La derecha queda rara manifestándose, más o menos como la izquierda yendo de procesiones. Quieren hacer una manifestación pero yo creo que les sale siempre otra cosa, un mundial con penalti injusto, un concierto de Raphael, una beatificación de un escolapio o una cacería de la diosa Cibeles como la de una bruja en un mediodía frío y musgoso. Madrid, manifestódromo imperial con altas perchas para las banderas y peralte para las pancartas como para cuadrigas, acoge a todo el mundo que viene en tractor o en tanga, con silbato o con oveja, pero la derecha no sabe patear la calle, quizá porque siempre prefirió estar en el poder a estar al relente. Uno nunca ha sido mucho de manifestaciones, que ni dan mayoría ni dan la razón. Es más, el feo truco es que suelen usarse para hacer creer que son la mayoría y tienen la razón. La manifestación, más o menos justa o folclórica, es una medida de fuerza, y no creo que sea tiempo de fuerza sino de discurso. El discurso es lo que teme Sánchez, no una excursión de monjitas hostiles, que le vienen hasta bien para parchearse la trinchera y el colchón.

La derecha queda rara manifestándose, como una salida de misa o de los toros con camarógrafo alfonsino. No es que uno tire de cliché por pereza, sino que la derecha aún no ha sabido desprenderse de sus clichés, que yo diría que guardan por herencia y respeto en un rico relicario o en una comodita estilo Remordimiento que arde en caoba por toda la eternidad, como un retablo del Juicio Final. En la tele, por ejemplo, una reportera hacía su directo mientras sonaba de fondo el Y viva España de Manolo Escobar, que a lo mejor los organizadores de todo esto son también organizadores de cruceros del Imserso o de recitales de María Jesús y su acordeón. O sea, que la reivindicación acababa convertida en verbena y en Cine de barrio (luego Sánchez habla de “la España en blanco y negro”, aunque hay muchas películas de Manolo Escobar en vivos colores benidormenses).

En un sábado que apenas tenía noticias de la nieve como noticias de la lotería (todos los pueblos tienen su nieve caída en la plaza como su décimo caído en la plaza), los informativos se cebaban con la manifestación, que era una mina de Antonio Molina o por ahí. Salían señoras con la mandíbula soldada (debe de ser algo que se les queda de la distinción o el espasmo de tomar sólo sopa y mimosa), salían frikis con bandera como Snoopy con bandera (no eran frikis por llevar la bandera, sino por hablar como el sobrino seminarista de la señora de mandíbula soldada o como ésos que llevan cacerola por montera), y salían pancartas con cosas como “Dios, Patria y Justicia”, que parece una Trinidad de Agustín González más que de Franco. Quiero decir que los organizadores, salvo en la elección de la música, podían tener razón o razones, pero la manifestación dejaba una caricatura que parecía un póster desplegable de El Jueves.

Podrían haber salido sólo Savater, Cayetana, Arrimadas y Trapiello, como cuatro mosqueteros, como luchadores barrocos de espadín y soneto, pero con aquel tenderete de Plaza Mayor y con aquellas sombras del pollo de la bandera del pollo, como un nubarrón de flechas que arrojara sobre la gente la garra franquista, sólo salían sketches de Wyoming y, supongo, mucho abstencionista remolón que se animaba en ese sábado con colores de banderilla y olor de santidad. Sánchez ya tiene con esto España en blanco y negro, odiadores de tendido, derecha de casullón y franquismo de marmolillo para tirar hasta las elecciones generales. Lo de la comparación con la manifestación de los indepes es anecdótico, porque lo que le va a dar munición, como aquello de Colón que tuvo tan buena voluntad como mala publicidad cosechó, va a ser todo este escaparate toledano que le dejaron a Sánchez la derecha o las derechas.

Es lo único que tiene Sánchez, sus tópicos de la derechona o derechaza, así en cabalgata verbenera, con bandera de vitola, cola de Medinaceli y guerrilleros de Cristo Rey o de Alatriste, y resulta que la derecha, con esta manifestación, le regala justo esa estampita. Uno entiende que Vox vea en esto orgullo y target publicitario, como en la cruzada arremangada y meapilas contra el aborto en Castilla y León, pero veo menos comprensible que la derecha cívica y civilizada, o lo que haya de eso por las otras derechas de gaita o estanco, se una a este barullo por aprovechar un sábado de cielo frío y una oferta de banderas como una oferta de puros. Quiero decir que Savater no borra del cielo el pollo negro y germanoide, pero el pollo negro y germanoide sí anula a Savater. Quizá Savater, o Cayetana, como todos los intelectuales, prefiere pensar que la gente se queda con el discurso cuando resulta que, si la tienen tan a mano, prefieren la mitología.

El discurso, eso es lo que teme Sánchez, no una excursión de garrochistas y de señoras empanadas de zorro rubio que sostienen la bandera como una ensaimada, como un jamón o como una oca para la cena, como las comadres de Madrid que arrastraban la oca hasta la cocina. La derecha se manifiesta con desfiles y la izquierda se manifiesta con guillotinas, que son dos estilos y a mí ninguno me suele gustar. Sin embargo, a veces hay que salir a la calle, con el pito, la fiambrera o hasta el doloroso muerto, para que se vea lo que algunos querrían invisible y se oiga lo que algunos querrían silenciado. Puede salir incluso la derecha, para que la izquierda no se crea que el espacio cívico es suyo, que heredó la calle como la señora de mandíbula abrochada heredó un secreter luisino o un baño napoleónico. Pero no se puede salir para que enseguida se olvide lo que dices porque espanta lo que pareces. Tener mitología y caricatura para enfrentar a la realidad siempre supondrá una ventaja para Sánchez. Y la derecha le está regalando la estampita, la carraca y hasta el garrote.