El pleno en el que se produjo la moción de censura que acabó derribando a la alcaldesa de Pamplona, Cristina Ibarrola (UPN), se celebró con exquisita corrección. Se dijeron palabras gruesas. Especialmente duro estuvo Carlos García Adanero (PP), llamando a las cosas por su nombre, sin dejarse nada en el tintero, recordando a los pamploneses asesinados por ETA, los crímenes aún no resueltos. Pero, los miembros de EH Bildu, empezando por el que ya es nuevo alcalde de la ciudad, Joseba Asiron, escucharon sin hacer gestos, bajando la mirada, creo yo que pensando en pasar el trago cuanto antes.

Al fin y al cabo era un trámite. Y la sala, al margen de los 26 concejales que asistieron al pleno, estaba llena de periodistas, de cámaras. Cualquier gesto inconveniente quedaría convenientemente reflejado en los medios. Lo que les convenía es que gritaran los otros. La consigna, seguida de manera ejemplar, era no caer en la provocación. Mostrar una cara amable y sonriente, hablar de "consenso" y de "entendimiento con el que piensa diferente".

Con lo fácil que hubiera sido hacer creíble esta versión políticamente correcta de los que, de una u otra forma, justifican a ETA: bastaría con que hubiesen condenado el terrorismo. Pero ninguno de los ocho concejales de EH Bildu lo ha hecho hasta ahora. Y si, aún así, les va bien, ¿por qué cambiar? Incluso uno de ellos Joxe Abaurrea, que rechazó, siendo concejal, condenar en 1998 el asesinato del edil de UPN Tomás Caballero, fue condenado en 2019 por agredir a unos agentes municipales cuando intentaron que no colocase una ikurriña en el balcón del ayuntamiento. Será así como estas personas entienden el consenso o el entendimiento con el que piensa diferente. Habitualmente, los mamporros siempre los han dado en Navarra y en el País Vasco, los que han justificado el uso de las pistolas.

Ya no hay líneas rojas éticas. Pactar con los herederos de Batasuna sin que condenen a ETA, ha dejado de ser una cuestión de principios para el Partido Socialista

No hace mucho tiempo, apenas seis meses, la portavoz del PSN en el ayuntamiento de Pamplona rechazaba la idea de apoyar a EH Bildu en la corporación municipal. El argumento, que no sólo utilizó Elma Saiz (hoy ministra de Seguridad Social, Migraciones e Integración), sino otros dirigentes socialistas, era que EH Bildu aún no había condenado a ETA y, por tanto, esa era la línea roja de carácter ético que les impedía alcanzar acuerdos con la formación que lidera Arnaldo Otegi.

Esa línea roja ha quedado borrada por el interés electoral. Como el PSOE necesita los seis escaños de Bildu en el Congreso, tiene que darle algo a cambio. En realidad, Pedro Sánchez ya le ha dado a los herederos de Batasuna lo que hasta ahora ningún partido de Estado le había dado: homologación democrática. Eso vale un potosí. Reunirse con Maite Aizpurua en el Congreso, pactar con EH Bildu medidas sociales como la suspensión de desahucios a familias vulnerables,... Pero eso parece que ya les sabía a poco y han puesto sobre la mesa la alcaldía de Pamplona.

Navarra, para los que creen que existe una Esuskal Herria como patria ancestral de los vascos, es el centro de la nación. Nafarroa e Iruña son símbolos con un alto valor, porque, en algún momento, Navarra acabará integrándose en Euskadi. Eso lo sabe Santos Cerdán, número tres del PSOE, y muñidor del pacto que ha dado la alcaldía al dialogante Asirón.

No es, como dijo Sánchez, un tema local, un problema de presupuestos municipales. No. Que no nos tomen por tontos.

El PSOE ha dado un paso casi irreversible en Pamplona, porque ha perdido la credibilidad que le daba haber sido un partido contundente contra ETA, lo que algunos de sus militantes pagaron con la vida. Ninguno de ellos hubiera creído lo que acaba de pasar.