2024 arranca, lamentablemente, con algunos de los peores vicios políticos que hicieron ya de 2023 un año especialmente aciago y odioso. Un año de crispación… un año para olvidar. Los buenos deseos, los propósitos de enmienda que cada Nochevieja, ‘again’ and ‘again’, esbozamos con ilusión, apenas duran unos días, o tan sólo unas horas. Lejos de amainar, la crispación arrecia en la vida pública española. En las últimas jornadas, dos hechos gravísimos protagonizados por la ultraderecha de Vox y sus entornos, han continuado ensuciando la vida pública española hasta límites completamente nauseabundos e insoportables.

Los fascistas de la ‘piñata’ y el ‘cafre’ de Ortega: repugnante ‘foto’ de los ultras españoles

El primero de estos sucesos volvió a tener a la madrileña calle de Ferraz, en los aledaños de la sede central del PSOE, como teatro de operaciones. Se trata del escenario elegido, desde hace ya más de dos meses, por un puñado de ultras y de facinerosos, nostálgicos en muchos casos de la dictadura fascista de Franco, que alentados por Vox y algunas de sus organizaciones satélites, como la juvenil autodenominada ‘Revuelta’ o ‘Noviembre Nacional’, apalearon y simularon el ahorcamiento de un muñeco, piñata lo denominaron los fascistas, con la efigie del presidente del gobierno, Pedro Sánchez. La Policía Nacional y la propia Fiscalía han tomado inmediatamente cartas en el asunto, pero el daño ya está hecho. La semilla del diablo, ese al que tanto temen los ‘rezadores’ del rosario nacional católico, prende raíces cada vez más fuertes.

La segunda irregularidad democrática, por calificarla de manera elegante y no ponerme a la altura de la ‘fachosfera’, fue la intolerable agresión del concejal del Ayuntamiento de Madrid, Javier Ortega Smith, a la sazón vicepresidente de Vox y pertrechado con una carpeta, que arrojó una botella de agua contra el concejal de Más Madrid, Eduardo Rubiño. Todo el arco político, desde la izquierda hasta el propio Partido Popular, con el alcalde Martínez-Almeida a la cabeza, exigió la inmediata entrega del acta a Ortega Smith e incluso su expulsión de la vida pública. Vano intento. Abascal y los suyos cerraron filas en torno él y justificaron su ‘matonismo político’, hasta el punto de llegar, cobardemente, a abandonar el salón municipal de plenos en la tarde del pasado jueves 4 de enero, mientras se discutía la reprobación del violento dirigente de Vox.

Vox, cada vez más ‘asilvestrado’

Es un fenómeno de sobra estudiado el que, normalmente, organizaciones políticas cuya raíz surge a partir del descontento de parte de la ciudadanía con la situación política, social o económica, y que suelen partir de apocalípticos máximos en cuanto a un marcado radicalismo y a la adopción de posiciones abiertamente antisistémicas, van moderando sus aristas en cuanto acceden a esas instituciones que, en su germen, prometían destruir o cambiar radicalmente. La moqueta, por expresarlo en un lenguaje más coloquial, suele enfriar los ardores juveniles del asfalto y de la agitación callejera.

En el caso de Vox, a la vista está, no parece haber sido así. Las recientes crisis internas sufridas por una organización que nació con voluntad de arrebatar al PP la parte principal de un electorado, presuntamente desengañado con las posiciones ‘tibias’ de una formación a la que calificaban como ‘derechita cobarde’ e incluso colaboracionista con el PSOE, han tenido como resultado sucesivas purga de los más liberales y su sustitución, en puestos de máxima responsabilidad, de perfiles más radicales como los de Jordi Buxadé, Ignacio de Hoces, o Pepa Millán, flamante portavoz parlamentaria de la formación ultra.

La exclusión de las listas electorales de ‘moderados’ Rubén Manso, una de las cabezas económicas de este partido, incluso del combativo Víctor Sánchez del Real, o el paso atrás dado, voluntariamente según él declaró, de Iván Espinosa de los Monteros, no han hecho más que ahondar en una crisis que estalló a partir de la abrupta salida de Macarena Olona, tras el fracaso electoral de Vox en las últimas elecciones autonómicas andaluzas que cimentaron la mayoría absoluta de Juanma Moreno.

Vox y su caída en barrena; una película ya vista con Ciudadanos y UpyD

Lo que ocurra, de aquí en adelante, con los de Santiago Abascal es una incógnita. Todo parece indicar, eso sí, que su afán en diferenciarse de la línea moderada que en el PP ha impuesto Alberto Núñez Feijóo, con quien gobiernan, por cierto, en cinco comunidades autónomas y más de un centenar de municipios, irá condenando a los de la formación ‘verde’ a un ostracismo cada vez mayor, convirtiéndoles en auténticos apestados en la vida pública española.

Las tendencias demoscópicas no suelen mentir. La mera evolución de sus resultados electorales deja poco lugar a la duda: de los 52 escaños cosechados en 2019 en el Congreso a los 33 obtenidos el pasado 23-J de 2023 y una previsión que apunta a que, de celebrarse mañana unas nuevas elecciones generales, Vox quedaría muy por debajo de los 30 parlamentarios y sufriría una pérdida cierta de más de medio millón de votos. Los electores descontentos con esa nueva vuelta de tuerca ultramontana de Santiago Abascal y de los pocos afectos que le van quedando volverían, por la lógica natural de la tendencia política, a engordar el saco electoral del PP que, según los últimos sondeos, conseguiría un ascenso porcentual de hasta 7 puntos en intención de voto y 15 escaños más en la Carrera de San Jerónimo.

PP y Vox: vasos comunicantes, les guste o no. ¡Hasta que el PP rompa de una vez!

Aunque parezca mentira, este grave problema que afecta a la línea política de Vox en un futuro inmediato, y pone plomo en las alas a sus expectativas, corre parejo al que tiene planteado el PP. La formación ‘azul’, en teoría la gran beneficiada por el declive de los homófobos y xenófobos ultraderechistas, se enfrenta a otro dilema, agravado por su diletancia habitual.

Antes o después, quiera o no quiera, la dirección ‘genovesa’ y su líder, Alberto Núñez-Feijóo, deberán abordar, seriamente, si les resulta más rentable, tanto en términos electorales como de estricta pureza democrática, mantener un cierto seguidismo de los ultras, tratando en ocasiones de adelantarles ‘por la derecha’ como han vuelto a evidenciar en su última propuesta de disolver determinadas formaciones políticas, o colocarse, definitivamente y sin miedos, el ‘chaleco’ de auténtico ‘partido de Estado’. Revertirse, en suma, de una sólida pátina institucional que les haga fiables a los ojos de la mayoría de la ciudadanía cuando llegue el momento en el que tengan que asumir el lógico relevo al PSOE en el gobierno de España. Si el PP no aborda con seriedad y sin paños calientes este debate, me temo que continuará condenado a la impotencia de ver cómo, a pesar de sumar sus escaños a los de Vox, seguirá siendo incapaz de desalojar a Pedro Sánchez de La Moncloa.