En la dirección del PSOE se han cansado de García-Page. Ayer estalló Santos Cerdán, número tres del partido y negociador jefe con Puigdemont. Oscar Puente, el ministro bronca, también se apuntó al vapuleo del presidente de Castilla-La Mancha.

Hubo dos gotas que colmaron el vaso -como cuenta Juanma Romero en su atinada crónica-. Por un lado, su afirmación de que el PSOE se colocaba en el "extrarradio" de la democracia tras las últimas cesiones ante Junts en la ley de Amnistía. "Que yo sepa no hay un terrorismo bueno y otro malo", dijo García Page ante los periodistas aprovechando su visita a Fitur. En ese mismo evento provocó la segunda gota: una reivindicación común con los presidentes de Andalucía, Comunidad Valenciana y Murcia, las cuatro gobernadas por el PP, para que el Gobierno compense con 3.000 millones la "infrafinanciación" de las cuatro autonomías.

El presidente de Castilla-La Mancha se ha caracterizado desde hace mucho tiempo por sus críticas abiertas a las políticas del presidente del Gobierno. Pero ese enfrentamiento ha alcanzado cotas desconocidas desde que Pedro Sánchez comenzó su acercamiento a los independentistas catalanes. Primero fueron los indultos, luego la malversación... Y, por último, la amnistía.

García-Page no tiene pelos en la lengua y cuando habla le entiende todo el mundo. Dice cosas sensatas que tal vez muchos socialistas piensan pero que no se atreven a decir.

La clave que permite a García-Page decir cosas que otros callan es que, con sus mensajes críticos, consigue mayorías absolutas en su región

A Sánchez le gustaría quitárselo de encima, pero no puede. El presidente castellano manchego lleva ocupando el cargo desde las elecciones de 2015 y, además, desde entonces, ha incrementado su ventaja. Es evidente que esa posición crítica respecto al presidente del Gobierno le es rentable electoralmente. Sólo hace falta echar una ojeada al resultado electoral en las últimas autonómicas del pasado 28 de mayo. García-Page logró el 45,06% de los votos (17 escaños, mayoría absoluta). Sin embargo, en las elecciones generales el PSOE sólo consiguió el 34,14% de los votos y quedó por detrás del PP, que cosechó el 38,96%.

En número redondos, García-Page consigue 100.000 votos más que el PSOE en Castilla-La Mancha. Esa fuerza es la que le da libertad para hablar sin tapujos y a sabiendas de que ese es el mensaje que quieren escuchar sus paisanos. Muchos votantes del PP le votan a él en las autonómicas.

Aunque Milagros Tolón (delegada del Gobierno en Castilla-La Mancha y ex alcaldesa de Toledo) e Isabel Rodríguez (ministra de Vivienda) están alineadas absolutamente con Pedro Sánchez, su fuerza en la región está muy lejos de representar un problema para el actual presidente de la comunidad autónoma.

García-Page tiene un poder casi absoluto en una federación que le respalda sin fisuras. Por otro lado, los Estatutos del PSOE -modificados en su día por Sánchez- hacen prácticamente imposible que surja un competidor. Ni como candidato a presidir la autonomía, ni como recambio al frente del partido.

En su día, José Bono contó con un respaldo similar jugando también la baza de decir cosas que a veces incomodaban a la dirección del partido. Pero nunca llegó tan lejos como su discípulo.

García-Page sabe que, hoy por hoy, no puede, como sí hizo Bono, jugar a ser alternativa en la dirección del partido, aunque le faltó muy poco para ganarle el pulso a Rodríguez Zapatero. Pero, mientras Sánchez siga en Moncloa, seguirá teniendo al partido en un puño. De hecho, las últimas incorporaciones a la Ejecutiva demuestran que cada vez hay una mayor identificación entre Ferraz y Moncloa. La dualidad de poder ha dejado de existir.

Pero ¿y si llega un momento en que Sánchez se la pega? Ahí estará García-Page como referente, como posible sucesor.

Mientras ese momento llega, si es que llega, el presidente de Castilla-La Mancha le seguirá poniendo las peras al cuarto a Pedro Sánchez. Y en su tierra le irá bien.