Ayuso y Almeida también han ido a ver al papa Francisco, que en el Versalles de Dios recibe con polisón de butaca y despachito rústico, entre costurera y médico particular. Es año santo de San Isidro, santo de los chotis y del escaqueo del curro, que a mí me parece muy poco liberal para la afamada liberalidad de Madrid, pero supongo que el santo camastrón aún vende estampitas, o parcelas en el cielo taurino que uno se imagina presidiendo castiza y flojamente, como si fuera Sabina en los toros. El motivo es lo de menos, todos terminan yendo a ver al papa Bergoglio, para que les vuelva a santificar el santo, para que les vuelva a dar la primera comunión o el primer reloj, o para que les bendiga la coronilla ideológica, que todos salen del Vaticano habiendo ideologizado un poco al Dios de Bergoglio, o habiendo metido Bergoglio a su Dios en la ideología que llevaba cada cual. O sea que uno va con su libro y se lleva a Dios, o va con su Dios y se lleva un libro, pero a mí me parece que Bergoglio siempre gana, que siempre mete su Dios y su libro, lo mismo con Ayuso que con Yolanda Díaz, que vuelven las dos transfiguradas como pastorcillas de Fátima.

Ayuso y Almeida han ido al Vaticano, helipuerto de ángeles, casino de Dios con biblioteca (y por eso más perverso), el mayor y más glorioso museo y santuario pagano, a la vez banco, circo, templo, arte y velero fantasma. Y ahora, además, un sitio donde te hacen rojo o te hacen facha pinchándote con el mismo anillo romano, apostólico o julio‑claudio, ese anillo de pescador o ese alfiler de costurera del papa Francisco. Algo tiene Bergoglio, que hasta las izquierdas se van a verlo con una mantilla alta y rizada como una custodia toledana, como hizo Celáa, o con impecable uniforme de peregrino, como hizo Yolanda Díaz. Al lado de esta izquierda pía, puritana, contrarreformista, vetusta, tridentina y toledana, Ayuso sólo parecía una muchachita lorquiana de luto, con su belleza recogidita en un rodete o gurruño y sus rodillas muy pegadas por el pudor o por la tentación. Y Almeida sólo parecía el sobrino del cura, o algo así, que el papa lo presentó como el “heredero de la gran Manuela”. Quizá Manuela Carmena siempre tuvo algo de hermana de cura de la izquierda, ese casto matrimonio que forman el sacerdote y su hermana soltera y auxiliadora, y donde la hermana suele tener más teología y más paciencia y caridad cristiana, como sin duda demostró Carmena con su izquierda.

Almeida, que iba a ver al papa un poco con la carta de su tío cura, se encontró con que Carmena estaba casi más beatificada que el propio San Isidro

Almeida, que iba a ver al papa un poco con la carta de su tío cura, se encontró con que Carmena estaba casi más beatificada que el propio San Isidro, que Carmena tenía allí su hornacina laica o herética como la tiene Maradona (sí, Bergoglio tiene o tenía la camiseta de Maradona en una vitrina en el Vaticano, como si fuera un copón radiante o un prepucio de mártir, que yo mismo la vi y no podía creérmelo). A lo mejor por estas y otras cosas a los de derechas les da por decir que Francisco es un papa rojales, pero yo no creo que sea exactamente así. En el sermón (siempre tiene que haber un sermón), el papa les dijo a Ayuso y Almeida que había que “pensar en el pueblo antes que en las ideologías”, que a mí me parece, la verdad, un pensamiento como joseantoniano. Cuando se afirma no tener ideología, o bien se intenta camuflar una ideología más dura todavía, o bien es cierto que no se tiene ideología y sólo se tienen intereses. Pero me parece que aún hay otra posibilidad, que es la ambigüedad. Yo creo que el papa Francisco está en la ambigüedad, que es donde siempre ha estado Dios, más que en las nubes, en las estatuas o en las llagas.

Dios no tiene ideología, pero sí público, y la ambigüedad es lo mejor para llegar a todos los públicos. Dios es compatible con Moisés y con Jesús, con la teología de la liberación y con el nacionalcatolicismo, con el obrero y con el millonario, con el pastorcillo y con el rey (como las paguitas de Sánchez), con Maduro y con Trump, con la crueldad y con el perdón, y si esa ambigüedad se maneja bien, es cuando Dios puede estar en todas partes, que eso es realmente la omnipresencia, no un superpoder sino una versatilidad. Ratzinger, por ejemplo, no podía estar en esa ambigüedad porque él se creía un científico de Dios, creía que había llegado a Dios como al átomo, o sea que era más fanático pero más comprensible. Del papa Francisco aún no podemos decir si es el papa negro de las profecías, el papa rojo de Carmena o el papa de siempre ampliando mercados, que tampoco es que haya hecho la revolución ni haya desmontado el oro del Vaticano, como aquel papa de Anthony Quinn. Bergoglio es sincrético, contradictorio y cambiante, como todo el cristianismo, como el Vaticano que va de Laocoonte a Maradona, pasando por un carpintero de Judea que copió un poco a Mitra, a Osiris, a Buda y a Catón.

El papa Francisco consigue que Celáa vaya con un pavo real de luto en la cabeza, que Yolanda Díaz se vista del Yunque, y que Ayuso y Almeida le lleven a San Isidro para la revisión de la santidad o de los bueyes. A los de izquierdas les da por decir que le han vendido un poco de rojerío al papa, a base de esos disfraces de señora en la misa del gallo, y hasta te dicen que Jesús fue el primer comunista. Los de derechas, que aún respetan las autoridades entoldadas de la Iglesia, las jerarquías concéntricas de Dios, le venden al papa rojales un poco de latín, un poco de tradición castiza y un poco de suspiro de señorita en el reclinatorio, con el crucifijo en los labios, como la viudita de un soldado, que Ayuso tenía pinta de eso o me lo estaba imaginando yo ya. El que les ha vendido todo, en realidad, es Bergoglio: le ha vendido izquierda a la izquierda, derecha a la derecha, santidad a los santos, y Dios al propio Dios o al mismo Demonio. Es un poco como Sánchez, aunque el negocio de Bergoglio parece que va mejor.