El Gobierno está exultante con los últimos datos de empleo. El número de afiliados a la Seguridad Social alcanzó en abril el récord de 20.614.989. Durante ese mes se crearon más de 200.000 empleos. ¡Qué gran noticia para que Yolanda Díaz pueda lucir en los mítines -sea de sus coaligados en Sumar o de Podemos, ella juega a dos bandas- ese gran logro de su reforma laboral!

Pero si se escarba en los datos, la realidad es mucho menos brillante de lo que aparenta. No sólo en abril, lo que sería entendible por la Semana Santa, sino desde enero de este año, la inmensa mayoría del empleo creado en España, es decir, 451.389 puestos de trabajo de un total de 583.765, están encuadrados en el sector servicios, y, de ellos, la mayoría se corresponden con puestos de camareros o dependientes.

Nada que ver con los 'empleos de calidad' que la ministra prometió que se generarían con su reforma laboral. Y no sólo porque esos empleos -tan dignos como los de cualquier profesión- no requieran una formación cualificada, sino porque sus salarios medios se sitúan en torno a los 1.300 euros brutos al mes.

El milagro del empleo tiene gato encerrado. Alguien podría preguntarse con razón: ¿cómo es posible que se haya creado tanto empleo y se haya reducido de manera significativa el paro en el último año si España no ha recuperado el nivel de PIB pre pandemia hasta esta misma semana, según la AIReF? El truco se explica por un triple fenómeno:

Tras dos años en los que el consumo se retuvo y el ahorro de las familias aumentó de manera notable como consecuencia de las limitaciones a la movilidad impuestas por la Covid 19, ahora se ha disparado y se ha concentrado no en bienes duraderos como vivienda o automóviles, sino en ocio, turismo y restauración. Eso ha hecho que el número de bares y restaurantes aumente de manera significativa, lo que explica el aumento del empleo en esos sectores.

El incremento exponencial de los contratos fijos discontinuos. Este tipo de contratos sumaba un total de medio millón a finales de 2022. Un año después los fijos discontinuos suponían ya más de 1,2 millones. Aunque el Ministerio de Trabajo se resistió a dar los datos de cuántos de esos empleados están efectivamente trabajando y cuántos en el paro, finalmente ha tenido que ceder a la presión de la opinión pública: a finales de 2023 había 443.078 empleados con contrato de fijo discontinuo en el paro que, sin embargo, no recogen las estadísticas de desempleo. Es decir, a los 2,8 millones de parados que había al finalizar 2022 habría que añadirle un 15% más, hasta alcanzar los 3,2 millones de desempleados. Curiosamente, es en el sector público, sobre todo en educación, donde ese tipo de contratos ha aumentado de forma más notable.

Por último, aunque no menos importante, hay que resaltar el aumento del empleo público. Más de la mitad del empleo generado a partir de 2019 ha correspondido al sector público. El Estado se ha convertido en el gran patrón, ayudando así a maquillar unas cifras de desempleo que serían muy superiores si no se hubiera disparado el gasto público.

Si le quitamos el dopaje y el maquillaje, el modelo económico del Gobierno se vendría abajo como un castillo de naipes

La economía española crecerá este año en torno al 2%, impulsada por el consumo y el gasto público, que llevará la deuda a niveles nunca vistos y que alguna vez habrá que pagar.

El Gobierno, de manera obscena, ha aprovechado la elevada inflación para aumentar la recaudación fiscal, recortando el poder adquisitivo de los trabajadores, pero permitiéndole, junto a las ayudas del Plan de Recuperación Transformación y Resiliencia (casi 70.000 millones en fondos no reembolsables y otros 70.000 en créditos hasta 2026), mantener un volumen de gasto público nunca visto.

Núñez Feijóo no podrá utilizar la baza del desastre económico, como sí lo hizo Mariano Rajoy en 2011 para derrotar a Zapatero. Ahora tendrá que hilar más fino. Pero cometería un grave error si rehúye el debate económico. La economía española tiene una base débil y sometida a factores estacionales. No se están creando empleos de calidad y tampoco empresas que puedan garantizar este tipo de empleos en el futuro. Es más, Pedro Sánchez se ha permitido el lujo de enfrentarse a sectores enteros, como la banca o las eléctricas, y ha llamado antipatriota a uno de los empresarios del sector de la construcción más reputados (Rafael del Pino), asumiendo la basura ideológica de Podemos, que equipara a los grandes empresarios con sanguijuelas. Con esa demagogia se pueden ganar algunos votos -pocos en todo caso- pero nunca atraer capital para generar empresas fuertes y competitivas.

El modelo que está creando el gobierno de coalición del PSOE con la extrema izquierda y los independentistas tiene los pies de barro. Si le quitamos el dopaje de los fondos europeos, el récord de turismo, y la manipulación de las cifras del paro, es decir, si le quitamos el dopaje y el maquillaje, se vendría abajo como un castillo de naipes. Por eso, este debate es oportuno y no se debe eludir, por más que el brillo de las cifras deslumbre a los incautos.