Vivimos en un momento en el que la capacidad de atención está medida. Antes, uno podía dejar de mostrar interés por un libro en el segundo capítulo y, si no tenía remordimientos, cerraba y desterraba el libro. Un ensayo podía no interesarte o quedar muy lejos de tus intereses. En un ejercicio de humildad, puede que de conocimiento.

Honestamente y como recomendación: si un libro no le interesa, déjelo, porque la alternativa es pasar páginas mientras en la cabeza se repite como una letanía: “pero… ¿qué demonios hago leyendo esto?”. De hecho, había por ahí un decálogo de los derechos del lector en el que uno de los primeros (si no el primero) consolidaba la idea de que no había que terminar un libro si no te gustaba.

La inmediatez y necesidad de atención del mundo digital se han trasladado al mundo de la política, aunque hay días que pienso que el camino ha sido el contrario

No se sientan culpables, porque no lleva a nada. De hecho, si abandonan con una novela, libérense del todo de la culpa. Si no es su temática, su estilo, su ritmo… no sigan. Seguro que ni el editor ni el autor estaban pensando en usted cuando lo escribieron y publicaron, y usted no tiene por qué contentarles. Bastante ha hecho ya con comprarlo.

Ahora esta actitud no resulta chocante. Cualquiera que esté habituado al mundo digital sabe que si un video no te capta en el primer segundo, el swap es poco menos que inmediato.

Esta inmediatez y necesidad de atención se ha trasladado al mundo de la política, aunque hay días que pienso que el camino ha sido el contrario. Podríamos hablar de una estrategia (si acaso una práctica) de simplificación en la comunicación de campaña que hoy es especialmente evidente en el PSOE y, por extensión, en el Gobierno.

Esta semana, la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, afirmó en una entrevista que «la mayor parte de la población no tiene problemas para pagar el alquiler». Lo primero, quiero agradecerle que no tirara de aquello de lo de la gente, aunque, por otro lado, me extraña que no haya utilizado el mantra del PSOE en esta campaña, “la mayoría social”.

Meritxell Batet quería poner en valor la Ley de la Vivienda que se acaba de aprobar y cuya medida estrella es la intervención –o control, elijan ustedes– del alquiler.

Y aquí está la encapsulación: primero que la Ley de la Vivienda se aprobó en el Consejo de Ministros el 27 de abril y el Senado le dio luz verde el pasado 25 de mayo. Así que es una ley aprobada sobre la bocina. Vamos, como en el baloncesto, cuando salta el último segundo de posesión o de partido, el marco se ilumina de rojo y la canasta sólo vale si el balón está en el aire.

La frase de Meritxell Batet es, como poco, precipitada porque, en tiempo real, no ha dado mucho tiempo a notar los cambios producidos por la ley, ni a ajustar las cuentas en casa de los potenciales beneficiados.

Una cosa es explicar los problemas de forma sencilla y otra muy distinta es que, por simplificarlos, por encapsularlos, queden aislados de la realidad

Pero la presidenta del Congreso quería ya dar la impresión de lo inmediato de los beneficios. Y agregando a todos los que la podrían disfrutar + todos aquellos que no la necesitan + los que no viven en zonas tensionadas y, por tanto, no les aplica… pues resulta que ya nadie tiene problemas en el pago del alquiler (siento el uso de signos matemáticos, pero si la presidenta del Congreso agrega, yo he de hacer las cuentas).

Pero, sarcasmos aparte, aquí está la encapsulación, en aislar la cuestión de otras variables: el problema de la vivienda está resuelto si tomamos como universo un conjunto, desde luego, no muy amplio.

También esta semana se reunió la ministra Nadia Calviño con las tres patronales bancarias para ver cómo avanza el plan para ayudar a hipotecados en apuros. Este plan se pactó el otoño pasado y, a fecha de hoy, si no estoy mal informado, sólo se han acogido a él 12.000 hipotecas… Y ojo, que Lagarde ya ha anunciado una nueva subida de tipos en julio.

Así que se me antojaría muy osado que Nadia Calviño dijera que, con esos números, el mercado hipotecario está limpio de problemas, algo que no ha dicho, sino que ha pegado una patada hacia adelante, por seguir con algún símil deportivo.

A ver… que Calviño ya vino encapsulando la realidad de la inflación con base a su supermercado y a la compra de su casa. Otro ejemplo de cómo tomar la parte por el todo.

En materia laboral tenemos la encapsulación de Yolanda Díaz, con aquello de que los fijos discontinuos han evidenciado un mercado de trabajo sólido, cuando el último dato conocido es que medio millón de ellos están en su casa esperando a ser llamados.

Pero, para ejemplo maximalista, el presidente del Gobierno, que encapsula toda la economía y afirma que va como una moto, aislando la afirmación de cuestiones como (vaya, hombre) el alquiler, las hipotecas, el poder adquisitivo, la deuda, el déficit o el mercado de trabajo.

Lejos queda de todo esto aquella frase de Carlos Kleiber, quien decía, en un ensayo a los músicos de la Radio-Sinfonieorchester de Stuttgart, «esa nota ha de ser ganada. Hay que luchar por ella».

Y es que una cosa es explicar los problemas de forma sencilla y otra muy distinta es que, por simplificarlos, queden aislados de la realidad.