Ayuso tiene un novio que además de novio es empresario y además de empresario es ya algo así como infante consorte, como si fuera Marichalar o ya veremos si Urdangarin. En esta partitocracia nuestra tan espléndida y principesca las parejas de los políticos ya forman parte de una cierta realeza y, como tal, deben cumplir con una moral de realeza. En esta moral de realeza, todo, la dignidad, la santidad, los moquitos, las humillaciones, los dineros, los chanchullos y hasta los cuernos son heráldicos, adquieren dimensión pública y se comparten y se reparten por igual dentro de esa misma unidad simbólica, como de sagrada familia, que forma la parejita de trono, de tarta o de belén. El novio de Ayuso es novio de la novia de España, así que es novio de España, como un cadete enamorado de la princesa Leonor o como un torero casado con una folclórica. La pareja tiene ya responsabilidades alegóricas, históricas y supongo que legales, que no es cualquier cosa compartir el trono de España ni el trono de la libertad. Claro que quien dice el novio de Ayuso dice, qué se yo, la mujer de Sánchez.

El novio de Ayuso y la mujer de Sánchez no están en la política pero están en las postales, o quizá al final sí están en la política, como se está en la batamanta íntima de la parejita. El novio de Ayuso y la mujer de Sánchez se han casado o arrejuntado un poco también con la pomposa y sublime institución, que uno lo imagina como dormir con el Prado o con la Academia Sueca. El novio de Ayuso y la mujer de Sánchez no son iguales a sus parejas, sino que están, incluso con sus profesiones y negocietes, ahí como vestidoras de santos, vistiendo físicamente al otro y, a la vez, vistiendo a la institución, adornándola como una iglesia se adorna de novias o como una exposición o un colegio se adornan de doña Letizia. El novio de Ayuso y la mujer de Sánchez no son tanto floreros como operarios y cómplices del misterio, como el sacristán o como el príncipe morganático y plebeyo. El novio de Ayuso y la mujer de Sánchez, pues, comparten la carga de la corona y la fortuna o desgracia de sus casas, participan en la carga de la corona y en la fortuna o desgracia de sus casas, como una cosa bíblica u homérica.

El novio de Ayuso y la mujer de Sánchez son patrimonio nacional, son unidad de destino, son los amantes de Teruel y son hasta Ortega y Gasset, que cualquier otra cosa sería como si nos volviéramos republicanos, o sea la anarquía y el sindiós

El novio de Ayuso y la mujer de Sánchez son patrimonio nacional, son unidad de destino, son los amantes de Teruel y son hasta Ortega y Gasset, que cualquier otra cosa sería como si nos volviéramos republicanos, o sea la anarquía y el sindiós. Yo creo que en España no podemos vivir sin este terciopelo sacramental y moral de las parejas políticas, a riesgo de convertirnos algo así como en franceses o masones. Nuestras parejas políticas son como nuestras parejas de tablao o del espectáculo, simbólicas, pedagógicas y simplificadoras, que pensamos en Ayuso y el novio, y en Sánchez y la mujer, como en Sergio y Estíbaliz o en Andy y Lucas. O sea, una unidad espiritual, física, estética, ideológica, cultural, armónica y hasta económica. Aquí, afortunadamente, somos monárquicos de partido, gregarios de tribu y monadistas de la montonera, y eso de los individuos, aunque sean sólo dos en el mismo colchón, se nos hace muy difícil de manejar y de concebir. Cosa de guiris o de impíos, ya digo, y por eso enseguida los sacramentamos a cristazos, a escopetazos o como sea.

El novio de Ayuso y la mujer de Sánchez son más España que Ayuso y que Sánchez, como la señora y el señor son más institución que la Real Academia. O sea que deben ir juntos a la iglesia, al notario y a la tumba, con procesión de parientes, jaleadores o gorrones. Además, lo público aquí es eminentemente familiar, más parecido a una herencia señorial que a algo común a todos, que nos pertenece a todos. Lo público, de eso se trata, ahí se diferencia la aristocracia de la chusma, y el vínculo sagrado del arrejuntamiento pecaminoso. Las verdaderas parejas políticas deben estar juntas en la alcoba y en el dinero público, deben guardarlo todo en el mismo cajón del pan y deben hacer los negocios en la misma libreta, signo supremo de su amor y de la comunidad de gananciales. Lo demás es lujuria, libertinaje y liberalismo.

El novio de Ayuso tiene problemas con Hacienda, que es tan español como tener problemas con la suegra, y la mujer de Sánchez tiene problemas para explicar su presencia revoloteadora en la koldosfera, que es tan español como una mujer de concejal explicando sus negocios coincidentes o correlacionados. Los dos españolean mucho en ese chotis con la pareja, pero no estamos hablando de folclore ocasional sino de honda tradición. Si queremos respetar la esencia de nuestra monarquía partitocrática y nuestra santidad tribal, eso que nos ha dado lo mismo una Marbella monegasca, una Sevilla goda, una Cataluña como saudí y una Moncloa como bizantina, debemos hacer notar que lo de Ayuso parece un lío con una estanquera mientras lo de Sánchez parece institucional y sagrado como la boda de Marichalar o de la Pantoja. La diferencia, la marca, la flor de lis, está en lo público, en si se lleva separado de lo privado, como los salvajes, o se llevan las dos cosas juntas, bajo el sagrado embozo del amor y la ideología. Y no se puede ser la reina de Madrid, ni la novia de España, ni nada aquí, teniendo novios privados con negocios privados.