Ione Belarra ha aparecido en el Congreso de los Diputados con una camiseta ratonera que parecía de Estopa o de Bud Spencer, pero era la cara impresa del hermano de Ayuso. Supongo que si se puede sacar ahora el 11-M, a Aznar patizambo de espuelas, y por supuesto el franquismo, que como saben aún existe, no como ETA, también se puede resucitar a Juan Guerra, con su cara de santo de estampa. A Juan Guerra, mito fundacional del hermanísimo, con su corrupción por ósmosis de café con leche y torta de aceite, que le llegaba por la manga a la barba y al alma de pana, lo ha trasplantado Belarra, como si fuera una cara de Bélmez, hasta camisetas de manifestódromo o hasta la propia Puerta del Sol, donde Ayuso dormita porque en los tribunales las camisetas no prueban mucho y en la calle, menos. Tenemos una campaña iconográfica, que Juan Guerra sale de su churrería, los presos de ETA salen de sus murales, y se nos cuelan fantasmas en gorro de dormir y humedades con ojos guiñados. Yo creo que todos intentan que no se note que la cabeza flotante que nos preside, como el Gran Hermano cabezón de la peli, y a la que todos miramos, sigue siendo Sánchez.

En la camiseta, el hermano de Ayuso parecía un preso de ETA, o parecía un rapero acusado de odio, o parecía un Pantera Negra, o parecía Boy George ya mayor y dejado, que las iconografías ya se confunden. Lo mismo Belarra estaba pidiendo el voto como fan de Dani Martín o The Cure, igual que Pam lo pide como “mujer bisexual”. O Belarra estaba pidiendo el voto como persona con camiseta, así en general, persona con camiseta con cara de cantante o del Che o de Einstein o de Mafalda o de gato, que ya no sabe uno. Si las pancartas han llegado a convertirse en ley, como en lo del ‘sólo sí es sí’, las camisetas con cara pueden llegar a convertirse en biblias de todo un colectivo. Pero es que también ellos se la juegan, también necesitan sacarnos al sanchismo sin escrúpulos de la cabeza o del cielo, donde está como un zepelín publicitario, siquiera poniéndonos otra cosa ante los ojos o sobre las tetas.

No está siendo la campaña que Sánchez quería y esperaba, con él conduciendo el camioncito de los helados, sonando a organillo y reclamo de pervertido. Ni la que querían sus socios, un poco ir de escoltas o de niñeros de Sánchez, o incluso de ayudantes de Willy Wonka en ese camioncito. Tampoco está siendo la campaña que querían los alcaldes y barones socialistas, que posan con cara de bobos ante jardines de crecepelo, bicicletas de alquiler y autobuses como discotecas mientras el país habla de indecencia, terrorismo, asesinos, verdugos y líneas rojas. Lo que ha ocurrido con esta campaña, no cuando ha entrado Bildu sino cuando ha entrado la flojedad de Sánchez con el exhibicionismo etarra de su socio preferente, es que el personal ha visto definitivamente la diferencia entre el Sánchez iconográfico y el sanchismo sin escrúpulos, entre el camión de los helados y la camioneta del pervertido.

El hermano de Ayuso sale con cara de gato perdido porque su caso ya se archivó, pero para esta gente aún es más sospechoso que los condenados por terrorismo y hasta más doloroso que las víctimas de ETA

Estamos viendo a Sánchez un poco como veíamos la primera vez a Albert Rivera, en pelota en las marquesinas, con piel de leche ante la realidad y los insectos, tanto que hasta sus socios intentan echarle por encima el capote o la camisetucha con diana o con esquela. Estamos viendo, en fin, que a Sánchez no le importa si Bildu lleva asesinos o si lleva a payasos de globo, como no le importa si en Getxo, en Cataluña o en su propio Gobierno rige la ley o rigen comités revolucionarios. Así es nuestro presidente, y eso es lo que está a la vista, obscena e inevitablemente, como un gran culo meón entre los coches de la calle, como si a Sánchez le hubieran hecho la lechuga en esta campaña, igual que a una flamenca jesulina en el Rocío. Y no hay manera de apartar la vista.

Ione Belarra se había puesto al hermano de Ayuso, con cara de salir en El Caso, porque en el debate electoral madrileño la candidata de Podemos, Alejandra Jacinto, también apareció forrada con su cara. Iba ella con camisa estampada de hermanísimo y quizá sólo con eso, sin nada más políticamente, como esas mujeres desnudas tiernamente bajo la camiseta grande. A Sánchez, en plena lechuga marismeña, hay que hacerle una manta con el hermano de Ayuso, que menudo espectáculo. El hermano sale con cara de gato perdido porque su caso ya se archivó, pero para esta gente aún es más sospechoso que los condenados por terrorismo y hasta más doloroso que las víctimas de ETA (seguro que Belarra no se pondría una camiseta con el rostro de Miguel Ángel Blanco, ese rostro que tenemos todos en la mente, como eternamente sorprendido de su muerte). Pero hay que hacer algo, sacar al hermano de Ayuso con cara de hermano Dalton o a la propia Ayuso con manos de Freddy Krueger, a ver si se nos quita de la cabeza ese Sánchez pálido y en pelota que tenía algo de Otegi en la playa, que es lo que hizo el tío cuando secuestraron a Miguel Ángel Blanco, irse a la playa.

Ione Belarra, con camiseta reivindicativa o camiseta festivalera o camiseta de lotera, con el hermano de Ayuso como el Gordo impreso, hacía campaña camisetera como ha hecho política camisetera y gobierno camisetero. Yo creo que hubiera sido más retro, más egebero, más molón, que Belarra se hubiera puesto directamente la camiseta de Juan Guerra, como una de Naranjito, como una de Mirinda, que decía yo ayer que hablar del socialismo ahora es como hablar de la Mirinda y a lo mejor eso vale para toda la izquierda. Lo de Belarra, lo de Podemos, era algo así como mandar a Juan Guerra o al Curro de la Expo a eclipsar a ETA o a eclipsar el culo al sol de Sánchez, ahí a la vista con su flor y su abeja. Pero algo habrá que hacer, que se juegan el final del sanchismo, o sea todo, no sólo Sánchez sino el colectivo Frankenstein al completo. Eso sí que hubiera estado bien, ver a Belarra con una camiseta con la cara de Boris Karloff, ahí entre la ternura, el gruñido y el crimen. Karloff o ella, me refiero.