Gaza arde tras tres meses de un conflicto sin tregua alguna para la salud mental de millones de personas. Mi labor como responsable de salud mental y apoyo psicosocial para Médicos del Mundo desde Jerusalén es coordinar estas labores con el equipo de Gaza también.

Hablar de salud mental estos días en un conflicto tan cruel y devastador es cuando menos desesperanzador. Médicos del Mundo, que trabaja en Gaza desde 1994, está profundamente preocupada por el impacto del conflicto en la salud mental de la población gazatí, especialmente por el bienestar psicológico de los niños y niñas y las poblaciones vulnerables. La exposición continua y sin pausa a este conflicto sin precedentes puede causar daños irreversibles en su desarrollo mental y emocional, lo que repercutirá gravemente en su calidad de vida presente y futuro.

Nuestras compañeras y compañeros no son solo trabajadores profesionales en Gaza, sino víctimas de este cruel conflicto

Cuando nos damos el tiempo de escuchar a nuestros equipos sobre sus vivencias y la de sus personas allegadas, recogemos información primaria del contexto y nos permite comprender cómo la situación impacta a todas las personas en general. Porque nuestras compañeras y compañeros no son solo trabajadores profesionales en Gaza, sino víctimas de este cruel conflicto que les atraviesa de la misma manera que al resto de personas.

El optimismo, la esperanza y la solidaridad como primera respuesta

Tan pronto nos enteramos del inicio de los bombardeos en Gaza, como equipo, rápidamente diseñamos y establecimos diversos mecanismos para hacer el seguimiento de nuestro personal en Gaza. Uno de estos mecanismos se basó en el uso de servicios de mensajería de textos donde cada uno podía compartir información sobre la situación, así como sobre sus apreciaciones, pensamientos y sentimientos.

Durante las primeras semanas, todos conocíamos el estado de cada uno de los miembros del equipo, y eran frecuentes los mensajes llenos de optimismo, resiliencia y esperanza: “Mantengamos nuestra fe, podremos salir adelante”; “Juntos podremos afrontar esto”; “Recordemos que somos capaces de salir adelante”; “Lo importante es que estemos bien”, etc.

Por supuesto, pese a este ánimo de optimismo que contagiaba a esa idea tan importante de resiliencia y de una enorme capacidad para sobreponerse a la adversidad, como organización, también dispusimos de múltiples mecanismos de apoyo psicosocial y material para nuestro equipo. Para este momento, sus respuestas fueron “Nosotros no necesitamos de ningún tipo de apoyo, lo importante es poder apoyar a las personas más afectadas”; “Por favor, destinemos nuestros esfuerzos y recursos para la atención de otros que realmente lo necesitan… para apoyar los hospitales y a las personas desplazadas”.

¿Por cuánto tiempo es posible mantener la esperanza y la resiliencia cuando no hay garantías para una pronta restitución de los derechos erosionados?

Esta reacción inicial, llena de esperanza y solidaridad, la pudimos constatar no solo directamente con nuestro equipo en Gaza, sino también en las múltiples iniciativas de colaboración y compromiso comunitario que vimos en las redes sociales, donde inicialmente, por ejemplo, se percibía como posible conseguir refugio y apoyo entre las redes familiares y comunitarias de las personas.

¿Por cuánto tiempo es posible mantener la esperanza y la resiliencia cuando no hay garantías para una pronta restitución y protección de los derechos erosionados?

A medida que los bombardeos se intensificaron, que se limitaban más y más los supuestos espacios seguros y aumentaban exponencialmente el número de personas desplazadas, los mensajes cambiaron drásticamente.
Después de poco más de un mes de guerra, nuestro equipo en Gaza ya no compartía mensajes de aliento y esperanza, ya no se negaban a recibir cualquier tipo de iniciativa de apoyo. Todo lo contrario, ya de manera activa lo solicitaban, para sí, sus seres queridos y sus comunidades.

Ahora, preguntar por cómo se encontraban resultaba difícil al no encontrar las palabras adecuadas para hacerlo. Preguntar algo como ¿están bien?, era recibir de vuelta respuestas como “seguimos vivos, pero no estamos bien”; “Bien están los que han muerto porque ya han abandonado esta pesadilla”; “Esto es insostenible, ya hemos perdido nuestras casas, a nuestros seres queridos, a nuestros sueños y esperanzas… ya solo nos queda esperar morir”; “No hay nada que podamos ofrecer a nuestros hijos, ¿Cómo los alimento? ¿Cómo los puedo proteger? estoy fallando como madre”.

Otra vez, nuestro equipo a viva voz nos mostraba la realidad de la gran mayoría de las personas en Gaza. La desesperanza los inunda, las perspectivas de futuro se encuentran mermadas, la vida empieza a perder sentido y la salud general se deteriora a pasos agigantados.

Eso que se dice es lo último que se pierde y que nos ayuda a amortiguar los efectos del desaliento en tiempos de adversidad, se empieza a diluir entre lágrimas, tristeza, ansiedad, duelo y un miedo profundo y permanente que no duerme ni te deja dormir.

¿Qué se puede hacer?

Debemos reconocer que, sin una solución justa y duradera, los ciclos de violencia y trauma continuarán

Cuando la esperanza se desvanece y la desesperanza se arraiga, es importante que redoblemos nuestros esfuerzos. No solo se trata de abordar las necesidades físicas inmediatas, sino también de emprender una labor fundamental de reconstrucción psicosocial. La situación en Gaza no es solo una crisis de salud física y seguridad, sino también una profunda crisis de salud mental que requiere una atención urgente y sostenida.

La restitución y protección de los derechos erosionados, el cese de la violencia, y la creación de un ambiente seguro y estable son pasos esenciales para restaurar la esperanza y la posibilidad de un futuro mejor. Debemos reconocer que, sin una solución justa y duradera, los ciclos de violencia y trauma continuarán, perpetuando dichos ciclos y el sufrimiento de cientos de miles de personas.


Carmen González es responsable salud mental y psicosocial de Médicos del Mundo en los territorios ocupados palestinos.