Echar a la Guardia Civil de las carreteras parece un sueño de quinquis, camellos y ladrones de cobre, y es el sueño que va a cumplir Sánchez, al que le falta poco para que en las cárceles los presos le dediquen pósteres, zambras y tatuajes hechos con cuchara, como si nuestro presidente fuera el del medio de Los Chichos. Sánchez va a echar a la Guardia Civil de Navarra, se lo exige Bildu para aprobarle los presupuestos de la supervivencia, y uno ve aquí una expulsión como levítica, religiosa, racial, de todos estos guardias con frío histórico de capote y estirpe maldita; o una expulsión napoleónica, no de funcionarios con chaleco de conductor de grúa sino de fuerzas de ocupación extranjera. Me refiero a que no hay razones técnicas, sino simbólicas, ejemplarizantes, higienizantes (Sánchez está últimamente muy higiénico, que ya le dijo al PP que se lavaran, como si Feijóo llevara rastas). Sánchez va a echar a la Guardia Civil de Navarra, y eso no es sólo vaciar las carreteras de vigilancia, sino principalmente vaciar Navarra de España, como si en vez de echar a los guardias civiles echaran a Lola Flores con sus guindas al pavo. 

La Guardia Civil no se fue ni con ETA, pero se va a ir ahora con Sánchez, que lo está desguazando todo, hasta las noches de grillos y ventorros de España (la pareja de la Guardia Civil es como una constelación sólo española, como unas Tres Marías de sólo dos por esos cielos de Osborne de nuestras carreteras). Sánchez quitaría hasta la baraja española si se lo pidieran sus socios, que están ellos, más que los rancios de lo español, muy obsesionados con la españolidad folclórica, con la postal lorquiana con su yunque de charol y hasta con los goles de la selección, que les parecen todavía de don Santiago Bernabéu. Pero no todo es simbólico, no todo es ver esta expulsión de la Guardia Civil como la expulsión de una España agitanada, huida en sus gruesos carromatos, con los cacharros colgando y los churumbeles en canastos, lejos de las tierras santas de los vascos puros. No se trata de un paseo de la vergüenza ni del desquite alegórico de los hijos de la bicha, o no se trata sólo de eso. Se trata, sobre todo, de seguir minando el Estado.

Estamos sin sedición y cerca de estar sin malversación; estamos sin leyes y sin autoridad, y me refiero a leyes y autoridades comunes, que garanticen la igualdad del ciudadano, no a leyes y autoridades tribales, arbitrarias, que hagan la ley para el momento, para la conveniencia, para la sobremesa, para los amigos, como un café de puchero. Patxi López, al que veo bamboleante en su papelón, como en unos zapatones de payaso de tartazos, ha dicho que todo esto de echar a la Guardia Civil de Navarra lo empezó en realidad Aznar. El otro día, Sánchez volvía a la ley del divorcio y ahora López, y también Calviño, sacan a Aznar como si sacaran al Rockefeller de José Luis Moreno. Yo no sé si volverán a las Azores y a su puro ante Bush como un pollo de Carpanta, pero es que no se trata de que en Navarra esté la Guardia Civil o esté la Policía Montada del Canadá. No se trata del tráfico, ni de la logística, ni de la organización, ni de los símbolos de felpa. Se trata de ir minando el Estado, se trata de ir vaciando el Estado, de que no haya ley ni autoridad superior a la de la tribu. Es en eso en lo que está colaborando Sánchez, no en dejarnos sin control de alcoholemia o sin vuelta ciclista.

No es que se vaya la Guardia Civil de donde los mataron precisamente sólo por estar, sino que se nos está yendo el Estado de todos lados

El guardia civil de Navarra es una pieza o una víctima más, como puede ser un padre catalán que quiere que su hijo se eduque en español, no en esa especie de latín muerto en que la tribu ha convertido la lengua común. O como pueden ser un profesor o un político críticos con la episteme nacionalista, o un juez que se atreve a aplicar la ley en vez de aplicar la mitología de la historia o de la masa. Con los guardias con bigote, con los funcionarios apóstatas o con los ciudadanos irredentos, la estrategia higienizante es la misma, aislarlos o expulsarlos para que la unanimidad, esa enemiga de la democracia y esa prueba del totalitarismo, aparezca como la misma democracia purificada. De “poca cultura democrática” habló precisamente Patxi López, con lágrima de merengue. Se trata de “cumplir con la Constitución”, insiste López e insiste Sánchez, mientras el Gobierno obedece a los declarados enemigos de la Constitución, a ver cómo es eso posible sin ser un tonto o sin ser un malvado.

No sólo es que se vaya la Guardia Civil de donde los mataron precisamente sólo por estar, no es sólo que se nos vayan de las carreteras o del horizonte los ojos de la ley con sombra de ciprés, sino que se nos está yendo el Estado de todos lados. El sueño de los quinquis, de los camellos, de los ladrones de melones, de los sediciosos, de los malversadores, de los totalitaristas de la sangre, de los matones de la clase, de los beatones de la hoguera. Los sueños de todos ellos los quiere cumplir Sánchez. En las cárceles del país y en los cuarteles de los golpistas le van a dedicar ya altares de taquilla e himnos de radiocasé, como si fuera un Fary o un Lluís Llach guapos, o una Samantha Fox fea.