Otegi ya no quiere ser lehendakari, un trabajo como de abad o mesonero del vasquismo o la vasquidad que sin duda piensa que ya no le pega a un héroe como él, entradito en años y con aspiraciones de sentarse en un caballo gordo en una glorieta. Otegi es el héroe total para los suyos, además, claro, de para Sánchez y Zapatero. (Estoy por poner a partir de ahora a Sánchez y Zapatero siempre juntos, no sólo porque así parecen una silueta cervantina de marca de quesos, que es lo que es el PSOE ya, sino porque Sánchez necesita el sanchopancismo zen de Zapatero para humanizarse, para sobrevivir al propio Sánchez sin principios, sin memoria y sin vergüenza). Otegi es el héroe total, decía, un hombre tanto de la guerra como de la paz, incluso de la paz de su misma guerra, cosa que demuestra una gran economía de recursos y de moral (como le pasó a Kissinger con su Nobel). Yo creo que Otegi prefiere retirarse cuando aún se recuerda a ETA, lo que hizo, lo que consiguió y lo que sigue consiguiendo, antes de que con Sánchez se pierda el concepto mismo de memoria o de crueldad.

Otegi no quiere ser uno de esos lehendakaris del PNV, curiles y amojamados de lehendakaritza, que parecen cartujos hortelanos de aquel árbol de Guernica. Otegi siempre fue un hombre de acción, aunque escribiera instrucciones para los comandos de ETA con letra de apuntes de chavala de empresariales. Es cierto que ha sido candidato un par de veces, y otras veces no lo han dejado por esa cosa facha de la judicialización de los delitos (la judicialización de la política ya se ha quedado desfasada ante los avances en derechos que ha traído Sánchez, por ejemplo eso de que los delincuentes se puedan juzgar a sí mismos si le conviene a él). Pero en el fondo yo creo que Otegi se hubiera sentido incómodo gobernando, un poco como se sintió Pablo Iglesias, al que imagino en los consejos de ministros buscando una mecha, un micrófono de mejilla o una bola de demolición, como una Miley Cyrus de la revolución. Otegi hubiera sido como un lehendakari en chándal, en abertzandal según aquella genialidad de Ocho apellidos vascos, o como un sicario que ha heredado una notaría.

Otegi era este publicista con flato, este dominguero de la muerte, esta chacha de ETA... Sin duda ha pensado que es mejor que gobierne la nueva generación, que ya trabaja directamente con dinero y poder en vez de con sangre bruta

Yo entiendo lo de Otegi, que hay gente que no está hecha para gobernar como hay otra gente que sí, o que al menos puede posar gobernando aunque no gobierne, como Sánchez, que parece el capitán de Vacaciones en el mar en la intro. Hay gente hecha para gobernar, o para aparentarlo, y hay gente hecha para levantar el puñito como un botellín, algo siempre barato y festivo; o para hacer poesía de los atados en los maleteros, que es como bucolismo vascuence de mozas molineras; o para irse a la playa igual que Los Morancos durante el secuestro de Miguel Ángel Blanco; o para ensoparse en sangre ajena y justa como en vino de la tierra (dijo que a Juan María Jáuregui lo habían asesinado porque “había tomado partido”); o, luego, para comprar tus objetivos con paz, que salía más barato que las balas. Otegi era este publicista con flato, este dominguero de la muerte, esta chacha de ETA, este diplomático de cementerio, que es todo un trabajo como muy de campo, de mono con peto y aperos en cubo, como el de matarife. Sin duda ha pensado que es mejor que gobierne la nueva generación, que ya trabaja directamente con dinero y poder en vez de con sangre bruta.

Otegi, que ya va dejando las herramientas, aparatosas y goteantes como las de un pintor, como un Pollock a balazos, ya no está para institucionalidades y seguramente nunca lo estuvo. Lo suyo era su guerra ventajista, que no era guerra sino una caza de patos, y lo era cuando ETA mataba y cuando ya no necesitaba matar porque quizá se lo estaban dando todo. El propio Otegi, según leo en un magnífico perfil escrito por Mikel Segovia, se limitaba a hacer notar en su día que la violencia ya no tenía “valor estratégico”, que así tasaba y puntuaba el héroe a los asesinados, como si fueran piezas de ajedrez o cosechas de trigo. Zapatero (o Zapatero y Sánchez, haciendo los dos como la misma sombra de cartelón de venta manchega) diría que es mejor no matar que matar, desde luego. Pero no matar porque la limpieza étnica e ideológica ya se culminó, porque han conseguido la supremacía de una indignidad moral como paso previo a la supremacía política, y que el Estado asuma la homogeneidad racista como sinónimo de democracia, y la violencia del señalamiento y de la discriminación como triunfo de la paz; todo eso, la verdad, tiene más de victoria que de derrota para ETA.

Otegi ya no quiere ser lehendakari, que seguramente le parece como ser concejal de fiestas al lado del triunfo histórico que ha conseguido. Sánchez (o Sánchez y Zapatero, haciendo los dos de dúo dinámico, cómico o cínico) ha llevado a Bildu hasta la cumbre, una cumbre en la que los terroristas pueden disputarles la integridad moral y la esencia democrática a los demócratas, en la que pueden expulsar de los pueblos y de la ciudadanía a los disidentes sin necesidad de gastar ni plomo ni sellos, en la que las leyes ya no valen nada y por tanto cualquier cosa es posible, hasta la república abertzandal, socialista, racial y paleta. Comparado con esto, que Bildu pueda arrebatarles Ajuria Enea a los carlistas patateros del PNV es una nimiedad.

Otegi seguirá en Bildu, apuntando con su letra de estudiante de empresariales dineros como muertos o muertos como dineros, que a lo mejor siempre fueron lo mismo, pero ya no opta a la gloria funcionaria y ebanista de los palacios administrativos y los árboles barnizados de banderas, él que ha barnizado con sangre. Otegi siente que merece retirarse ahora, como un marino de guerra, para que le pongan su nombre a institutos, a fundaciones, a premios literarios, a mesones y a fragatas. Al menos, mientras se acuerden todavía de ETA. Y yo creo que se acordarán un tiempo, que si los terroristas siguen siendo tratados como héroes que merecen fiestas de perol gordo y glorietas de caballo gordo es, sobre todo, porque por allí tienen conciencia de que ganaron.