadera democracia republicana en la que nadie pueda ponerse por encima de la ley"

¿Drama o farsa? Me gustaría ser extranjera para mirar ajena como si estuviera ante un espectáculo, pero el objeto de este artículo, como a la mayoría de los argentinos, nos avergüenza y entristece. Alguna responsabilidad tendremos o algo mal habremos hecho para que el país se nos haya ido de las manos. Resta una vana confianza de que los males no duran cien años. Al menos ya sabemos que los problemas económicos de Argentina son esencialmente políticos.

Lo único que no probamos totalmente es levantar sobre nuestros escombros una verdadera democracia republicana en la que nadie pueda ponerse por encima de la ley. Por más víctima que haya sido en el pasado o invoque fines grandilocuentes.

Los argentinos debemos recuperar el sentido de verdad y del Derecho del que hablaba San Agustín en el siglo V para distinguir el Estado de una banda de ladrones. Los argentinos tuvimos sentido de justicia con el juicio a las Juntas que condenó a la dictadura y puso fin a los golpes militares. Hoy, necesitamos restituir el sentido del Derecho para poner fin a la corrupción. Ese "siempre se hizo" con el que se defendió Cristina Kirchner, podrá ser castigado, por primera vez, en un juicio igualmente histórico como aquel del inicio de la democracia.


Norma Morandini es periodista, escritora, fue diputada y senadora del Congreso argentino.