Leí ayer con atención la entrevista de Juan Fernández-Miranda a Narciso Michavila (GAD-3) en ABC. Fernández-Miranda es un buen periodista y de Michavila tengo la mejor opinión, no sólo como profesional de la demoscopia, sino como persona. La lectura no me defraudó; esconde algunas de las claves de lo que ocurrió el 23-J, de la decepción para muchos votantes de la derecha que comprobaron esa noche que la "barrida" que se había producido en mayo no se repitió menos de dos meses después, precisamente en la cita más importante.

Michavila no fue el único en equivocarse. La mayoría falló. Pero Michavila se había convertido en el oráculo del votante del centro derecha. Cuando se hizo pública su encuesta a las 20 horas del 23-J en Telecinco, muchos dieron por hecho que Sánchez saldría de Moncloa y que habría un gobierno del PP y Vox, que sumaban una holgada mayoría absoluta, según el sondeo de GAD-3.

Michavila no explica por qué se equivocó, sino en qué se fallaron PP y Vox para que su encuesta no clavara el resultado

¡La que le cayó encima a Michavila esa noche! Era como si él hubiera sido el culpable de que PP y Vox no hubieran sumado más de 175 escaños.

En la entrevista de ABC periodista y entrevistado entran a fondo en las causas de lo que ocurrió. Reproduzco los cuatro párrafos clave de la conversación:

1º "Hubo un cambio en los últimos tres días y no supimos verlo: una reacción del votante al que no le gusta Sánchez, pero le gusta menos Vox".

2º "Yolanda y Sánchez no se pisaron la manguera".

3º "El votante de izquierdas es más estratégico".

4º "Hubo 200.000 votantes, jóvenes y mujeres, catalanes que cambiaron de ERC al PSC... Se asustaron. Abascal había dicho: "Si gobernamos volverá la tensión a Cataluña".

Estoy básicamente de acuerdo con lo que dice Michavila. Aunque, en lugar de explicar por qué no detectó GAD-3 ese movimiento, lo que cuenta en realidad Michavila es en qué falló el PP para que su encuesta no acertara.

Algunos ya habíamos escrito que los pactos del PP con Vox en algunas comunidades autónomas y ayuntamientos, antes del 23-J, le iban a costar muy caros a Feijóo. Que le estaba dando la mejor baza electoral a Sánchez y que el PSOE iba a golpear en ese flanco como el boxeador castiga la ceja sangrante de su contrincante. Y así fue.

Los pactos con Vox dieron a Sánchez el salvavidas que necesitaba. Si a eso añadimos la torpeza de Abascal avisando de problemas en Cataluña, tenemos las coordenadas de un resultado que dejó a la derecha al borde de la mayoría absoluta y a Sánchez dependiendo de Puigdemont para formar gobierno. Cada uno que asuma sus responsabilidades. Sánchez aún no ha pronunciado la palabra "amnistía", quizás porque no descarta romper en el último momento. Con una mano negocia y con la otra prepara la repetición electoral.

Pero ese escenario, elecciones en enero, que Feijóo anhela, se presenta tan incierto como el ya lejano 23-J. De hecho, la última encuesta de Sigma Dos publicada por El Mundo da un empate por bloques a 175 escaños.

La razón de que el PP siga sin despegarse con suficiente fuerza como para poder gobernar en solitario sigue siendo la misma que en julio. Por un lado, Feijóo sabe que Vox causa miedo en muchos votantes de centro derecha; pero, por otro, no ha encontrado la clave para que los votantes de Vox voten al PP. No tiene ni la fórmula de Juanma Moreno en Andalucía, ni la de Ayuso en Madrid.

Mientras que Feijóo siga sin encontrar la solución a ese enigma, seguirá dependiendo de Vox y, por tanto, ante el riesgo de no lograr una mayoría suficiente para gobernar.

Por eso las elecciones en enero no son una solución. Tan sólo una oportunidad para no repetir los mismos errores.