Uno se ha dado cuenta de la importancia y la seriedad de rebajar las penas de sedición viendo que el presidente Sánchez ha vuelto a llevar corbata en el Congreso, yo creo que por orden de Esquerra como por orden de la suegra. Después de tanto tiempo salvando el planeta con la nuez desnuda, a uno se le hacía raro, como ver a Tarzán con corbata, ahí colgando de la liana o del cocodrilo. Pero Sánchez ha vuelto a la corbata porque ha vuelto a las cosas importantes, solemnes y sobre todo obligatorias, como es esto de casarse con Esquerra en una boda de penalti y escopeta. La urgencia de Sánchez con el delito de sedición es esa urgencia del bombo, incluso del bombo a una prima o algo así, un escándalo de pueblo en el que no sólo media la escopeta sino hasta el obispado (la Generalitat entera parece un obispado de señores con faldón teológico). La urgencia de Sánchez es la supervivencia, y la urgencia de la dama, por lo visto, es una sedición tan necesaria y apremiante como una honra antigua.
A nadie le sirve rebajar la pena de sedición si no se planea la sedición, como a nadie le sirve un ajuar sin casorio. Sánchez se levanta de su escaño como del reclinatorio, hecho un pincel de yerno, hecho un novio con gladiolo en la solapa y anillo de la abuela, hecho un Sergio Ramos de boda, prometiendo a los indepes la sedición como se promete el amor, la fidelidad, el pan y la cebolla, y aún le dice al PP cosas como que “cuando estaban en el Gobierno, España estuvo cerca de romperse”. La verdad es que España no se rompió porque se aplicaron las leyes, y no se romperá si se siguen aplicando. De hecho, esa pedagogía democrática de la ley funcionando sin demasiados alardes, dejando desiertas las orgullosas calles revolucionarias de Cataluña sin más que mandar un cartero en bicicleta con recado del 155, es lo único que les frena. Sánchez, con la promesa de desinflar esas leyes como si pudiera desinflar su bombo, es el que les está dando una nueva vida y un nuevo apellido.
España seguirá unida como un matrimonio unido por el bombo, o al menos así será para las cenas con la suegra
El PP, aplicando la ley, estuvo cerca de romper España. Sin embargo, Sánchez, poniéndoles el pisito a los indepes, indultando a demanda, aguando la sedición, permitiendo que los tribunales estén desactivados, con unas leyes y unas sentencias que el nacionalismo no se molesta en cumplir porque nadie se lo exige; Sánchez, en fin, sólo está haciendo de España un hogar más feliz, más democrático y hasta más cristiano. La sedición rebajada, los indultos asegurados, las leyes de la nación derogadas o suplantadas como por las reglas de la oca, todo eso seguro que los indepes nunca lo utilizarán contra el Estado o contra los propios ciudadanos de Cataluña. Todo eso que Sánchez les ofrece como un novio hindú seguro que los indepes nunca lo usan, sólo lo guardarán como se guardan las sábanas bordadas, la cubertería mudéjar y el orinal consagrado, para hacer altar matrimonial y la prueba de la rana. Así, España seguirá unida como un matrimonio unido por el bombo, o al menos así será para las cenas con la suegra, que es lo importante.
Sánchez, con corbata y calesita en la puerta, por supuesto que no negocia con Esquerra el amor a España, que no hace falta (el Estado no son sentimientos sino leyes), y ni siquiera negocia los polvos, como Jennifer López con Ben Affleck. Negocia la destrucción del Estado como a veces se negocia la destrucción del amor dentro del propio matrimonio. Incluso pensando en que la promesa de la sedición barata no anime a la sedición, que es como si el bombo no animara a los antojos, ese matrimonio de Sánchez con los indepes, en el mejor de los casos, daría una España quizá unida pero con el Estado destruido. O sea, un Estado en el que ni las leyes ni los derechos ciudadanos tendrían valor más allá del pacto personal, íntimo, de estos raros cónyuges, a veces para una sola noche, a veces sólo para la temporada, a veces para esa eternidad de las mentiras. Algo así es lo que vamos teniendo, mientras Sánchez cita la Constitución hipócritamente, como el novio de penalti que cita esa epístola de san Pablo a los corintios, llena de amor como una redacción / receta de Lisa Simpson.
La sedición, eso es lo grave, lo urgente, lo necesario ahora, que Sánchez hasta se ha puesto corbata para el Congreso o para meterse en la cama, esas camas de dosel y borlas de las bodas de otro tiempo y de gente de otro tiempo. Lo apremiante es la rebaja de la sedición y, curiosamente, una Constitución de apóstata de la Constitución, una Constitución que parece arder en llamas cuando Sánchez pronuncia su nombre, como un crucifijo que mirara Drácula. Si a Sánchez se le pregunta por qué esas prisas con la sedición y con el bombo, contestará con ese “¡Basta ya! ¡Cumplan la Constitución!” que le oímos ya más como brindis que como pretensión moral.
Eso es lo que tendría que decirles Sánchez a sus socios indepes, que cumplan la Constitución, y no para jugar a los chinos con los jueces sino para preservar la propia democracia. La verdad es que Sánchez le dice al PP lo de la Constitución porque le parece más de piedra la palabra. En realidad, se refiere sólo a la Ley Orgánica del Poder Judicial, heredera de aquélla con la que Alfonso Guerra mató a Montesquieu como con la patilla de su gafa asesina. Cumplir la Constitución también sería que a los jueces del CGPJ los eligieran los jueces, que es justo lo que ocurría antes de 1985. Cumplir la Constitución sería incluso que los eligieran en MasterChef, o eso le parece a uno, viendo la ambigüedad o la borrosidad de la Carta Magna al respecto. Algo insignificante, en todo caso, viendo que las leyes y la Constitución son de rango inferior a los pactos particulares de alcoba o de serrallo.
Sánchez está serio, está de boda, está de corbata plateada y de sable plateado de una caballería de cortar tartas. Está con las cosas que importan, o sea con esta boda de prisa, bombo y copete con Esquerra (dentro del bombo, como bebés de 2001, uno se imagina al adánico Puigdemont o a un renacido tres per cent). Entre las generosas manos de Sánchez, entre las arras líquidas como las propias leyes, va la promesa de la sedición barata como la de un pisito barato. A ver qué van a hacer los sediciosos con más sedición… Seguramente nada, sólo hacer más España como aquella mujer con la pata quebrada sólo hacía más bizcochos.
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